miércoles, 9 de enero de 2013

Delirio de un profundo saber erotizado


Eduardo Gautreau de Windt

El que escribe así es un apasionado
que cree ciegamente en el futuro
de sus mensajes secretos.
ARS


Nunca se puede establecer las verdaderas razones por las cuales quien escribe lo hace. Independientemente de la necesidad interna que se tenga de comunicar algo, siendo portavoz del resto de nuestros congéneres de ideas, planteamientos, conceptos, opiniones, etc., que puedan servir para la edificación o para la evasión de la dura realidad en que vivimos, indudablemente que existe en el ejercicio escritural una razón lúdica del propio escritor que conlleva, a veces, a que la obra misma provenga de un ejercicio de placer en sí del escribir, fruto de escarceos profundos del pensamiento y la memoria, al jugar con su realidad ficcionando, al acudir a su imaginación. Esto último, es lo que precisamente le da origen a la obra literaria y la hace arte. Arte que tiene mayor valor cuanto más conmueva y estimule al pensamiento y la conciencia del lector. Por eso es que, al estar frente a la obra literaria, el buen lector no puede evitar preguntarse los motivos internos que tuvo el autor para escribir dicha obra; hurgar intentando descifrar el simbolismo del que echó mano el yo de éste para crearla. Simbolismo que es mucho más intrincado si se trata de una obra poética. Todo esto es parte de la interacción obligada a que nos convoca una obra de arte. Y cuanto más la obra en cuestión nos toque y/o nos conmueva mayor cuestionamientos nos provocará sobre sí.

A mi juicio, “Delirium semen” es fruto de un profundo ejercicio lúdico escritural con hondos escarceos del pensamiento y la memoria de su autor, León Félix Batista. Con un buen manejo del idioma él arma su vocabulario erótico en base a textos escuetos, de estilo rebuscado y a veces con cierta altanería literaria, en la que cada palabra, cargada de gran simbolismo para sí mismo, es pretexto para una pequeña creación. Cada palabra es un pretexto para un texto.

En “Delirium semen” Batista, con un lenguaje intrincado y laberíntico nos muestra su gran erudición por los ejercicios cognoscitivos profundos que realiza con ideas y conceptos que, para mí, a veces sorprenden al lector. Y en esa capacidad de sorprendernos, moviéndonos al profundo pensar, a través del análisis de cada texto, es que el autor de manera críptica e intrincada, se solaza y hasta se regodea, al obligarnos, como lectores, a pretender desentrañar el mensaje más allá del texto, o sea, lo que realmente nos quiere transmitir en sus mensajes. Esta sublimación del autor en llevarnos más allá del texto mismo, con maestría, parece provocarle cierto placer y yo la capto como una sana altanería de su yo poético. Para cerrar con este planteamiento acudo a lo expresado, por Hernán Bravo Valera, en el prólogo de la obra: “Hay dominio en el que el placer del texto y la oda a la alegría se funden indisolublemente, es la escritura, y ello las hace comparables. Pues el deseo textual es un hambre interior, y en muchos aspectos se parece a una repulsión canibalesca. El regusto violento a carne propia, su dolor, los humores blancos y negros que retiene, posee un tono claramente autófago.”

Con una magnífica presentación, por su portada y edición, la obra nos convoca a leerla. El título, sugestivo por demás, nos abre el apetito hacia lo prohibido: “Delirium semen”. El primer morfema, escrito ex profeso en su forma original, latín, delirium, en su correspondencia en castellano, delirio, según lo expresado por el diccionario de la Real Academia española de la lengua (DRAE) en su 22ª edición en línea, no es más que: 1. m. Acción y efecto de delirar. 2. m. Despropósito, disparate. 3. m. Psicol. Confusión mental caracterizada por alucinaciones, reiteración de pensamientos absurdos e incoherencia. Y el segundo morfema del título, con su total correspondencia del latín al español: semen, no es necesario explicarlo, su significado es claro y contundente y su carga en el simbolismo del imaginario erótico universal también. Por lo tanto, al unir ambos morfemas establecemos claramente que el título está consignado totalmente en latín, cosa esta que aumenta el simbolismo críptico y la carga de erudición de la obra. Esto me retrotrae, obligatoriamente a la locución latina: Quidquid latine dictum sit altum videtur, que significa: “Cualquier cosa dicha en latín, suena profunda."
“Vocabulario erótico”, como sub-título descriptivo y aclaratorio, por estar entre paréntesis y resguardado en el interior de la obra, nos concita mucho más a lo prohibido, a lo oculto y deseado ancestralmente, desde que el mundo es mundo. Ahora bien, ¿qué es un vocabulario? ¿Para qué sirve? Volviendo de nuevo al citado DRAE, encontramos que: vocabulario, (Del lat. vocabŭlum, vocablo), tiene siete acepciones, de las cuales, a conveniencia, sólo citaré seis: 1. m. Conjunto de palabras de un idioma. 2. m. diccionario (libro). 3. m. Conjunto de palabras de un idioma pertenecientes al uso de una región, a una actividad determinada, a un campo semántico dado, etc. Vocabulario andaluz, jurídico, técnico, de la caza, de la afectividad. 4. m. Libro en que se contienen. 5. m. Catálogo o lista de palabras, ordenadas con arreglo a un sistema, y con definiciones o explicaciones sucintas. 6. m. Conjunto de palabras que usa o conoce alguien. Dejando, a propósito, para luego la respuesta a la segunda pregunta formulada, continuaré analizando el concepto erótico. Y para ello, me voy a permitir transcribir lo ya expresado por mí, en un escrito anterior titulado: “Erotismo y misticismo en la creación poética”, en el cual al abordar el concepto de erotismo, expresé: “Si el Eros es la base del placer sensual y también impulsa la curiosidad del saber, el anhelo de superación y del deseo de vivir, como ya citamos; y que “despierta a través del placer de los sentidos (Vista, oído, tacto y olfato), dando lugar a la sensación que generan las delicias sensuales, que se intensifica con el placer carnal y el posterior advenimiento del amor, ampliemos su significado para entenderlo mejor aplicado a la poesía. En el pensamiento griego parece haber dos aspectos en la concepción de Eros. En el primero es una deidad primordial que encarna no solo la fuerza del amor erótico sino también el impulso creativo de la siempre floreciente naturaleza, la Luz primigenia que es responsable de la creación y el orden de todas las cosas en el cosmos. En la Teogonía de Hesíodo, el más famoso de los mitos de creación griegos, Eros surgió tras el Caos primordial junto con Gea, la Tierra, y Tártaro, el Inframundo. De acuerdo con la obra de Aristófanes “Las aves”, Eros brotó de un huevo puesto por la Noche (Nix), quien lo había concebido con la Oscuridad (Érebo). En los misterios eleusinos era adorado como Protógono, el ‘primero en nacer’.

Posteriormente aparece la versión alternativa que hacía a Eros hijo de Afrodita con Ares (más comúnmente), Hermes o Hefesto, o de Poros y Penia, o a veces de Iris y Céfiro. Este Eros era un ayudante de Afrodita, que dirigía la fuerza primordial del amor y la llevaba a los mortales. En algunas versiones tenía dos hermanos llamados Anteros, la personificación del amor correspondido, e Hímero, la del deseo sexual.
En lo anterior expuesto ex-profeso coloqué en cursivas, y en negritas impulso creativo, y sólo en cursivas Luz primigenia que es responsable de la creación, y más adelante fuerza primordial del amor y deseo sexual, respectivamente, pues estos son los significados que me interesa retomar para continuar. Consideremos a Eros como: El impulso y luz primigenia responsable de la creación con la fuerza primordial del amor y el deseo sexual. Entonces, si tomamos la etimología de la palabra poesía: Poesis, o poyesis, que significa Creación, y lo aunamos con lo anterior establecido sobre eros, podemos establecer una interconexión clara y directa entre la poesía, estética hecha de palabras, y lo erótico, en el humano. Planteado mejor, que la pasión estética y la pasión erótica, están íntimamente ligadas entre sí. Sólo basta recurrir a un grande entre los grandes, Octavio Paz, quien en “La llama doble” nos regala una emotiva reflexión sobre la identidad entre la poesía y el erotismo. Cito: “La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y la segunda es una erótica verbal. Ambos están constituidos por una oposición complementaria. El lenguaje –sonido que emite sentidos, trazo material que denota ideas incorpóreas– es capaz de dar nombre a lo más fugitivo y evanescente: la sensación; a su vez, el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia, representación. El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora”.

Luego de esta amplia y útil cita, retomando algo de todo lo anteriormente planteado sobre “Delirium semen”, la obra es fruto de un profundo ejercicio lúdico escritural con hondos escarceos del pensamiento y la memoria de su autor, donde cada palabra es un pretexto para un texto estético, en el que el autor delira alucinando, a través de su saber con un conjunto de palabras que usa y conoce en su imaginario personal con gran significación erótica; siendo lo último, o sea lo erótico, en ambas vertientes ya expresadas, lo sensual propiamente dicho, con toda su carga carnal, sexual, y lo del saber cognoscitivo, que también provoca amplio placer, hasta el posible estado del delirio. Planteado esto, es ahora fácil contestar la pregunta pendiente: ¿para qué le sirve al autor la elaboración de este vocabulario erótico?
Esta obra es, a mi parecer, un arsenal erótico personal de palabras, al azar o escogidas cuidadosamente, desde la profunda memoria vivencial de Batista, que pasaron al yo poético del autor. Tal vez evocaciones adolescentes de algunos episodios personales imborrables. Por eso, cada palabra contiene una carga erótica muy específica pero difusa en el concierto universal de lo carnal. Algunos podrían ser poseedoras de un simple simbolismo erótico y otras, por demás, constituir la representación lingüística de un verdadero fetiche personal. Digo esto al captar cierto gusto y regusto por ciertas palabras, que carentes de un claro simbolismo erótico, parecen significar mucho para el desarrollo del texto. En cambio, llama la atención la ausencia de palabras con mucha mayor carga erótica universal frente a las otras, las que no evocan fácilmente lo erótico a los demás mortales.

Verbigracia, están ausentes: clítoris, pene, vulva, glande, vagina, orgasmo, lengua, fantasías, para citar sólo algunas de las palabras eróticas emblemáticas, quizás de todos los tiempos y, por último, la inexplicable gran ausente: semen. Con la correspondiente consignación de términos que, al menos de manera general, no guardan relación alguna con lo sexual propiamente dicho. Pero bien sabido es, que lo erótico es una experiencia vivencial personal muy subjetiva para cada quien. Que al ser la corteza cerebral el órgano sexual por excelencia, donde radica toda la parte etérea de lo que representa para el humano el sexo y, este último, estar construido sobre un simbolismo intrincado y hasta críptico en algunos, el vocabulario erótico de cada quien variará considerablemente acorde a su código de valores, a su manera de enfocar la experiencia erótica y a sus propias vivencias anteriores.

En el transcurso del análisis de esta obra tuve el placer de degustar “Los demonios de la lengua” Una historia secreta sobre las tentaciones, de Alberto Ruy Sánchez. Y por gracia de la magia de la literatura, en dicha obra encontré pequeños tópicos que me son útiles para desentrañar los misterios de la obra que nos ocupa ahora. La frase usada por mí como epígrafe de este escrito, que reza: “El que escribe así es un apasionado que cree ciegamente en el futuro de sus mensajes secretos” me dio la clave para entender a fondo que León Félix Batista es un apasionado de sus mensajes secretos eróticos, provenientes “vehemente y delirantemente de su ánima, en forma de deseos. Y esto gracia a que sus sentidos se han agudizado haciéndose más sensibles a las formas y a las voces de las cosas inevitables de la carne”. De ahí que, el eros del autor lo compele a expresarse sobre el placer y el conocimiento del placer mismo; y esto le cause tanto placer asimismo al “eyacular el semen” de sus conocimientos. ¿Por qué lo planteo así? Si cada obra literaria pretende “diseminar” (Del lat. dissemināre) en los lectores lo que un autor desea, el hecho de escribir no es más, de un modo, que sembrar las semillas cognoscitivas del árbol fecundo de la mente de un escritor a la tierra fértil de los que le leen; expresado ahora con menor carga erótica que como lo resumí anteriormente.

Ahora bien adentrándonos más en los detalles de la obra, ella está compuesta por 124 vocablos, agrupados en orden alfabético, como corresponde a un Vocabulario, pero en vez de ser: un “catálogo o lista de palabras, ordenadas con arreglo a un sistema, y con definiciones o explicaciones sucintas” cada una de ella es el pretexto para un texto discursivo, de profunda intención lúdica, en la que el autor vaga y divaga, ficcionando, con un lenguaje muy simbólico y laberíntico, a veces, incluso con poca significación lírica, pero con hondo grado de sapiencia. Es más, a veces, hasta con un dejo de alta filosofía. Los discursos ocasionalmente hasta coligen con la razón e hincan la consciencia y el inconsciente, en una forma literaria de delirar (Delirio: despropósito, disparate); pero en ficción lírica. Y ¿qué es el ficcionar poético o narrativo? No es acaso una forma artística de “Confusión mental caracterizada por alucinaciones, reiteración de pensamientos absurdos e incoherencia”. ¿Hasta dónde toda obra literaria no es un delirium en sí misma? Esto, sabemos que es salvado por la “verosimilitud” a que nos lleve la obra y la maestría con que un autor nos presente su decir. Y por último, recordar que en toda creación artística lo que debe primar, para que esta lo sea, es la estética con que nos sirvan el plato a degustar.

De las 124 palabras o vocablos, haciendo un análisis de su significado erótico, a priori, solo consideramos que 41 tienen en sí un variable grado de connotación erótica, sensual o sexual determinada. Subclasificadas, por mí, en 3 grupos:
a) directamente eróticas o de alta carga por la palabra en sí como lo son: anal, condón, desnudo, orgía, pezones, tetas, travestido, vibrador y XXX, que aunque no es una palabra, ni siglas, pueden considerarse un morfema con sentido universal conocido.
b) indirectamente eróticas, por poseer en sí mismas un débil sentido sensual, pero que por su aplicación y socorrido uso, actualmente, nos evoca o retrotrae dicha sensación. En este grupo, identificamos: Axilas, braguitas, colegialas, coqueta, húmedo, indecente, labial, lencería, lúbrico, sostenes, varonil, velluda y zorra.
c) Subjetivas: a diferencia de las anteriores, estas palabras no contienen en sí mismas una significación erótica pero, es entendible que de acuerdo a su contexto y aplicación puede evocarnos dicho efecto. Verbigracia: (en) cuatro, cuero, dedo, doméstica, faldas, gemelas, institutriz, jovencita, leche, Lolita, maestra, marimacho, morena, muñeca, nailon, quinceañera, trigo, zapatillas y zurra.

A partir de este grupo de palabras, las restantes no contienen ningún significado erótico particular en el habla general convencional. Los morfemas se pierden en el vocabulario de uso especial o muy particular y general de un hablante específico. Aquí debemos de consignar palabras tan comunes como: adorable, afeitado, amateur, angelical, aprendiz, bailarina, bizarro, brutal, cocina, doloroso, dormida, dulce, ébano, esclava, estudiante, exhibición, extremo, parcial, flaquita, frenillo, fumando, gimnasia, gira, glamorosa, gorda, grupo, huerto, inflable, inmaculada, jardín, jugoso, juguete, kermés, quimono, etc.

En este gran grupo es que realmente funciona, a todo vapor, el imaginario personal y evocativo del autor, al usar estas palabras como pretexto para un texto erótico, en algunos casos muy bien logrados, en otros eróticamente intrincados y no fácilmente entendibles o justificados. Por ejemplo, el muy conocido y usado vocablo “silla” le sirve para desarrollar un texto de fina lírica y laberíntico significado que nos sintoniza fácilmente con el tono erótico que el autor expresa; en el otro lado del péndulo podemos citar el término “natural”, que es usado para un texto de difícil comprensión erótica.

Pero en fin, debemos dejar al grueso de los lectores en la posibilidad de conectarse con el hilo erótico del autor, al coincidir con las evocaciones personales de cada quien, en esa interacción ya citada que se da entre escritor y lector, para que cada uno viva su experiencia erótica a través de la lectura de los textos. Dicha experiencia cobraría mayor valor, dado el carácter personal de la lectura y la capacidad del arte para mover emociones y sentimientos al conectar el alma del creador, implícitamente involucrada en la obra, con el alma de cada lector que a cabalidad disfrute de la obra. En este rejuego interactúan las experiencias y la memoria evocativa particular en el renglón que nos ocupa, y dado el carácter subjetivo y personal del erotismo, las posibilidades son un paréntesis abierto al infinito.

Para finalizar, quiero reforzar el rol de la memoria evocativa del autor y el vuelco de sus experiencias personales, como banco de datos al que le echó mano para construir la obra, ya que, al interior de los textos, encontramos frecuentes referencias a canciones, películas, imágenes fotográficas y pictóricas, que él yo poético de León Félix Batista trasvasa a imágenes poéticas, con carga lírica y/o erótica, con gran acierto. Claro está, también tengo que consignar que el flujo poético no es constante, pasando a veces a textos de predominio descriptivo o narrativo con un fuerte carácter conceptual. La rima no fue objetivo del autor y el ritmo, dentro de las composiciones poéticas, es muy fluctuante. Y por último, es agradable destacar que el predominio evocativo que nos concita y nos provoca a lo erótico jamás cae en lo vulgar, aún en palabras que por su significado conllevarían fácilmente a dicha caída. No se encuentra una palabra descompuesta o repulsiva, que provoque o conlleve al rechazo de algún texto. León Félix Batista, con su rebuscado e intrincado lenguaje poético, nos regala este delirante vocabulario erótico construido de manera elegante en lo escritural y con altura del pensamiento, para aguijonear el consciente y el inconsciente del lector, buscando provocar una experiencia estética que reta a la razón y a la intuición.

viernes, 4 de enero de 2013

La muerte es como una calle que, en un tramo determinado, se interrumpe: LORENZO GARCIA VEGA entrevistado


-¿De qué está hecha la playa Albina? ¿Cuál es su ubicación geográfica (o mental) exacta?

-De un ascetismo, de un ascetismo tanto más implacable, cuanto que se cofunde con el destino. Playa Albina es, en fin, lo que a uno no le queda más remedio. En este lugar, he tenido experiencias tan inolvidables como llegar a convertirme en mi heterónimo el doctor Fantasma, o sea convertirme en ese personaje que antes, siendo él funcionario estructuralista del CONICIT de Caracas, llegué a conocer (¿lo conocí o lo soñé?) en mis inolvidables años venezolanos. En este lugar, como sólo tuve, durante una prolongada temporada de experiencia etílica (temporada en la que escribí mis “Collages de un notario”), la posibilidad de dirigirme diariamente, tal como si se tratase de un peregrinaje, a un solar yermo donde habían botado un colchón viejo, llegué con ello a entrar en una especie de misticismo Pop donde, aunque careciendo de la más mínima habilidad manual, me llegué a convertir en un heterónimo Constructor de Cajitas. En este lugar, en fin, he terminado como tenía que terminar un hombre que toda su vida ha tenido el oficio de perder (sobre este oficio de perder, estoy escribiendo algo así, más o menos, como unas memorias): o sea, he terminado, a mis setenta años, en lo que esotéricamente el poeta venezolano Santos López ha calificado como una iniciación pero que manifiestamente sólo parece ser el ejercicio del oficio de bag boy, en un Publix de este arenal donde vivo.

Playa Albina, si quieres saber más, es también mi manera de ser cuban american. Pues tú y yo, mi querido amigo Batista, también somos minoría étnica, pero... Lo que pasa es que como no cultivamos el realismo editorial, no cobramos por eso.

Y, por último (¿pero por qué me enredo en decir esto que no va a ser entendido?), Playa Albina fue antes, como sueño, en Cuba, así como lo es ahora aquí, en La Florida, como realidad concreta (¿concreta?). Playa Albina, Miami, fue en los cubanos de mi generación (tanto los contras como los comunistas, nuestros comunistas, han sido siempre unos estalinistas consumistas) el modelo soñado para encarnar en nuestra desdichada isla. Pero no quiero seguir hablando de eso. No me interesa la política.

-Pienso que tus textos se explayan en una vitalidad extraordinaria, incluso en los pasajes pesimistas o de profundo cuestionamiento del sujeto poético, de su funcionalidad. Y pienso que eso se deja ver en el hecho de referirte con frecuencia a tu infancia en el Central Australia, o en tu auto-acusación de “padecer de inmadurez”.

-Me alegra que me digas eso, amigo León Félix, pues aquí en esta Playa Albina se está tan solo que hasta un amigo, aunque crea que uno es meritorio, puede pensar que lo que uno hace es como un buen jueguito de hábil fabricante de trucos, o como si uno se hubiera especializado, pero sin haber logrado triunfar en..., en diálisis, digamos. Es lamentable. Es lamentable que al convertirnos en fantasmas, o al entregarnos a la tarea de repetir y enumerar, de enumerar y repetir (“Todo texto es un catálogo”, decía Duchamp), no se sepa que uno está tratando de rescatar, a como pueda, una increíble, pero cierta, nevada que, precisamente en el Central Australia, se está seguro que se llegó a ver.

Y en cuanto a esa inmadurez en que tanto he insistido, sí quiero que se me vea en ella. Lo único que no me he permitido ni nunca me lo permitiré es ser oportuno. Por eso, después de mis Años de Orígenes, no quisiera volver a hablar sobre eso. No me gusta cobrar por lo que fui.

-¿La muerte?

-Me sospecho que en este oficio de bag boy, en esta iniciación de que habla el poeta Santos López, ya debe de estar su poquito de muerte. Me sospecho que hay algo así como una calle que, en un tramo determinado, se interrumpe, y está hablando.

-Al lector le parece evidente que, de la generación de Orígenes, la tuya es la poesía más fresca y atrevida. ¿Tiene que ver en esto el hecho de ser usted el benjamín de Orígenes?

-No, esto no tiene que ver con ninguna condición benjaminesca. Esto, más bien, tiene relación con una extraña raíz anacrónica. ¿Cómo explicarme? Yo tengo la costumbre decir las cosas así, sin explicarme, y a veces lo enredo todo. Pero voy a ver si aclaro lo que acabo de decir: se trata, lo confieso, que yo fui, en mi juventud, un curioso ejemplar de muchacho anacrónico enamorado de una vanguardia que tenía muy curiosos componentes: por una parte, esa vanguardia era como un telón de fondo, soñado, pero inexistente, de la década del 20 en que yo había nacido; y, por otra parte, esa vanguardia, extrañamente, estaba soñada como si Tom Mix, y los vaqueros que yo vi en las películas silentes de mi infancia, pudieran reducirse a la dimensión de unas figuras que se pudieran meter en unas cajitas semejantes a las que hacía Joseph Cornell.

-Háblame de ese constante rastreo de ti mismo, de esa lucidez y continua exploración del yo, de ese verse desde afuera de tus textos.

-Cumplo setenta años el mes que viene. Estoy ejerciendo, en un supermercado, el oficio de bag boy. Pero, ¡le juro que le digo la verdad!, antes de acabar mis días como bag boy, pasé varios años viviendo, quizá inútilmente. Leía a Krishnamurti, y diariamente iba, como en procesión, hacia un solar yermo donde estaba tirado un colchón. Soñé ese colchón, tirado en el solar yermo. ¿Era un solar yermo como perteneciente a una tierra baldía? No, era un solar yermo-solar yermo, no estaba haciendo literatura. Miraba al colchón y me planteaba asuntos como un cuadro que había pintado un loco. En ese cuadro había cuatro filas. En cada fila había cuatro casas iguales. El cuadro era amarillo.
Todo esto en la Playa Albina, por supuesto. Y como telón de fondo, por supuesto, la musiquita del carrito de helados del hombre de Nicaragua.

No sé cómo, en este mi oficio de perder, no me he acabado de joder. Pero no me jodí. Después mis años de peregrinación al lugar del colchón, me invitaron en Caracas a la Semana Internacional de la Poesía; y recibí una cartulina, en el supermercado donde trabajo, donde se hace constancia de mi alta calidad como bag boy.

-Hay la idea general de que, después de la Revolución, la literatura cubana más significativa se ha hecho en el exilio: Sarduy, Cabrera Infante, José Kozer... ¿Se trata de una falacia?

-Eso, como dice el Catecismo: “No me lo preguntéis a mí. Doctores tiene el Santo Madre Profesoral que os sabrán responder.” Eso sí, existe en este exilio poético y profesoral una especie de destierro que no entiendo muy bien. Se trata de unos nietos de Orígenes, sentimentales neobarrocos, que hablan de un paisaje donde hubo una fiesta innombrable. Es curioso, porque yo que viví durante los años de Orígenes, nunca vi nada de eso. La literatura, verdaderamente, puede conducir al delirio. Y es bueno que así sea. Pero lo malo es que el delirio se vaya a convertir en algo profesoral y reglamentado. Un delirante, bajo formalidades de tesis de grado, es demasiado.

-La pregunta inevitable: ¿cómo eran sus relaciones con Lezama, y cómo fueron hacia el final de su vida?

-Esta es la pregunta de los 64 millones. Ya hablé de eso en Los años de Orígenes y parece que tendría que seguir hablando. Pero ¿para qué? En Hispanoamérica no hay público lector, sino sólo profesores que leen por obligaciones de su cargo y escritores que leen a otros escritores. Pero lo malo, por supuesto, no es eso, lo malo es que aquí todo el mundo mira para el otro lado cuando se toca una estatua, o cuando se le tira un huevo a un bombín de mármol.

Además, a mí ya solo me gusta hablar sobre las cajitas, y hablar de cómo los textos se pueden reducir a cajitas. Repito, una vez más, que vivo en una Playa Albina, que descubrí a un doctor Fantasma, y que hasta, también, me he vuelto un fantasma. Aunque, ¡quién sabe! Como estoy escribiendo unas memorias, y las memorias tienen que ver con los testamentos, me considero que ya me acabé de morir, y vuelvo, desde el más allá, a hablar sobre Lezama. Pero no aseguro nada, los viejos, y mucho más los viejos que viven en una Playa Albina, dicen ya lo que les da la gana. De todas maneras, nadie se va enterar.



Esta entrevista a Lorenzo García Vega (1926-2012) fue realizada por
León Félix Batista (1964), publicada en el N° 20 de Realidad
aparte (verano 1998), revista de poesía que editan en Nueva York Gabriel Jaime Caro, Alonso Mejía y León Felipe Larrea y posteriormente por el Diario de Poesía, Buenos Aires. (foto con Lorenzo García Vega, Nueva York, 1998)