viernes, 4 de enero de 2013

La muerte es como una calle que, en un tramo determinado, se interrumpe: LORENZO GARCIA VEGA entrevistado


-¿De qué está hecha la playa Albina? ¿Cuál es su ubicación geográfica (o mental) exacta?

-De un ascetismo, de un ascetismo tanto más implacable, cuanto que se cofunde con el destino. Playa Albina es, en fin, lo que a uno no le queda más remedio. En este lugar, he tenido experiencias tan inolvidables como llegar a convertirme en mi heterónimo el doctor Fantasma, o sea convertirme en ese personaje que antes, siendo él funcionario estructuralista del CONICIT de Caracas, llegué a conocer (¿lo conocí o lo soñé?) en mis inolvidables años venezolanos. En este lugar, como sólo tuve, durante una prolongada temporada de experiencia etílica (temporada en la que escribí mis “Collages de un notario”), la posibilidad de dirigirme diariamente, tal como si se tratase de un peregrinaje, a un solar yermo donde habían botado un colchón viejo, llegué con ello a entrar en una especie de misticismo Pop donde, aunque careciendo de la más mínima habilidad manual, me llegué a convertir en un heterónimo Constructor de Cajitas. En este lugar, en fin, he terminado como tenía que terminar un hombre que toda su vida ha tenido el oficio de perder (sobre este oficio de perder, estoy escribiendo algo así, más o menos, como unas memorias): o sea, he terminado, a mis setenta años, en lo que esotéricamente el poeta venezolano Santos López ha calificado como una iniciación pero que manifiestamente sólo parece ser el ejercicio del oficio de bag boy, en un Publix de este arenal donde vivo.

Playa Albina, si quieres saber más, es también mi manera de ser cuban american. Pues tú y yo, mi querido amigo Batista, también somos minoría étnica, pero... Lo que pasa es que como no cultivamos el realismo editorial, no cobramos por eso.

Y, por último (¿pero por qué me enredo en decir esto que no va a ser entendido?), Playa Albina fue antes, como sueño, en Cuba, así como lo es ahora aquí, en La Florida, como realidad concreta (¿concreta?). Playa Albina, Miami, fue en los cubanos de mi generación (tanto los contras como los comunistas, nuestros comunistas, han sido siempre unos estalinistas consumistas) el modelo soñado para encarnar en nuestra desdichada isla. Pero no quiero seguir hablando de eso. No me interesa la política.

-Pienso que tus textos se explayan en una vitalidad extraordinaria, incluso en los pasajes pesimistas o de profundo cuestionamiento del sujeto poético, de su funcionalidad. Y pienso que eso se deja ver en el hecho de referirte con frecuencia a tu infancia en el Central Australia, o en tu auto-acusación de “padecer de inmadurez”.

-Me alegra que me digas eso, amigo León Félix, pues aquí en esta Playa Albina se está tan solo que hasta un amigo, aunque crea que uno es meritorio, puede pensar que lo que uno hace es como un buen jueguito de hábil fabricante de trucos, o como si uno se hubiera especializado, pero sin haber logrado triunfar en..., en diálisis, digamos. Es lamentable. Es lamentable que al convertirnos en fantasmas, o al entregarnos a la tarea de repetir y enumerar, de enumerar y repetir (“Todo texto es un catálogo”, decía Duchamp), no se sepa que uno está tratando de rescatar, a como pueda, una increíble, pero cierta, nevada que, precisamente en el Central Australia, se está seguro que se llegó a ver.

Y en cuanto a esa inmadurez en que tanto he insistido, sí quiero que se me vea en ella. Lo único que no me he permitido ni nunca me lo permitiré es ser oportuno. Por eso, después de mis Años de Orígenes, no quisiera volver a hablar sobre eso. No me gusta cobrar por lo que fui.

-¿La muerte?

-Me sospecho que en este oficio de bag boy, en esta iniciación de que habla el poeta Santos López, ya debe de estar su poquito de muerte. Me sospecho que hay algo así como una calle que, en un tramo determinado, se interrumpe, y está hablando.

-Al lector le parece evidente que, de la generación de Orígenes, la tuya es la poesía más fresca y atrevida. ¿Tiene que ver en esto el hecho de ser usted el benjamín de Orígenes?

-No, esto no tiene que ver con ninguna condición benjaminesca. Esto, más bien, tiene relación con una extraña raíz anacrónica. ¿Cómo explicarme? Yo tengo la costumbre decir las cosas así, sin explicarme, y a veces lo enredo todo. Pero voy a ver si aclaro lo que acabo de decir: se trata, lo confieso, que yo fui, en mi juventud, un curioso ejemplar de muchacho anacrónico enamorado de una vanguardia que tenía muy curiosos componentes: por una parte, esa vanguardia era como un telón de fondo, soñado, pero inexistente, de la década del 20 en que yo había nacido; y, por otra parte, esa vanguardia, extrañamente, estaba soñada como si Tom Mix, y los vaqueros que yo vi en las películas silentes de mi infancia, pudieran reducirse a la dimensión de unas figuras que se pudieran meter en unas cajitas semejantes a las que hacía Joseph Cornell.

-Háblame de ese constante rastreo de ti mismo, de esa lucidez y continua exploración del yo, de ese verse desde afuera de tus textos.

-Cumplo setenta años el mes que viene. Estoy ejerciendo, en un supermercado, el oficio de bag boy. Pero, ¡le juro que le digo la verdad!, antes de acabar mis días como bag boy, pasé varios años viviendo, quizá inútilmente. Leía a Krishnamurti, y diariamente iba, como en procesión, hacia un solar yermo donde estaba tirado un colchón. Soñé ese colchón, tirado en el solar yermo. ¿Era un solar yermo como perteneciente a una tierra baldía? No, era un solar yermo-solar yermo, no estaba haciendo literatura. Miraba al colchón y me planteaba asuntos como un cuadro que había pintado un loco. En ese cuadro había cuatro filas. En cada fila había cuatro casas iguales. El cuadro era amarillo.
Todo esto en la Playa Albina, por supuesto. Y como telón de fondo, por supuesto, la musiquita del carrito de helados del hombre de Nicaragua.

No sé cómo, en este mi oficio de perder, no me he acabado de joder. Pero no me jodí. Después mis años de peregrinación al lugar del colchón, me invitaron en Caracas a la Semana Internacional de la Poesía; y recibí una cartulina, en el supermercado donde trabajo, donde se hace constancia de mi alta calidad como bag boy.

-Hay la idea general de que, después de la Revolución, la literatura cubana más significativa se ha hecho en el exilio: Sarduy, Cabrera Infante, José Kozer... ¿Se trata de una falacia?

-Eso, como dice el Catecismo: “No me lo preguntéis a mí. Doctores tiene el Santo Madre Profesoral que os sabrán responder.” Eso sí, existe en este exilio poético y profesoral una especie de destierro que no entiendo muy bien. Se trata de unos nietos de Orígenes, sentimentales neobarrocos, que hablan de un paisaje donde hubo una fiesta innombrable. Es curioso, porque yo que viví durante los años de Orígenes, nunca vi nada de eso. La literatura, verdaderamente, puede conducir al delirio. Y es bueno que así sea. Pero lo malo es que el delirio se vaya a convertir en algo profesoral y reglamentado. Un delirante, bajo formalidades de tesis de grado, es demasiado.

-La pregunta inevitable: ¿cómo eran sus relaciones con Lezama, y cómo fueron hacia el final de su vida?

-Esta es la pregunta de los 64 millones. Ya hablé de eso en Los años de Orígenes y parece que tendría que seguir hablando. Pero ¿para qué? En Hispanoamérica no hay público lector, sino sólo profesores que leen por obligaciones de su cargo y escritores que leen a otros escritores. Pero lo malo, por supuesto, no es eso, lo malo es que aquí todo el mundo mira para el otro lado cuando se toca una estatua, o cuando se le tira un huevo a un bombín de mármol.

Además, a mí ya solo me gusta hablar sobre las cajitas, y hablar de cómo los textos se pueden reducir a cajitas. Repito, una vez más, que vivo en una Playa Albina, que descubrí a un doctor Fantasma, y que hasta, también, me he vuelto un fantasma. Aunque, ¡quién sabe! Como estoy escribiendo unas memorias, y las memorias tienen que ver con los testamentos, me considero que ya me acabé de morir, y vuelvo, desde el más allá, a hablar sobre Lezama. Pero no aseguro nada, los viejos, y mucho más los viejos que viven en una Playa Albina, dicen ya lo que les da la gana. De todas maneras, nadie se va enterar.



Esta entrevista a Lorenzo García Vega (1926-2012) fue realizada por
León Félix Batista (1964), publicada en el N° 20 de Realidad
aparte (verano 1998), revista de poesía que editan en Nueva York Gabriel Jaime Caro, Alonso Mejía y León Felipe Larrea y posteriormente por el Diario de Poesía, Buenos Aires. (foto con Lorenzo García Vega, Nueva York, 1998)

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