miércoles, 27 de marzo de 2013

ENTREVISTA A DEREK WALCOTT AL RECIBIR EL NOBEL (1992)



PREGUNTA: La gente que está familiarizada con su trabajo no se sorprendió demasiado de que obtuviera el Premio Nobel este año [1992], pero usted si parece que lo está. ¿Por qué?

RESPUESTA: Bien. Había escuchado rumores durante años de que era el primero en la lista de candidatos. Y uno siempre siente que hay otros que lo merecen más. Pero tú continúas con tu vida y sacas eso de tu mente. Entonces, es siempre una sorpresa.

P: Como un poeta moderno que a veces habla con voz isabelina, ¿cuál es su relación con la tradición occidental, en esta época de multiculturalismo y afrocentrismo?

R: Yo no creo que esos términos necesariamente apliquen al Caribe, que es por naturaleza una multicultura. Usted sabe, la población del Caribe no es sólo africana sino también, en gran parte, india. De ahí que piense que el Afrocentrismo es una cosa un tanto peligrosa para el Caribe, especialmente para un lugar como Trinidad, que tiene que acomodar la variedad de su población. Esos son términos foráneos para mí. Para mi no son aplicables al Caribe.

P: ¿Hay una cultura caribeña distinta, incluso fuera del Caribe?

R: Hay una cierta nostalgia en tratar de hacer un gueto de ti mismo. Si vives en un lugar que es variado y que tiene su propia cultura, no hay peligro en ser absorbido o en entender los lugares en que estés. Si vives en New York o Londres, puedes preservar el lugar del que vienes. Pero creo que puede ser a veces peligroso, en cierta medida, reunirse en guetos llenos de nostalgia y de quejas. El asunto es salir y participar en la variedad de la cultura en la que estás envuelto.

P: En algunas de sus piezas usted se ve luchando con lealtades divididas, como negro caribeño y como intelectual educado en Londres. ¿Es esa lucha la esencia de lo que usted escribe? Y si esa lucha fuera resuelta, ¿Seria su poesía diferente?

R: La contienda siempre ha existido en el Caribe. Es una lucha entre dos mundos: los orígenes del Caribe y el Nuevo Mundo contemporáneo. Cada escritor caribeño encarna ese tipo de conflicto. Es resuelto, regularmente, con libros y obras de arte que salen del Caribe. Puede ser que ellos contengan el conflicto, pero la forma del eventual producto es, en la novela o la pintura o el poema, lo que describe la evolución de la identidad caribeña.

P: ¿Cuál es su opinión acerca de Poder Negro, el Panafricanismo y otros conceptos similares?

R: Depende del momento en que esté hablando. Poder Negro no existe ya más; no se describe a si mismo de ese modo ya más. Si usted se refiere a la condición del afro-americano en New York, todo el mundo puede ver el trato que recibe. Observe a Los Angeles y verá.

P:¿Existe una condición similar para el afro-caribeño aquí en Estados Unidos?

R: No me gusta todo este énfasis en lo afro-caribeño. Tenemos que reconocer la realidad de la presencia de lo indio en el Caribe. No pienso que este énfasis en África, que en el Caribe es en ocasiones demasiado beligerante, sea un énfasis feliz. Porque si los indios hablaran así, los africanos se molestarían. Si los africanos lo hacen, nadie está supuesto a enojarse. Yo no creo que esa sea la composición de la sociedad caribeña.

P: Quizás no lo sea en el Caribe, pero estamos hablando de la sociedad caribeña aquí [Estados Unidos]. ¿Cree usted que haya una condición diferente?

R: No creo que haya una condición diferente para el inmigrante indio en los Estados Unidos. Esta gente es vista como una minoría racial, y en la unión de la identidad de una minoría racial es que está su fuerza. Todos los que son considerados como minorías raciales -el puertorriqueño, el chicano, el indio, el africano- deben unirse y enfatizar el hecho de que están siendo tratados como ciudadanos de segunda. Pero dividirse entre ellos es hacer exactamente lo que otra gente quiere: mantenerlos riñendo y peleando.

P: ¿A quienes ve usted como su audiencia?

R: En el teatro, mi audiencia inmediata es la audiencia caribeña. Porque ellos reconocerán lo que yo estoy tratando de describir. En cuanto concierne a la poesía, tú escribes para un lector inmediato, y esperas que se entienda qué estás tratando de articular. No es para el gran público.

P: ¿Puede la poesia comprometer las masas?

R: Yo no pienso que la poesia crea en algo como las masas. La poesía es concebida en una imaginación inteligente, receptiva, de parte tanto del lector como del escritor. Es casi como algo de tú-a-tú.

P: ¿Apoyan los gobiernos y la gente caribeña su literatura?

R: La mayoría de los gobiernos caribeños que podrían hacerlo son muy negligentes en la manera en que pueden ellos directamente promover las artes. No crean presupuestos para la presencia de las artes en sus comunidades. No otorgan suficientes becas. No levantan suficientes edificios, museos, teatros, cosas así. Ellos dan por hecho que estas cosas seguirán por sí solas, mientras que es trabajo suyo el proveer esas instalaciones.

P: ¿Necesita la gente del Caribe esta clase de exposición?

R: Si. Cada generación arriesga su perdición si la negligencia continúa, especialmente la generación de actores.

P: ¿Por qué ha escogido usted a Trinidad como el lugar del Caribe en que pasa mucho de su tiempo? ¿Qué le da Trinidad a usted?

R: Ahora paso tanto tiempo en Santa Lucía como en Trinidad. Pero Trinidad encarna para mí exactamente lo que estoy describiendo: todas las razas del mundo contenidas en un espacio y viviendo juntas tan amistosamente como cualquiera puede esperar.

P: El reggae, el calipso y la soca son considerados la poesía callejera del Caribe como el rap, su contraparte americana. ¿Hay alguna relación entre su obra y estas formas musicales?

R: En el teatro, ciertamente. He escrito piezas sobre el reggae. He escrito musicales.

P: ¿Y en su poesia?

R: No. Hay una cosa llamada la representación de la poesia, mayormente en el teatro, el cual yo he escrito. Y también está la poesia en sí. Yo no creo que la poesía deba ser actuada.

P: En la primavera de 1991 el American Repertory Theatre in Massachusetts representó su pieza “Steel” [Acero], la primera vez en su historia que estrenaban una obra de un dramaturgo negro. Yo sé que usted prefiere ser calificado como un dramaturgo de la India Occidental en vez de dramaturgo negro. ¿Por qué esta preferencia?

R: Porque sería caer en la trampa que te tiende Norteamérica. No me interesa si es el primer drama de un dramaturgo negro. Lo que quiero saber es si es un buen drama o no. Y no lo fue. Eso es lo principal. Ahí tienes el primer gran fracaso de un dramaturgo negro. Estoy trabajando en la obra y la quiero convertir en lo que debería ser. Pero todas estas definiciones que se hacen en este país simplemente irritan a un indio-occidental. Es insultante. Si alguien piensa que es un logro el tener una pieza en el ART, entonces algo anda mal con esa persona o esa cultura que piensa que te va a congratular con algo que aparenta ser normal para un escritor blanco. Eso es ejercer de protector.

P: ¿Cuán importante es para usted que sus piezas se representen en Broadway, logrando igual reconocimiento que su poesía?

R: Nada. No estoy interesado en Broadway. No estoy interesado en la particularidad del teatro americano. Mi primera responsabilidad es si el drama resulta verdadero para la audiencia caribeña. Esa es mi única responsabilidad. Si sucede algo además de eso, es sólo una consecuencia del intento de hacerlo bien en primer lugar. “Steel” debe estar bien para Trinidad. Si es un mega-hit en Broadway y un fracaso en Trinidad, eso sí sería estúpido.

P: ¿A qué aspira ahora?

R: Tengo todavía mucho trabajo que hacer. El premio Nobel no te hace mejor y no detiene tu obra. Tengo un libro de ensayos y unos cuantos dramas en los que estoy trabajando.

(Traducción de León Félix Batista)
New York Newsday, Noviembre 18, 1992

domingo, 17 de marzo de 2013

¿QUÉ LEER? Caducidad (reseña)




Ibeth Guzmán
ibethguzman@gmail.com
http://www.listin.com.do/ventana/2013/3/15/269688/Caducidad

Hace poco tiempo que León Félix Batista dio a sus lectores la sorpresa de su nuevo libro, “Caducidad”. Este título permite un número ilimitado de inferencias, lo que obliga al lector a involucrarse de inmediato en una lectura intuitiva llena de curiosidad. Conforme esta búsqueda por el sentido avanza, se va tramando una suerte de trampa de la cual ya no se puede escapar. Pues los sentidos se van empapando de todo el espectro de situaciones confusas que van aconteciendo a un sujeto que no conocemos y al que solo atisbamos a adivinar en la significativa conjugación verbal de la primera persona. Esa inmersión lleva luego a diluir la frontera entre ese personaje y nosotros. Pues llega un momento en que la percepción se vuelve más nuestra que suya.

En cuanto a la forma, “Caducidad” es un libro que no se deslinda en los límites de la prosa poética ni en la lanza de un verso cortante. Es un constante caminar entre la catarsis de un yo tambaleante por la humareda de un lado de la modernidad que asquea y aturde. Una pestilencia que ata a los seres humanos hasta su inmundicia más elemental.

Ya en las postrimerías del libro se va orquestando una lección, una que se erige como una experiencia de vida en el personaje. Con este detalle la obra asume unos aromas que lo novelan, que lo colocan justo al borde de una narración. Pero no le suceden a este giro dos páginas para que el lector vuelva a navegar en los mares de un lirismo que lo absorbe y asimila.

Al oído, “Caducidad” resuena como río caudaloso empedrado con láminas de hierro. Una musicalidad estruendosa, que conduce el poema por los nichos de voces de antaño. Un recuento se sentidos que se unen y separan en las comparaciones más disímiles, en las metáforas más mórbidas.

El estilo de Félix Batista mantiene una doble coherencia. La histórica, que lo ha definido desde sus primeras producciones, y la teórica, perteneciente siempre a la corriente neobarroca hispanoamericana. Esta fidelidad conceptual hace que se pueda establecer una intertextualidad entre los propios textos del autor, hallando así una línea evolutiva en las producciones del autor.

Para comprender este libro es necesario ver la libertad como la plantea el poeta. Ser libre es expresar con todas las herramientas que posee el discurso aquello que atormenta una mente creativa. Aunque para ello es necesario camuflar el sentido con una dosis de humo que entretenga un poco para que la diana no estropee sus sentidos.

lunes, 11 de marzo de 2013

DOS POEMAS DE RICHARD KENNEY (New York, 1948)



Traducciones de León Félix Batista

HORAS (fragmento)


Comenzar esta historia una vez más, detrás del
mirador de cristal fino: otro niño nonato
y en crecimiento, manzanas rebosando arcones
detrás de la fábrica de sidra de Augusto, todas regadas
y oprimidas hasta pulpa, pronto, bajo el inmenso
roble viga derribada, como noche en día –en luna,
en sol... y así las estaciones en su reja
parecen ataviadas para esto. La presión ha vuelto un siglo,
o casi, aquí. Y casi al alba: el cinturón
de la eclíptica solar apretándose en el mediodía,
y anocheciendo al alba; en tanto aquí, adentro, la misma
suave luz estirará el cristal, comprimido en el calado
del marco, donde la vida empieza, de nuevo,
seminal: el punto de sangre en su infrarrojo–

La brasa brilla
finalmente roja
es epicentro
de la rosa

Génesis, entonces: una yema diminuta de flama
colorada, girando lisa, y quieta, cortada en claro, recompuesta
para formar la estancia –para formar el mundo– en que toda
luz se expande en el alba de este modo: punto rojo en remolino
alrededor del alto humero de piedra, para llenar
el ojo y llenar la mente y el montón de guijas del pozo
de los cielos con luz roja congelándose en azul... de nuevo
el tropo. Y he aquí la mancha de cristal, un filtro
del mundo del afuera (del que cada campo es un campo
de visión), donde los pájaros se elevan por un cielo
de cobalto, y las flores perforan la nieve, y tierra
franca en su pantalla en blanco –una chispa que es sentir
un aliento de aire en la agitación de fuelles negros expandiéndose–
empieza a fluctuar, parpadean luces verdes como de estroboscopio–

Recomenzar, mudado de la Naturaleza aún más lejos.
Digamos que este campo transmutante salpicado de rojo es la misma
descarga retinal, las varillas y los conos se reajustan cada día,
como arena que retorna a su cristal volcado, y noche, tinta
negra, que regresa a su pluma. Navegamos las estrellas distantes
de este modo, a través de telescopios, que vuelven el túnel
de visión así, de este a oeste, encienden
cada aurora, y vuelven la luz diurna hacia el descanso.
Tratamos de tomar nuestras medidas, con cuadrados tragaluces
contra su alféizar, metálicos rasguños en la muñeca...
el tiempo fluye en un sentido, se dice, y aún así los extraños
mecanismos de la mente detienen de algún modo
su línea indesmayable –así se apagan las estrellas, y vuelve
la luz de relicario, para adornar su almagesto laqueado–

El polen cierne
piedra arenisca
es el palíndromo
del brandy snifter

El tiempo fluye en un sentido, se dice, así un anochecer
de invierno inerte como el cuarzo devendrá en un cuarto rosa
pronto. ¿Quién sabe cómo los campos transmutantes
cambiarán tras las hileras de pupilas
o regresarán al verde? Yo no. Inerte y oportuno
he observado la pantalla, tomado vistas. He enumerado
en línea astros a distancia, he flojado heridas leves hacia atrás
en la memoria y en la noche –una narración
de especie. Si algunos de estos astros caen muertos
a lo largo de las curvaturas perforadas del espacio interno
o tiempo ahora –la cenicienta red de la cabeza–
dentro de esta bahía, vivaces permanecen. Innatos
o no, principios en un hilo trenzado están
en todas partes, y anticipan todas partes–

INERCIA

Equinoccio otra vez. Me siento
en paz, con whiskey, en el portal–
y anochecer, igual, opuesto–
y pondero avestruces que, extendidas
por la tierra, emplumadas como este huerto
es, han vestido el casco
planetario, como un tazón, al
revés. Así mareando. Yo querría
entender el calendario
que me vuelve también, como ciego, como ciego–
¡A qué reposo seguimos renunciando!
Ahora los manzanos son linternas de papel
iluminadas por el sol detrás
suyo. Pronto, invierno. Se laceran. Algunos
de ellos, desgarrados, revelan la misma
mecha, antes que muera. Unos pocos agotaron
abejas levantadas de las luces del portal, doblaron
una eclíptica aturdida. Ellos andan
un poco sobre el cemento frío;
sin duda morirán por la mañana.
Para la primavera la luz quemada del fanal
aluzará de nuevo, y los árboles mejorarán,
como retoñan los huertos otra vez–
Orillé las abejas cuando entraba.
Yo circulo también, ves; cabalgaré
la curva tenue generada aquí
hasta el mismo fin –hasta la cama,
donde el aliento faltará para cerrar la esfera
de lo oscuro-a-claro alrededor de mi cabeza–
Quietud, quietud, dirás, las más ásperas leyes
de la marcha, del amor, nunca pueden gobernar
nuestra emoción. Pérdida a pérdida
el amor se conserva –su bello nonio
está a tu alcance. Siento que se fija
su consuelo aquí; tus brazos, por turno,
me rodean, para inmovilidad, casi,
por un rato, el anochecer aturbantó
con vuelta y vuelta...un solsticio vernal
en el alma. Y entonces otra vez el virar–



Richard Kenney ha publicado tres libros de poesía: La evolución del pájaro sin vuelo (Yale University Press, 1984), Orrery (Atheneum, 1985) y La invención del cero (Knopf, 1993), ninguno traducido al español. Ha recibido becas de la fundaciones Guggenheim y MacArthur. Ganó los premios Rome en Literatura y el Lannan Literary Award. Enseña en la Universidad de Washington en Seattle.