viernes, 27 de mayo de 2011

TERCERA TARA


(Palabras del autor en la presentación de Delirium Semen en México, septiembre 24 de 2010, publicado en revista País Cultural número 11, Santo Domingo, diciembre 2010)
Alguna vez un famoso crítico dominicano, en introducción a una breve antología que incluía textos míos, afirmó que el de mi generación poética, llamada de los 80s, era “un discurso gago”, es decir, tartamudo, imaginando quizás, en su ácido río destructor, y dada la cercanía fónica de los términos, que el tartamudo es exactamente un mudo y no alguien cuyo decir potencia una sílaba con el eco de su tara, haciéndola, sin duda, destacar, al machacarla reteniendo en la glotis la palabra total, el sonido por decir. Debo conceder que, desde entonces, la escritura tartamuda me parece una alucinación y posibilidad fascinantes, y creo que tanto Huidobro como Oliverio Girondo estarían orgullosos de que los calificaran de poetas semimudos: Girondo girando orondo y en redondo y Vicente en sus molinos de gago lalilá. De modo que, visto así, lejos de irritarme, asumiría con gusto mi bautizo pontificador como Poeta Gago de la nación dominicana, con todos los privilegios y deberes que ello implique.
Pero qué va: muy distinto es mi caso. Dado que fui un niño enfermizo desde los 6 meses de edad, cuando en plena Revolución de Abril hube de padecer una cirugía casera ejecutada por mi vecina médico con cuchillos de cocina y cuanto instrumento quirúrgico apareciera en casa –niño que luego, en nuestro cuarto estrecho del caserío de una esquina de las calles arzobispo Meriño con arzobispo Portes a pocos pasos del mar Caribe (justo donde se encuentra hoy el Centro Cultural de España) desarrollaría un asma destructiva y demoledora–, en mi caso, repito, podría quizás hablarse de “discurso poético asmático”, aunque eso remitiría de inmediato a Lezama, y tal no es mi intención ni mi nave es de esas dimensiones.
Sin embargo, me parece evidente hoy, a varios años-apagones (éstos mucho más cortos pero más intensos que los años-luz), que estas prolongadas postraciones fueron las generadoras de mi interés prematuro por la palabra escrita. En aquella época lejana no se había sintetizado aún el milagroso albuterol, y mis pulmones colapsados por momentos, mis débiles fuelles vitales, eran bombardeados con oxígeno blanco que, desgraciadamente, sólo conseguía abrir una brecha limitada en mi sistema respiratorio, y vuelta a lo mismo ante la menor alergia, carrera rápida, risa estridente o influenza. De modo que, viendo el carrusel del mundo pasar ante mis ojos, envidiando el beisbol de los demás, tenía que leer. Y, al evitar lo más posible hablar, no fuera a ser que la vida se me escapara por la boca, al tener desesperadamente que conservar, dosificándola, mi pequeña ración de aire, tenía también que escribir, si quería vincularme con el mundo, si quería dar materia a mis sueños, expresar mi desesperación, si quería enviar una carta nostálgica a mi madre en Nueva York, si quería decir que te quería.
Ya la señorita Carmen me había mostrado el milagro del lenguaje en su escuelita de patio de la calle Bartolomé Colón, Villa Consuelo. Me entusiasmó sobremanera aquello de poder descifrar lo que mostraba un libro y además de poderlo repetir en mi cuaderno (“amiguito, préstame tu sacapuntas, para que me quede linda la caligrafía”). Entonces se hizo fácil entender a hurtadillas las revistas Vanidades de mis tías, la colección abundante de Selecciones de Reader’s Digest, las fotonovelas mexicanas en las que el cubano Frank Moro y muchísimos galanes más disfrutaban, imagino, que el fotógrafo pidiera repetir una y otra vez la toma movida donde había que besar a la protuberante protagonista. Y bueno, un día apareció en un rincón de casa, “porque a este carajito sí que le gusta leer”, el Lazarillo de Tormes, de manos de alguno de los enamorados de mis tías de artificio. Y después El Quijote y los poemas dulces de Salomé en la escuela, y Fabio Fiallo y Vargas Vila y toda Corín Tellado escondidos en el neceser de cualquiera de las tías, y en la peluquería, a punto de recibir mi nuevo recorte al rape, Marcial Lafuente Estefanía. Qué chévere, caramba, ¡yo también quiero escribir así!
Después, ya saben (no quiero hablar esta tarde demasiado, no vaya a ser que vuelva de repente el asma), me tomé el asunto en serio, publiqué mi primer libro, El oscuro semejante, en 1989, que de inmediato recibió 2 reseñas en los diarios, radicalmente opuestas entre sí: una en la que un compañero de generación decía que ese oscuro semejante bizqueaba (como ven, fui bizco mucho antes de ser gago) y otra admirablemente profunda y elogiosa de alguien a quien jamás había visto y a quien no envié mi libro para que lo reseñara: José Rafael Lantigua, hoy Ministro de Cultura y amigo sin dudas entrañable. Tal sería el panorama hasta este hoy: existen quienes detractan públicamente mi poesía argumentando que no entienden nada, mientras otros me susurran al oído mis supuestas excelencias y yo, sin ser creyente, citando siempre el libro de los libros: quien tenga ojos para ver que vea: yo soy yo, o eso creo, pero mis textos son ellos mismos o por lo menos no son yo.
Después de El oscuro semejante, donde creo haber pagado mi cuota de “poeta de poemas”, hice un duro silencio de 8 años buscando cómo decir lo mismo de otro modo. Las concepciones poéticas a la mano dejaron de satisfacerme; había que trascender el poema. La poesía, me decía, es otra cosa. Dejé entonces de buscar la poesía en la poesía y empecé a rastrearla en otras partes. Así nació Negro Eterno en 1997, excavando el numen oscuro del bolero. Se formó Vicio en 1999, rastreando el estro en la descripción torcida de todas las posturas sexuales posibles. Vino Burdel Nirvana, en 2001, fundido en la lírica posible de la moda femenina. Seguí mi rumbo insatisfecho, buscando la poesía del mar y del amor, de su, quizás, simbiosis, de su palíndromo en amor o mar, y lo llamé Mosaico Fluido, en 2006, hasta parar en un Pseudolibro, un libro falso, un discurso que no fluye, un libro que no es libro, pero editado como tal en 2008.
Este abordaje extraño del fenómeno poético tiene su justificación. Confieso abominar de la poesía y del poema, al menos de tal y como los ven hoy día media isla y media humanidad. El común aspira a practicar deportes extremos pero a leer poesía light, y yo me niego a ello, escribidor nadando contra la corriente en mi poema extremo. En realidad, lo que me gustaría poder escribir, para borrarme el asma de la mente, son catálogos, facturas comerciales, bachatas de pensamiento puro, guías del estado del tiempo o tratados de psicofarmacología, y vendérselos a ustedes como si fuese poesía y hasta ganarme unos centavos mientras me río muy bajito –no vaya a ser que haya de nuevo que nebulizarme. Cierto es que esta postura heterodoxa ante el lenguaje poético me ha granjeado situaciones singulares y ha logrado engrosar las anécdotas de mi ya enciclopédico ridículum vitae. Dos anécdotas son mis favoritas. La primera la debo a la señora Gordillo, una admiradora nicaragüense que encontró mis textos en la web: se pregunta cómo es posible que yo conozca tan a profundidad el cuerpo femenino y sus intríngulis deseantes siendo hombre, y asegura que en mis poemas se siente interpretada. La otra anécdota incluye también la internet, donde mi libro Burdel Nirvana aparece reseñado más veces entre los libros sobre moda y vestimenta que entre los poemarios. Lo mejor es que en Amazon punto com, Burdel Nirvana tiene un solo comentario, que reza: This Book is excellent and it’s not only because my father wrote it. He's a great author and his work is amazing (traducción: este libro es excelente, y no sólo porque lo escribió mi padre, etc. Firmado por mi hija mayor. ¿No les parecen las palabras más tiernas del mundo?
Por todo ello, por la que sería mi tercera tara (ese oído nulo que poseo ante la musiquilla pobre de las esferas líricas locales) escribí Delirium Semen, que aquí les dejo.

jueves, 19 de mayo de 2011

PALABRAS EN MI CALLE


Al decir racional, pero contaminado, del filósofo Pascal, “toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: de no saber quedarse tranquilos en una habitación.” Quizás sea cierto, o sea cierto en parte. Yo por lo menos pienso, observando otra vez mis derroteros, cosa a que me obliga este homenaje, que precisamente de ahí vendría mi Gracia, si me corresponde alguna.
Sucede que solemos olvidar, frecuentemente, que se vive en un espacio lo mismo que en el tiempo, que ambos tejen una red de sucesos inasibles y cuya fijación es el afán de la literatura. Y está claro que esa trama en que vivimos no es tejida por nosotros, de manera que nuestra representación es la de presas en la telaraña de la existencia.
Todo se va, sucede: fluye. Se irá este día también, nosotros nos descompondremos, la lluvia irá opacando mi nombre en esta calle. Y yo también me he ido y he vuelto y vuelto a ir, de todos los modos posibles: del y al regazo de mi madre, del y al hogar, del y al país, de unos brazos y a unos brazos, de unos preceptos estéticos y de vuelta. Si hubiera aceptado permanecer tranquilo dentro de mi habitación, en la comodidad de una oficina o compromiso; si no me hubiera movido en la maraña de todas las poéticas excavando mi propia voz, tirando páginas a la basura, borrando letras, buscándome constantemente; no sería hoy quien soy, no habría escrito y publicado esos 6 libros, no sería el compañero de esa mujer que amo.
Todo es viaje, Pascal, todo es un tránsito: es la naturaleza de la unidad más simple de materia. Todo está en movimiento permanente. Recuerdo la más viva expresión de esa inquietud en mí cuando, a los 18, opté por una beca para estudiar en Rusia, cambiando de idea luego en el camino. Recuerdo como hoy cuando, recién graduado de bachiller me fui a San Isidro, un poco en busca de obtener en la vida militar lo que no logró mi padre, para, de nuevo, sustraerme de esa horrible tentación. Recuerdo hoy, aquí, en presencia de mi madre, cuando abandoné academia, trabajo en un periódico y vida un poco estable para irme a vivir a Nueva York con ella. Si la vida se compone de mudanza y residencia ¿por qué debía permanecer tranquilo en un espacio? Hay que buscar el mundo, el cielo abierto, la ciudad, la calle.
La poesía también es una calle, una vía hacia el conocimiento, una de varias, vamos, que el poema no lo es todo, sino que es simplemente mi elección. Y una calle se recorre, pero también las líneas por donde van las letras. ¿Una calle tiene vida, personas, tramas, accidentes? También los tiene un libro. Calle y texto comparten, por ejemplo, la exposición al clima: una padece los meteoros, el otro las modas literarias. Poema y calle tienen calzadas, tarros con flores, niños jugando, sentimientos entre los seres que se aman o se odian, muerte, erotismo, adoración, perros que orinan en los árboles, cables, chichiguas, aromas, colores múltiples, quejidos, risas, canciones, pero también cloacas, sí. El poema consigue, lo mismo que la calle, la deseada unión de los contrarios, como Pascal quería: esos opuestos entre los cuales se halla el hombre “a la vez despedazado y atenazado.”
El hombre se encuentra aislado, dice Pascal, en su desgarramiento y soledad consigo. La poesía también es una isla, una terrible soledad y en una isla como la de donde soy toda calle desemboca en otra calle y esta última calle después muere en el mar. O nace, según lo quieras ver, indefinidamente.
Y es verdad que calle es calle, como bien saben decir nuestros filósofos del barrio: “la calle, la avenida, son la universidad donde se aprende de la vida”. Así piensan, eso exclaman, nuestros chicos: “en la calle aprenderás lo que nunca has estudiado, verás lo que nunca has visto, oirás lo que no has escuchado”. Calle es calle, dicen ellos, y una esquina es una esquina, pero calle es callejón si no sabes caminar. Mejor ve con cuidado.
Y bien puede que esta sea la tautología más fácil del idioma. Pero al igual que calle es calle, poesía es poesía. Y yo estoy en esta calle en persona y en imagen precisamente por la poesía que escribí. Esa poesía, de la que soy apenas un vehículo, un vehículo que va por esa calle de la literatura nacional y ojalá que universal; una calle por la que la poesía puede discurrir en tinta, poesía que las autoridades del Ministerio de Cultura y de la Feria Internacional del Libro han querido homenajear.
Ellos, los responsables de mi emoción de hoy están aquí, conmigo: mi amigo poeta José Rafael Lantigua, compañero de avatares, Ministro de Cultura, ser humano sensible y entrañable, inteligente y capaz, solidario como pocos; y el hermano del alma Alejandro Arvelo, cuyas palabras tan hondo han calado en mí. Pero también están conmigo varias personas de esas que llamo “de primera vez”. Mi madre, por supuesto, primera persona del Verbo, el primigenio espacio vital: ese refugio cálido a donde siempre vuelvo cada vez que haga falta, pues tal vez la habitación de la que habló Pascal es la matriz. Mis compañeros de bachillerato, aquel tiempo-lugar donde empecé a escribir, exhibiendo mi poesía en los murales, murales que todos ellos atestiguaron. Mi amigo y mentor Pedro Cabrera, el primer crítico de tantos borradores, cuando activos y pasivos, facturas y cuentas T se mezclaban con poesía en el lejano 1982. Mis familiares que, cada vez que se aperciben de algún éxito que tenga, recuerdan que estuve al borde de la muerte en plena guerra civil, y repiten: “yo sabía que ese niño había venido al mundo para dejar su huella, y por eso no se fue.” Mis amigos poetas, mis amigos no poetas, mis lectores, los señores viceministros, los miembros de mi generación y los de otras, los compañeros de trabajo, los colegas de la maestría en Industrias Culturales; el poeta Mateo Morrison, padre de tantos de nosotros, Alexis Gómez- Rosa, gran poeta y proveedor de gran poesía, las autoridades de otras instancias, los talleristas, los estudiantes, gente que no está en persona, pero que tanto significan: mis hijos, mis hermanos: demasiado cariño el que he encontrado aquí, y que pude no haber hallado de haberme quedado esta mañana tranquilo en mi habitación.
Pero no termino aquí, más bien empiezo, porque ella está en la esencia y en el centro. Como al principio fue el Verbo, y supongo también que lo será al final, yo quisiera repetir, remedando la canción, que esta calle de mi vida al final tiene su nombre. El nombre de un poema, el nombre de un amor: el nombre tan querido de mi esposa.
Debo, sin embargo, reconocer, ya terminando, que de no haberme quedado al menos de cuando en vez dentro de mi habitación, no hubiera podido escribir tantos poemas. Aquí hay un punto para Pascal, según el cual, ya menos sentencioso, “el hombre es un ser medio y mediano, situado entre dos infinitos. Cuando aspira a lo superior, cae en lo inferior; cuando se sumerge en lo inferior, una luz lo eleva a lo superior. Entre el ángel y la bestia, anda por el mundo al parecer en continuo equilibrio. Más aún: el equilibrio en todo –entre el saber demasiado y el saber demasiado poco, entre el movimiento excesivo y el reposo completo– parece encajar en la condición humana tan exactamente que tendemos a recomendar al hombre atenerse siempre a su fundamental ser equilibrado. Ahora bien, el equilibrio es inestable. La posición media del hombre está, en rigor, compuesta de la lucha entre extremos, pues el hombre es a la vez un ser grandioso y miserable”. La naturaleza humana, escribió este pensador, es «depositaria de lo verdadero y cloaca de incertidumbre y de error, gloria y desperdicio del universo». Nada más y nada menos que lo mismo que una calle. En el fondo de ese equilibrio inestable acecha sin cesar la paradoja.
Y según dice el programa de esta feria del libro, hoy es el Día de León Félix Batista. Mi hora no ha llegado, pero mi día sí. Y tomando posesión de ese mandato, como dueño entre comillas de este espacio, hoy decido reescribir al pensador Pascal, y crear la Paradoja de la Calle: estoy aquí feliz y agradecido del homenaje, aunque confieso que lo que en verdad quisiera es estar encerrado en mi habitación leyendo y escribiendo, que es lo que me gusta hacer, asomándome a la calle también de cuando en cuando. Allí, frente a la página, es donde mi ser se vuelve sólido.
Y sin embargo, y he aquí la paradoja, abrumado de emoción y de belleza, aquí me quedaría a vivir, aquí en mi calle, aunque hace 30 años que resido en un poema.

MUCHAS GRACIAS POR HABERME ACOMPAÑADO.

XIV FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO, SANTO DOMINGO, 19 DE MAYO DE 2011

(en la foto: El Director General de la Feria del Libro, Alejandro Arvelo; el homenajeado, León Félix Batista; el Viceministro de Desarrollo Institucional, Mateo Morrison; la madre y esposa del homenajeado, Cristobalina Lugo e Ivelisse Pérez, respectivamente; el Ministro de Cultura, José Rafael Lantigua; y la Viceministra de Creatividad y Participación Popular, Bernarda Jorge.)

sábado, 14 de mayo de 2011

Calle León Félix Batista


Jueves 19 de mayo
Día de León Félix Batista
XIV FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO SANTO DOMINGO 2011

9:00 a.m.
Apertura de la Feria

10:00 a.m.
Acto de Inauguración de la Calle “León Félix Batista”.
(con la presencia de autoridades de la Feria, familiares y amigos del autor)
Calle localizada en el lado izquierdo del Museo de Arte Moderno, desembocando en el parqueo de la Cinemateca, justo detrás del restaurante Maniquí.

11:00 a.m. Pabellón de Escritores Dominicanos
Conversatorio del taller literario Salomé Ureña (Gaspar
Hernández) y Triple Llama (Moca) con León Félix Batista,
autor homenajeado del día. Organiza: DGTL.

12:00 a.m. Pabellón Libro-Cocina “Esperanza de Lithgow”
Almorzando con las Letras
León Félix Batista, escritor homenajeado del día

lunes, 2 de mayo de 2011

Gustavo Guerrero: Sobre la joven poesía hispanoamericana


Gustavo Guerrero
Sobre la joven poesía hispanoamericana
Carlos Javier Morales

Recientemente hemos tenido ocasión de conversar con Gustavo Guerrero (Caracas, 1957), catedrático de cultura hispanoamericana contemporánea en la Universidad de Cergy-Pontoise, al oeste de París, así como consejero literario para la lengua española de la casa Gallimard. Como investigador, crítico y ensayista de cuestiones literarias, es autor de libros tan imprescindibles sobre la evolución de la poesía y la literatura en general como La estrategia neobarroca (1987), Teorías de la lírica (1998) o La religión del vacío (2002). Como poeta, Guerrero es autor de los libros La sombra de otros sueños (1982) y Círculo del adiós (2006).

Este año, con motivo de la celebración del bicentenario del proceso de independencia de la América hispana, ha publicado una extensa antología de joven poesía hispanoamericana, titulada Cuerpo plural (Valencia, Pre-textos, 2010). En esta última materia hemos centrado nuestra conversación.

Desde tu luminoso prólogo apuntas hacia un proceso de desmitificación de la poesía que han consumado en Hispanoamérica las últimas promociones poéticas, las de los nacidos entre 1959 y 1979. Siendo esto cierto, ¿no crees que, después de la escritura de poetas tan decisivos como Nicanor Parra, Enrique Lihn o el mismo Borges, por ir un poco más hacia atrás en el tiempo, esa desmitificación de la poesía como luz suprema del hombre no es tampoco una novedad?

La postmodernidad es un fenómeno complejo que a menudo prolonga o acentúa procesos o tendencias que ya estaban presentes en el tiempo moderno, pero que sólo ahora, es decir, retrospectivamente y desde la postmodernidad misma, logramos percibir o entender cabalmente. Yo digo en el prólogo que la crítica al paradigma metafísico romántico empieza con nuestras vanguardias, antes de adquirir una forma más contundente y definida con la poesía de Nicanor Parra a mediados del siglo XX. Sin embargo, creo que hay una diferencia significativa entre el tipo de crítica del quehacer poético que podemos hallar en las vanguardias o en el Borges ultraísta, para tomar tu ejemplo, y la crítica que encontramos en poetas actuales, como el argentino Sergio Raimondi. Nuestros vanguardistas, por muy irreverentes que fueran, no dejaron de creer nunca en el poeta como héroe cultural ni en el arte y en la poesía como poderes supremos a la hora de reconciliar existencia y creación, e imaginar el proyecto de una sociedad futura. En este sentido, fueron utopistas, herederos del pensamiento romántico y, por ende, plenamente modernos. Pienso que el debate se plantea hoy de una manera diferente y en otro contexto, como crítica de esas ilusiones y del sistema poético que alimentaron durante dos siglos, al margen de toda agenda de futuros alternativos y desde una idea más modesta sobre el lugar de la poesía en nuestras sociedades. Y es que, entre modernidad y postmodernidad, se produce no sólo un cambio de época sino también de modelo de legitimación teórico. Si me permites la comparación, la distancia podría ser semejante a la que separó históricamente la crítica del aristotelismo entre los neoclásicos y la misma crítica hecha por los románticos. Una y otra tienen por centro el concepto de mímesis, como se sabe, pero la neoclásica se produce dentro del sistema aristotélico (y es un desesperado intento por salvarlo), mientras que la romántica va a abolirlo definitivamente e impone un nuevo paradigma poético. Lo curioso es que, al igual que hoy, muchos contemporáneos no se dan cuenta de lo que realmente está ocurriendo a fines del siglo XVIII y, como buenos conservadores, creen que, en el fondo, nada está cambiando.

¿Y no se debe esa reacción posmoderna, desmitificadora, lúdica e irrespetuosa hacia la grandeza de la poesía (que no se da en Europa de un modo tan generalizado), a una excesiva duración de la Modernidad en la poesía de la América hispana? Por ejemplo, ¿cómo es posible que, mientras Philip Larkin, W.H. Auden, Bertold Brecht o nuestro Blas de Otero, por poner algunos ejemplos extremos, practiquen una poesía sumergida en la vida cotidiana del hombre corriente y con una expresión aparentemente clara, en Hispanoamérica Lezama Lima u Octavio Paz, entre otros muchos, estén construyendo unos templos sagrados de la palabra, a cuyos herméticos recintos casi nunca tiene acceso la explícita experiencia cotidiana del hombre? ¿No percibes una asincronía entre los poetas de nuestra América y los del resto de Occidente? ¿A qué se debe esa larga extensión cronológica y ese prestigio que en Hispanoamérica ha tenido la moderna "tradición de la ruptura" y la concepción cuasirreligiosa de la poesía que ésta lleva implícita?

Uno de los problemas que existen para hablar de la posmodernidad dentro del ámbito cultural hispano (e incluyo a España aquí) es el formalismo y la inconsistencia con que se ha manejado entre nosotros este concepto (algo que no puede menos que remitir a nuestras dificultades con la idea de modernidad misma). Fernández Mallo acierta en su diagnóstico cuando afirma que no existe un verdadero correlato postmoderno dentro de la poesía española actual que pueda alinearse con lo que ocurre dentro del mundo del arte. Si el paradigma romántico parece perdurar tanto en la Península y en América Latina (la verdad, no veo muchas diferencias en esto entre las dos orillas) se debe, en buena medida, al trasfondo conservador de nuestra ciudad letrada, ya que la sacralización romántica de lo poético ofrecía la posibilidad de salvaguardar los fundamentos trascendentes de la existencia y el lugar de la religión en nuestras sociedades, oponiéndose o retardando el movimiento secularizador de la modernidad ilustrada. No olvidemos que un lector del simbolismo, como Lezama Lima, por ejemplo, comparte con Juan Ramón y con María Zambrano una interpretación metafísica del quehacer poético de muy clara raigambre católica, y que el grupo de la revista Orígenes la reivindica como parte esencial de su herencia española. La cuestión religiosa, como modo de resistencia a la secularización moderna, está, para mí, en el centro mismo de esta problemática que aún incide en nuestros modos de interpretar y valorar la poesía. No creo que el Octavio Paz de la madurez participara del todo de estas ideas ni tampoco que llevara su verso a los niveles de oscuridad que encontramos en el cubano. Muy al contrario, me parece un poeta, por lo general, bastante accesible, como Brecht o Auden. Tuvo además la lucidez de ser uno de los primeros intelectuales de nuestra lengua que se dio cuenta de que estábamos ante el fin del tiempo moderno y que entrábamos en una nueva era, como lo digo en el prólogo.

Y, volviendo a los jóvenes poetas de tu libro, ¿crees que esa desmitificación de la poesía, fruto también de una incertidumbre ante la vida y de una desconfianza hacia las posibilidades del conocimiento, da lugar a una escritura poética de menor calado y de menor pervivencia que la de sus predecesores?

Creo que da lugar, sobre todo, a una escritura diferente y que debemos aprender a leer de otra manera. Dos libros relativamente recientes de William Rowe, Hacia una poética radical (1996) y Poets of Contemporary Latin America (2000), ya han estudiado este problema. En ambos se plantea la necesidad de revisar los horizontes de recepción que hemos heredado de la modernidad y que, según Rowe, estarían condicionados por las vanguardias y la estética del compromiso político. Hoy tendríamos que leer a los poetas latinoamericanos buscando otra cosa: nuevas formas de representar la dinámica entre lo político y lo estético, entre individuo y sociedad, entre identidad y alteridad. Es seguro que tanto la utopía como la ambición metafísica le dieron a la poesía moderna una elevación que muchas veces no se encuentra entre los poetas más recientes. Pero ¿cuántos Juan Ramones, cuántos Nerudas de hojalata no hemos tenido que tragarnos también?

¿Significa esto que los jóvenes poetas hispanoamericanos no aprecian debidamente a sus predecesores modernos y a los poetas siguientes, a las grandes figuras de la segunda mitad del siglo XX?

Creo que más bien aprecian hoy a otros poetas que habían sido marginados o relegados a puestos secundarios dentro del canon moderno. Es el caso de Joaquín Giannuzzi en Argentina, o de Gerardo Deniz en México, o incluso de Rafael Cadenas en Venezuela. Sin embargo, quizás uno de los aspectos más interesantes de la relación con el pasado reside hoy en los nuevos sentidos que ha ido adquiriendo la práctica de la reescritura de autores canónicos. Poetas como el neobarroco paraguayo Joaquín Morales o el chileno Héctor Hernández Montecinos, por ejemplo, reescriben a Góngora o a Vallejo en clave postcolonial o gay, señalando la posibilidad de releer el pasado y de usufructuarlo en función de temas políticos o sexuales contemporáneos. Una vez más, se trata de una práctica —la reescritura— que es tan antigua como las versiones romanas de los poetas griegos clásicos o el Horacio reescrito por Garcilaso; pero la significación de la práctica en su nuevo contexto varía y es esa variación contextual la que le da un nuevo sentido. Porque para esta nueva generación el pasado no es ya ni un modelo inalcanzable, como en el Renacimiento, ni aquello que se debe superar para reinstalar incesantemente en el presente el ideal de progreso, como en las vanguardias. El pasado es hoy un repertorio estilístico al servicio de la expresión contemporánea (la moda nos lo muestra con cada nueva temporada) y también un lugar de experimentación en torno a las ideas de origen, linaje e historiografía que permite construir una poesía que problematiza conscientemente su relación con la historia y elabora un discurso crítico sobre sus señas de identidad.

Dices en tu texto prologal que has "querido reunir algunas de las voces y de los textos más desmitificadores y sugerentes de las últimas décadas, sobre todo los que tematizan la crítica de la sacralización moderna de la poesía". ¿Significa esto que hay otros muchos jóvenes poetas hispanoamericanos con voz propia que no están aquí por defender una visión distinta de la poesía, más respetuosa con la tradición de la Modernidad? ¿Cuáles serían algunas de esas voces que no encajan con tu criterio de antólogo y que ya tienen personalidad propia?

Siempre es delicado hablar de los que no están. Al armar la antología, me propuse hacer una apuesta clara por lo contemporáneo que diera de nuestro tiempo la visión más diversa posible, así que traté de evitar repetir el mismo tipo de propuesta y retener sólo las más singulares y acabadas. Hay miles de poetas "conversacionalistas" en Latinoamérica hoy, por ejemplo, pero no todos tienen el nivel del argentino Fabián Casas. Hay asimismo muchísimos poetas neobarrocos, pero no todos tienen el rigor o el riesgo del paraguayo Joaquín Morales o el dominicano León Felix Batista. Junto a la diversidad de las propuestas, me interesó igualmente su alcance crítico: ¿qué tienen que decirme estos poetas sobre la subjetividad contemporánea, sobre las culturas urbanas, sobre las migraciones, sobre la globalización, sobre la revolución tecnológica, sobre las identidades sexuales, sobre el lugar de la poesía en este ahora en que vivimos? Digamos que lo que me interesó en estos poetas fueron las preguntas que son capaces de suscitar en estos y muchos otros campos de la realidad actual. Porque, en el fondo, lo que yo le pido a la poesía hoy, como a cualquier práctica artística, no es que me repita lo que ya sé aunque resulte estéticamente aceptable, sino que me dé claves para entender el tiempo y el mundo en que vivo.

Para quien no haya leído aún este valioso libro, o lo haya leído ya y quiera hacer luego una recapitulación teórica, ¿cuáles serían los rasgos generales que definen a estos poetas hispanoamericanos nacidos entre 1959 y 1979?

Es una pregunta difícil cuando se parte de presupuestos como los míos, que ponen el énfasis más bien en la diversidad. Vattimo decía en alguno de sus libros que internet había creado un modelo de comprensión visual para la explosión de perspectivas, a la que asistimos desde hace dos décadas, y que hace que el arte no pueda responder ya a un solo criterio o un conjunto de criterios correlativos y unificadores. Aun así, creo que, en última instancia, lo que reúne a estos poetas es la doble conciencia del creciente aislamiento de la poesía en el marco de las prácticas culturales contemporáneas y la necesidad de encontrar un lugar nuevo para lo poético dentro de ese marco, pero ya al margen de las reivindicaciones modernas de una supuesta superioridad cognitiva o moral de la poesía.

Y, con respecto a sus coetáneos de España, ¿ves alguna diferencia esencial entre la poesía joven de las dos orillas, más allá de las individualidades de cada autor?

No conozco tan bien como quisiera la poesía joven española pero tengo la impresión de que ha sido un terreno de intensos debates entre poéticas muy opuestas en los últimos años. Quizás el aspecto que más me ha interesado en lo que se hace hoy en España es el viraje tecnológico que se está produciendo y las nuevas relaciones que se están planteando entre poética y ciberespacio. Como me lo ha dicho ya varias veces Vicente Luis Mora, es probable que las poesías jóvenes de las dos orillas de la lengua acaben encontrándose allí, en esa nueva instancia que ofrece la posibilidad de intercambios sin precedentes. Ojalá que así sea.

Que el lector español tenga en las librerías una antología de lo "último" que se ha escrito en la poesía hispanoamericana parece un fenómeno nuevo. Hasta hace quince años en España sólo se leía a los poetas de América que hubiesen llegado a una madurez creadora y a un notable reconocimiento internacional. ¿Es que la poesía hispanoamericana ha mejorado en su conjunto o es que los españoles nos hemos abierto más a todas las zonas geográficas de nuestra lengua?

Lo segundo me parece más cerca de la verdad. La antología Cuerpo plural fue patrocinada por el Instituto Cervantes y por la editorial Pre-Textos con ocasión de los bicentenarios de las independencias de nuestras repúblicas, y se quería que no sólo estuviesen representadas todas ellas, sino también todos los territorios del español americano, incluyendo el territorio chicano. Ojalá que la muestra sirva para ampliar el conocimiento que se tiene en España de la variopinta geografía americana de la lengua. Pero sería deseable asimismo que se armara paralelamente una antología de joven poesía española y que se distribuyera en Latinoamérica. Porque tampoco se conoce bien allí lo que se está haciendo hoy en la Península.

¿Cuáles son los problemas principales que has tenido que afrontar en una antología sobre tan amplio territorio geográfico y sobre unos poetas que aún no cuentan con una bibliografía muy extensa? ¿Cómo has superado esos problemas?

Creo que, en la práctica, sin internet y sin un equipo de lectores en los diferentes países, no habría podido realizar este trabajo. Fueron tres años de consultas, cartas e intercambios con poetas, escritores, universitarios y amigos, como Antonio José Ponte, Darío Jaramillo, Catalina Quesada, Pedro Araya, Julián Herbert, Edgardo Dobry y tantos otros a los que menciono en los agradecimientos y sin cuya ayuda no habría completado nunca la selección o habría tardado mucho más en completarla. Gracias a ellos, pude conseguir las direcciones de los poetas, los libros y las antologías necesarias; también les debo una descripción (y a veces hasta una discusión) de los valores que se manejan a nivel local para apreciar a estos poetas y una idea un poco más clara del lugar que cada uno de ellos ocupa en sus contextos nacionales. Pues dentro del juego de arbitrajes y equilibrios que sustenta la selección, se trataba de armonizar lo local y lo global, y no incluir sólo a los poetas ya reconocidos internacionalmente.

En este libro hay poetas de todos los países de nuestra América. ¿Has notado alguna relación entre la situación económica y social de cada país y la calidad de sus jóvenes poetas, o son dos ámbitos que corren desparejados?

Por suerte, los dos ámbitos siguen corriendo desparejados, como en tiempos de Rubén Darío, el poeta de Metapa, Nicaragua. Noto, sin embargo, que las cuatro grandes tradiciones de la poesía hispanoamericana –la mexicana, la peruana, la chilena y la argentina- aportan el mayor y más variado contingente a la antología, y que hay zonas, como Centroamérica, donde la renovación generacional tarda en llegar. Pero, en líneas generales, no veo ningún vínculo claro entre los niveles de desarrollo económico y social, y la calidad de lo que se está escribiendo en Latinoamérica. Lo que sí puede leerse en muchos de los poetas seleccionados, como el guatemalteco Javier Payeras, la cubana Damaris Calderón o el venezolano Luis Moreno Villamediana, es la tematización de la crisis por la que atraviesan sus sociedades. Pero me refiero a una tematización que elabora un discurso crítico nuevo, al margen de la teoría del reflejo tan cara a los viejos poetas comprometidos de los sesenta. También en esto el horizonte postmoderno impone un reto distinto: hallar nuevos modos de intervención pública y buscar la posibilidad de trabar nuevos lazos simbólicos entre estética y política.

http://www.poesiadigital.es/index.php?cmd=entrevista&id=65