miércoles, 10 de agosto de 2016

EL COSMOS DENTRO DE "UN MINUTO DE RETRASO MENTAL"

El tiempo siempre ha sido una interrogante para el hombre. Lo ha sido desde el punto de vista filosófico, poético, mítico, místico y físico; desde entonces ha perturbado la mente de Platón, de Aristóteles, de Albert Einstein, de Carl Sagan, Stephen Hawking, y de otros. El universo es inmenso, inmedible; por lo tanto, sólo un calendario cronológico distinto al planetario podría calcular la vastedad del multiverso. “Para expresar la cronología cósmica nada más sugerente que comprimir los quince mil millones de años de la vida que se asignan al universo (o, por lo menos, a su conformación actual desde que acaeciera el big bang) al intervalo de un solo año. Si tal hacemos, cada mil millones de años de la historia terrestre equivaldrían a unos veinticuatro días de este hipotético año cósmico y un segundo del mismo correspondería a 475 revoluciones efectivas de la tierra alrededor del sol” (Carl Sagan Los dragones del Edén. Biblioteca Muy Interesante. 1997. Pág. 22) Partiendo de los cálculos del astrofísico estadounidense, un minuto de nuestro calendario equivaldría entonces a 28500 años cósmico. Por lo tanto, no es exagerado argumentar que León Félix Batista ha comprimido el tiempo y ha metido el cosmos en un minuto de un año terrenal.
Jhon Dryden afirmaba que “Los simples poetas tienen la mente tan embotada como la de un sujeto ebrio, sumida siempre en la bruma, incapaces de ver o de juzgar las cosas con claridad. Para ser un eximio y cabal poeta todo hombre necesita estar en varias ciencias, poseer una mente lógica, analítica y, en cierta medida, matemática…” Si asumimos esta premisa como verdad poética es lógico inferir que UN MINUTO DE RETRASO MENTAL no es un simple juego de palabras para crear una complejidad semántica, sino que el poeta tiene conciencia del tiempo, como dimensión física que representa la sucesión de estados por los que pasa la materia. Y sabe, por demás, que además del tiempo cronológico existe un tiempo cósmico y un tiempo psicológico: el tiempo exacto para transgredir la cordura del sujeto pensante y hacerlo desvariar por los martirios de la vida. Aunque en términos médicos hay un clara diferencian entre demencia y retraso mental, en la psiquis colectiva del pueblo ambos términos son sinónimos de locura. Por lo que asumimos que el poeta se ha hecho eco de la definición popular y le ha dado a ambas expresiones la misma interpretación semántica. Por lo tanto, un minuto de locura es lo que necesita un hombre en celo para cometer uxoricidio, solo un minuto de demencia necesita un extremista para inmolarse en una plaza pública y lapidar a decenas de inocentes, y solo “un minuto de retraso mental” es necesario para que un hombre atormentado se quite la vida.
El tiempo psicológico no es lineal; por lo tanto, los hechos ocurren sin orden establecido, como una especie de caos. Muchas veces el pasado es una estela del futuro, y el presente es un punto fijo en dos instantes: un instante que se desliza hacia el ayer y otro que fluye hacia el porvenir. Por eso, para verter en sesenta segundos la demencia de un hombre perturbado, además de un tiempo atemporal incoherente, como su mente misma, es necesario un lenguaje distinto, un protolenguaje que rompa el orden morfosintáctico del discurso poético:
00:00:00
llegan llagas
para escindirse en fases
de aflicción que no segué

en órbita de turba
que el recuerdo desenrosca
de un ácido de siglos
asilado en los subsuelos

fardo infértil de los años en añicos
de recuerdos que me tengo que extirpar.

Este poema no pretende ni se puede leer con un diminuto hilo de cordura; sin embargo, como afirmaba Archibald Macleish, “A poem should no mean; but be” (un poema puede no tener sentido; pero es) En el primer segundo de demencia el delirio es tal que la incoherencia discursiva es notable en el actante. Pero el sentido estético que persigue el poeta no está en el valor semiótico de la palabra como signo cognitivo, sino en el valor acústico a través de la ruptura léxica del lenguaje. Lo fonético se impone en estos versos por encima del sentido interpretativo, como aspiraban los futuristas con el lenguaje záum: un lenguaje transmental que emancipara la poesía del vació del sentido racional que la hacía incomprensible.
Todos los segundos transcurren con las mismas inconexiones discursivas, pero en cada uno de ellos el estado irracional del actante es diferente, cada eslabón de la cadena que lo ata al delirio es distinto, como si cada momento de locura fuera una tortura diferente:
00:00:09
crudeza del consciente

del cerebro constrictor:
el solar de las heridas
con su feracidad
la suma de uno mismo en amalgama

el porqué de cada esquirla
en un coágulo de ayer:
subconsciencia de sequía
con ceniza que hizo escarcha
recogida de mi tiempo refractario.

El poeta no abandona al orate imaginario en su periplo demencial, sabe que el hombre, aún en su desequilibrio mental, no pierde la memoria semántica: aquella memoria de significados, entendimientos y otros conocimientos conceptuales que no están relacionados con experiencias concretas, pero que por un espacio-tiempo limitado produce cierta ilación racional. Por eso, está presente cuando sorpresivamente una gota de lucidez se aloja en las neuronas del sujeto, en este segundo de razonamiento el discurso poético se hace más diáfano, y no transgrede en demasía la lógica sintáctica:
00:00:41
hay alguien siempre en sombra
que mi carne no recuerda

como sujeto roto
que amenaza disolverse

un detrito que no fue desenterrado
pero sí reconstruido
en el recodo oscuro
de su esencia nebular

irá llegando en lava

metafísica figura
que la vida va a cobrarme
con tiniebla.

Como exigencia isotópica en UN MINUTO DE RETRASO MENTAL no hay un vaso comunicante entre los niveles fónico, morfológico, sintáctico y semántico. Sin embargo, aunque en todo el texto no aparece escrita la palabra “locura”, la recurrencia y repeticiones de los vocablos cráneo, cerebro, razón, amnesia, encéfalo, subconsciente, memoria, mente, pensamiento, consciente, pensar, olvido, córtex, psique y submental, todos vinculantes a las acciones neuronales del hombre, implícitamente nos dan la idea de locura:
00:00:36
un tornado contenido
en el encéfalo,
matraz con tempestades transparentes

intervendré sus nudos
con lucidez ilógica
de las aleaciones de la psique.

Si en término psicológico la memoria semántica es la memoria de significados, la memoria episódica está relacionada con las emociones y los conocimientos contextuales. Los recuerdos son episodios de un instante; por eso, cada segundo de UN MINUTO DE RETRASO MENTAL es un recuerdo anclado en la memoria:
00:00:46
los recuerdos son poemas
incubando una hecatombe

residuos no letales de aquello que no ha sido

los recuerdos son carroña del que regreso de errar
cenizas que susurran ciertas cosas

la reconstrucción quebrada
del abismo que uno es
hematomas que destilan anatemas.

Después de un largo recorrido por un tiempo abreviado, después de atravesar un laberinto de confusión y sufrimiento; después de transitar por un minuto cósmico que se hizo eterno, nada ha pasado: los recuerdos son “residuos no letales de aquello que no ha sido”:
00:00:59
estos son recuerdos turbios
de una mente con meandros

o tal vez la sumatoria
de sus nadas sucesivas

porque pudo este vacío
nunca haber tenido masa
de los vórtices de entonces

ni el olvido
donde se disolverá.

El poeta ha jugado con el espacio-tiempo, y como lector nos ha situado en dos dimensiones diferentes: el pasado y el presente. En la primera no sabemos si el retraso mental es un regreso introspectivo a la demencia; y en la segunda, si el sujeto mentalmente sano simplemente ha recordado aquel momento de locura. La inferencia es compleja porque es un círculo vicioso que nos lleva al punto de partida, si todo es un recuerdo, como afirma el poeta; entonces, recordar un momento de locura es caer de nuevo en la insania mental:
00:01:00
un minuto
de retraso mental

es un recuerdo…

La sensibilidad del hombre cambia con el paso del tiempo; por eso, es necesario buscar un nuevo lenguaje para expresar una nueva sensibilidad. (La expresión no es mía, a pesar de ingentes esfuerzos nemotécnicos no he podido recordar al autor) León Félix Batista es un poeta neobarroco; por eso, el neobarroco, como nuevo lenguaje, es el recurso que utiliza para penetrar en el submundo de un hombre desequilibrado. El neobarroco, sin entrar en detalles teoréticos, tiene como finalidad recuperar la subjetividad del sujeto, que ha disminuido por la plasticidad estética que abarrota el arte en todas sus manifestaciones. Las cosas existen más allá de las posibilidades expresivas del lenguaje, lo real-subjetivo, como esencia de la cosa misma, debe ser un Artificio, una herramienta que permita liberar al significante de la atadura del significado: como aspirara Severo Sarduy, uno de los grandes exponentes de la corriente neobarroca. Esto ha hecho León Félix Batista en UN MINUTO DE RETRASO MENTAL, transgredir el lenguaje para entrar en la psiquis del hombre por medio de artificios escriturales: un lugar oscuro donde el yo-subjetivo esconde sus ruidos existenciales, sus frustraciones, sus demonios; donde también esconde su demencia.
DR.
Joel Rivera.

lunes, 1 de agosto de 2016

José Mármol: León Félix Batista y el lenguaje poético in extremis


León Félix Batista es uno de nuestros escasos poetas con importante número de publicaciones en editoriales de otros países de Latinoamérica, además de contar con una elevada cuota de participación en antologías y renombrados festivales de poesía de Iberoamérica, Estados Unidos, Europa y otros contextos culturales. Se trata de una voz con un acento muy singular, que se alimenta de una concepción del decir poético que procura el reverso de la función llanamente expresiva de la lengua, cuando no, se instala en una perspectiva oblicua del giro idiomático, hecho que le acerca al movimiento hispanoamericano del neobarroco (un neobarroco sui géneris) protagonizado por poetas de habla hispana, sobre todo, en Estados Unidos, donde se radicó por espacio de casi veinte años, aunque no se adscribe plenamente a sus prolegómenos estéticos, sino que se impregna de la modernidad de la poesía norteamericana, con el newyorkino John Lawrence Ashbery como cabecera, entre otros tantos.

Nuestro poeta y ensayista no se contentó ni regodeó jamás con los preceptos estéticos de aquella corriente, sino que, habiendo abrevado en ella, la interpreta y asume a su modo, para construir una poética que alcanza ribetes propios e identidad, justo en un mundo y un tiempo de identidades difusas y esquivas, para hacer del sentido de cada palabra del idioma, un desafío léxico de significación en un orbe henchido de sensibilidad, sensualidad, mediación y dominio de los recursos técnicos del poema rítmicamente articulado. En postura de Demiurgo el poeta eleva su trino: “Yo pinto su perfil fijándolo a un desvío y (con esta sola hipótesis) le doy actualidad” (“lincería”). En ese “desvío” de la morfología sintáctica y de la carga semántica monda y lironda convencionales de la frase y los núcleos estriba, en buena medida, la particularidad de la voz poética de Batista, quien, además, si bien coincide con preceptos y reflexiones de ars poética propios de la Generación de los ochenta, se afana y consigue desmarcarse con el personal e inconfundible acento de su escritura creativa.

Le conocí durante el decenio de los 80 en el seno del Taller Literario César Vallejo, fundado por el poeta Mateo Morrison, en 1979, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). En aquel entonces, a mediados del decenio, había creado quien suscribe la Colección Egro de Poesía Dominicana Contemporánea, y bajo ese modesto y juvenil sello León Félix Batista publicó su primer poemario, su opera prima, titulado El oscuro semejante (1989).
Luego publicó Negro eterno (1997), accésit Premio de Poesía Casa de Teatro 1996; Vicio (1999), accésit Premio de Poesía Casa de Teatro 1998, Burdel Nirvana (2001), con el cual obtuvo el Premio de Poesía Casa de Teatro y mención especial del Premio Iberoamericano de Poesía Diario de Poesía/Vox, Argentina, 2000; Mosaico fluido (2006), libro ganador del premio Emilio Prud’Homme. Además, Pseudolibro (2008), con el cual logra el premio de Poesía de la Universidad Central del Este (UCE), Un minuto de retraso mental (2014), que mereció el premio Emilio Prud´Homme de 2013, y Música ósea (Cascahuesos, Perú, 2014), finalista al Premio V Premio de Poesía Hispanoamericana Festival de la Lira, Ecuador, 2015. Como en todo artesano de la palabra, en este autor se dan las reediciones de títulos con variantes, contándose Se borra si es leído, poesía del periodo1989-99 (2000); Crónico –segunda edición de Vicio– (Tsé-Tsé, Buenos Aires, Argentina, 2000); Prosa del que está en la esfera (Tsé-Tsé, Buenos Aires, Argentina, 2006, y Universidad Autónoma de Santo Domingo, 2007); Inflamable (La Propia, Montevideo, Uruguay, 2009), Delirium semen (Aldus, México, 2010), Caducidad (Amargord, Madrid, 2011), Sin textos no hay paradiso (Gamar Editores, Colombia, 2012) y El hedor de lo real en la nariz imaginaria (Ruido Blanco, Ecuador, 2014). Como se puede apreciar, todo un periplo editorial iberoamericano, lo que refleja el interés de su escritura en diversos ámbitos de la lengua española. También ha sido incluido en múltiples antologías de poesía publicadas en distintos países, a saber, Zur Dos (última poesía latinoamericana, Bartleby, Madrid, 2005), Jardín de Camaleones (La poesía neobarroca en América Latina), (Iluminuras, Brasil, 2005) y Cuerpo Plural (Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea, Pretextos, Valencia, 2010). En 2003 se publicó en Brasil la antología bilingüe español-portugués Prosa do que está na esfera.
Guiado por la convicción de que la poesía es, ante todo, un vestigio de lenguaje y pensamiento, al que ha precedido el “pesanervios” de Artaud y la laboriosidad fisiológica del estilo que marcó a Flaubert y al Vallejo de Trilce, León Félix Batista asume la escritura como una tarea solitaria que implica, como en Stravinsky, hacerla para sí mismo y para un hipotético alterego; o bien, como en Ionesco, para quien escribir para uno mismo es el recurso para poder llegar a los demás. Esta antología, que lleva por título, y no por capricho, sino, por vital y estética convicción, Duro de leer, nos permite apreciar la evolución, la espiral ascendente de una escritura que, tejida por el impulso de la emoción, brota, sin embargo, de un calculadísimo movimiento de las competencias en el manejo del idioma, muy similar a las pacientes manualidades tradicionalmente femeninas del tejido con hilo o el bordado sobre delicadas telas de un blanco infinito: la página en blanco. No por casualidad escribe el poeta el verbo “membranar”, porque de membrana en membrana se articula el poema, hasta convertirse en célula del pensamiento y la sensibilidad, en átomo del mundo con sentido propio.


Duro de leer invita a un recorrido por la poesía de nuestro autor desde 1996 (Negro eterno) a 2014 (Un minuto de retraso mental). Un período de ejercicio poético que simboliza el desarraigo del hombre y su lenguaje en su complejo tránsito de la modernidad a la posmodernidad, en el que se ha ido transformando, para bien o para mal, no solo su entorno vital, económico y cultural, sino también, su cuerpo y su ámbito sensorial, su manera de sentir, de pensar, de creer y de interactuar con sus semejantes. En su relativismo perceptivo, es el propio poeta quien nos dice: “después de todo el yo ya es polvo inoperante nacido de una elipsis e inestabilidad” (“Babas sobre babydoll). Lo inestable forma parte de la condición de ser del hombre, de su lenguaje y de su mundo. Porque, también la lengua, en tanto que entidad viviente, se transmuta, se metamorfosea, expande su léxico –algo carísimo a León Félix Batista– conforme la racionalidad tecnológica y el consumo de artefactos y productos desechables conquistan la vida y la muerte –o la conciencia de la mortalidad– de los individuos.

La poesía de nuestro autor es un espejo en el que se proyectan estos avatares, dispersivos, difusos y contradictorios del sujeto contemporáneo y su cosmovisión. De ahí la fuerza de su verso que reza “tan difusa la existencia y su dibujo realidad”. Un recorrido, insisto, que para construir su orbe laxo de sentido y dar un nuevo significado a los términos, las palabras, las frases e, incluso, los objetos referenciados, se vale de fuentes culturales como la memoria del bolero, el erotismo destilado en poetas y escritos de la más variopinta procedencia, la arquitectura convencional del verso y la singular estructura rítmica del bloque prosado, hasta llegar a la insondable naturaleza del tiempo, un tiempo capaz de abarcar todo un libro de poemas en apenas sesenta segundos. El poema habrá de ser un “buril viscoso” que al lector “dará taller”; es decir, que retará al lector en la dificultad. Porque “Dominio de un demonio (sin duda) es el decir” (“Prosa del que está en la esfera”). Y decir poéticamente, desde la óptica del estilo de León Félix Batista, es encontrar, respecto de la sintaxis o el léxico, más placer en destruir que en construir, como lo previó Nietzsche con su aforismo “El que crea destruye siempre”, y le siguió Ceronetti con el suyo que reza “Hay un construir que es mucho más perjudicial que cualquier destruir”. El poeta confiesa, en elipse que contiene su visión del lenguaje y de lo real: “Yo pinto su perfil fijándolo a un desvío y (con esta sola hipótesis) le doy actualidad” (“lincería”).

Es en esa erótica hedonística de la deconstrucción expresiva, con una significativa carga de ironía o humor negro de Cioran, donde radican la singularidad y la fuerza de la escritura poética del autor de Duro de leer. Invito, pues, al lector a ser parte de este desconcierto estético, de esta inestabilidad dispersiva del sentido y resquebrajamiento de los códices de moralina, que es la forma de Batista llevarnos por su calculadísimo viaje, desde la génesis del poema hasta su factura, solo temporalmente acabada. Pronto estaremos en la trayectoria de su nueva aventura, en la que, me atrevo a apostarlo, el lenguaje habrá de desandar insospechados extremos de sentido.


Santo Domingo, RD
Febrero 2016