domingo, 10 de diciembre de 2017

ANVERSOS, DE CESAR ZAPATA


por León Félix Batista

Comencemos recordando las palabras del jurado –del cual, honrosamente, he sido parte–, que otorgó el “Premio Funglode/GFDD de Poesía Pedro Mir 2014” al libro Anversos, de César Zapata: deciden, por unanimidad,

otorgar el premio al libro ANVERSOS (presentado bajo el seudónimo “Desconocido Pérez”), en función de sus notables valores estéticos, los cuales presentan una simbiosis bien lograda de tradición y vanguardia poéticas. Por un lado muestra, en estrategia de largo aliento, coherencia temática sobre un ritmo de imágenes preferentemente transparentes y armónicas, a la vez que no desmedra el uso de recursos de paradojas y contrastes, a partir de la creación de neologismos, esto es, de construcciones y distorsiones lingüísticas que procuran impactar la sensibilidad de los lectores, con ideas sintetizadas en una línea. El propio título del poemario, ANVERSOS, viene cargado de simbología, toda vez que, sobre la obvia referencia al género literario (a los “versos”), también propone una relación biunívoca de contradicción y complemento: ANVERSO-REVERSO, es decir, las dos caras de un objeto plano. Es justamente lo que hace el libro dividiéndose en mitades: una, El amor de los perdidos, y dos, Los perdidos de amar.

Una primera aproximación al libro arroja que, con certeza, hicimos la selección correcta entre tantos libros de indudable calidad que participan, año tras año, en este prestigioso premio organizado por la Fundación Global Democracia y Desarrollo en su afán de suscitar creatividad en nuestros escritores y artistas y en promover la cultura nativa. Sondeando más a fondo, una lectura-buceo revela muchos aspectos aún más relevantes de este libro singular. La ya previamente referida división en dos partes distintas y complementarias a la vez, por ejemplo. La sección primera aparece compuesta por 15 textos, y la segunda lo está por 27, cosa que nos arroja la visión de que el autor no ha procurado, de manera intencional, la simetría exacta entre anversos y reversos. Otras diferencias notables son las estructuras distributivas de los versos en ambas partes, y hasta la entrada en lectura por intermedio de títulos numerados, la primera, y por ausencia total de títulos la segunda. Esto para no hablar de los “alientos” lírico/narrativos, dispares entre ambas partes, pero curiosamente atados entre sí, como enmarañamiento de partículas independientemente de la trama espacio-tiempo en que medren.
Y aquí vendrá el asombro del lector: resulta que El amor de los perdidos y Los perdidos de amar alcanzan la simbiosis perfecta entre sí por intermediación del tema lírico desgarrador denominado amor-pérdida o pérdida-y-amor –una amalgama en sí mismo, y tema decididamente universal de la poesía y de la vida humana a través del tiempo. Materia que es también lo que en inglés se dice love and loss, y que cuenta con un amplio repertorio de poemas y canciones y múltiples manifestaciones culturales de la emoción.
Los sujetos de ambas partes de este libro, sin embargo, son personas del verbo bastante bien diferenciadas. En El amor de los perdidos accedemos a una voz, una entidad disuelta, un hablante lírico, un emisor de sentido que nos va desparramando asombro, así comienza:

Si vuelvo la cabeza ya mis
Ojos se tornarán al ácido
Y la pérdida. (…)
Si vuelvo la cabeza
Ya se han ido las
Facciones
Del destino en otro rostro. (1)

En tanto que Los perdidos de amar son eso mismo: ellos, segundo yo pluralizado, porque se trata de aquellos otros a los que el torrente del sentimiento ha conducido en catarata intensa hasta las simas insondables del amor:

Los perdidos de amar desnudan su locura (…)
Trabajan día y noche sobre el barro
Su naturaleza muerta

Como se ve, aquí el hablante lírico ya no es parte del contexto, sino el observador del drama, al cual, sin dudas, no es ajeno, y resulta tocado por su estilete sentimental. La perspectiva literaria cambia y el autor implícito permanece, aunque yendo del ojo individual al general. Nada de la oscuridad enceguecedora de la emotividad impide, empero, que la expresión poética se eleve por el éter de la reflexión aguda y el experticio en el decir, lo que César Zapata ha conseguido de modo magistral en este libro.
La voz en El amor de los perdidos, pese a que hubo declarado “No voy a verterme, no soy/ líquido” en el textos 13, tuvo que, u optó por, “cantar” en esa luminosa primera parte. Luego, entonces, para manifestar las aflicciones de los perdidos de amar hubo de apelar a la descripción y al abordaje narratorio en la segunda. Fluyó de una lírica líquida a una densidad casi prosaica, hablando en términos de formas de expresión. Y, sin embargo, lo que asoma a cada instante en esos textos apretados y atestados de palabras, casi párrafos en bloques, justamente es la fluidez, lo inasible e inatrapable, pues los perdidos de amar:

Son unos seres con cabezas de nubes a punto de aguacero
…………..
Escapando a la desdicha
Al líquido olvido de otros cantos (pag. 47)
………….
Van dibujándose ellos mismos
En los vidrios mojados de las tardes
Son acuosos fantasmas resbalando por los días (pag. 49)

He aquí como el reverso completa y explica el anverso: del individuo al colectivo, enredados en la misma madreselva, tenaz como en el tango que todos conocemos. La sensación entronca con la percepción y el resultado es este: un texto intenso.
El hecho cierto es que hay otra paradoja, suscitada por la conversión de esta escritura en libro, es decir en material impreso. Por una paradoja del destino editorial, los poemas de Anversos han sido impresos nada más en los anversos de las páginas del libro impreso. Que se me exima, ruego, de culpa alguna al proferir el precedente galimatías: no me queda otra manera de decir lo que es, de hecho, así.
En la primera mitad del libro, retomo el desarrollo argumental, hay un yo y hay un “ella”: “La convocada [que] ha venido/ sin forma y traje rojo” (3), aunque

Al final no quedaron
Jirones sino cuerpos.
Desvencijados vasos
Como ojos.
No, ninguna mujer folio:
Abierta, hojeada, transida,
Acostada en el silencio
Del placer recuperado. (14)

Empero, los perdidos de amor no sólo beben “el agua turbia de la entrega” (pag. 55), sino que absorben en sí mismos varios otros elementos constitutivos de los estados de la materia, según la sabia Antigüedad: “Arden con el vuelo que ensayan otros árboles” (pag. 49) y “Saltando de fuego en fuego/ Los perdidos de amor crepitan” (pag. 59), aparte de que, en tierra, “Se han podrido en sus huidas y finales/ En las piedras filosas de su amnesia (pag. 81). Y “De repente vuelan lentos sobre los demás”, y “Si piensan se precipitan…” (pag. 69) “Y hunden sus dedos en el aire/ perdidos para siempre en los acordes” (pag. 85).
Para mí que Anversos, como horizonte actual de la carrera literaria de César Zapata, resulta ser un punto máximo. Yo conozco al autor, en propiedad, hace más de 30 años, y he leído con lupa cada uno de sus libros de poesía. Por ello puedo decir hoy que, con Anversos, nuestro autor ha apuntalado una voz particular, incluso exenta del canon de la retórica de su generación, la llamada De los 80s. Anversos más bien se inscribe en la corriente poética hispanoamericana que se sido denominada “poesía del lenguaje”, la cual tiene que ver con actualísimos conceptos como indeterminación, complejidad y referencialidad del lenguaje por sí mismo, trascendiendo su función significante. Es que aquí, en Anversos, ya no tenemos corsés ni los partos son por fórceps, como acaso sí, ligeramente y de más a menos, en sus libros anteriores Acrobacias del ser, Jardín de augurios y Piedad de toque, con el intercalado de los haikús de Consagración al silencio, el cual es ya otro tema y hay que hacer otros calados.
El caso es que si bien estos versos nos recuerdan que “Los perdidos de amar aman perder” (pag. 69), también amplía que el ser desesperado de El amor de los perdidos, “Cuando habla pérdidas”, “ampara el desamparo” (7). Todo es pérdida en este conjunto de textos del juego de azar del amor, donde el que pierde gana y el ganador se lleva todo. Sólo nosotros, los lectores, ganamos un gran libro. Apostemos.

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