miércoles, 12 de septiembre de 2012

Poema de Mark Strand (traducido por Johnny Durán)




"Lo Terrible Ya Ha Pasado"


Los parientes se inclinan, clavando la mirada con expectación.
Se pasan la lengua para humedecerse los labios. Puedo sentirlos
incitándome a proseguir. Sostengo al niño en el aire.
Montones de botellas rotas destellan al sol.
Una pequeña banda toca marchas antiguas.
Mi madre marca el tiempo golpeando el suelo con el pie.
Mi padre besa a una mujer que continúa despidiéndose
de otra persona. Hay palmeras.
Las colinas están salpicadas de flamboyanes naranja
y altas nubes ondulantes se mueven detrás de ellos. "Adelante, Muchacho,"
escucho que alguien dice, "Adelante."
Me inquieta saber si lloverá.
El cielo se oscurece. Se oye el trueno.
"Rómpele las piernas," dice una de mis tías,
"Ahora bésalo." Hago lo que se me ordena.
Los árboles se inclinan en el desolado viento tropical.
El niño no gritó, pero recuerdo aquel suspiro
cuando introduje mi mano en pos de sus diminutos pulmones y los sacudí al aire libre para deleite de las moscas. Los parientes vitorearon.
Fue más o menos entonces cuando me rendí.
Ahora, cuando contesto el teléfono, sus labios
están en el auricular; cuando duermo, su pelo se acomoda
alrededor de una cara conocida en la almohada; dondequiera que busco
encuentro sus pies. Él es lo que queda de mi vida.

“The Dreadful Has Already Happened”


The relatives are leaning over, staring expectantly.
They moisten their lips with their tongues. I can feel
them urging me on. I hold the baby in the air.
Heaps of broken bottles glitter in the sun.
A small band is playing old fashioned marches.
My mother is keeping time by stamping her foot.
My father is kissing a woman who keeps waving
to somebody else. There are palm trees.
The hills are spotted with orange flamboyants and tall
billowy clouds move behind them. “Go on, Boy,”
I hear somebody say, “Go on.”
I keep wondering if it will rain.

The sky darkens. There is thunder.
“Break his legs,” says one of my aunts,
“Now give him a kiss.” I do what I’m told.
The trees bend in the bleak tropical wind.

The baby did not scream, but I remember that sigh
when I reached inside for his tiny lungs and shook them
out in the air for the flies. The relatives cheered.
It was about that time I gave up.
Now, when I answer the phone, his lips
are in the receiver; when I sleep, his hair is gathered
around a familiar face on the pillow; wherever I search
I find his feet. He is what is left of my life.

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