viernes, 17 de diciembre de 2010

A margen desbordado



León Félix Batista: A margen desbordado

Benito del Pliego


Quien esté familiarizado con el término neobarroco/neobarroso que Medusario, la muestra poética de Echavarren, Kozer y Sefamí, puso en circulación en 1996, podrá sentir la tentación de interpretar la escritura de León Félix Batista desde este ángulo. El propio autor es consciente del diálogo de su escritura con la de ciertas poéticas generalmente —quizás demasiado generalmente— asociadas con esos conceptos. No solo aparece en su poesía una profunda impronta lezamiana (que era la divinidad que presidía el pórtico de aquella antología), también existe una relación fecunda (personal y/o literaria) con algunos de los que aparecían allí reunidos: el propio José Kozer, Haroldo de Campos, Eduardo Espina o Reynaldo Jiménez. Además algunos de los elementos clave que sirvieron a los responsables de la antología para comprender las prácticas de los allí incluidos aparecen también en las reflexiones con las que Batista orienta a sus lectores en entrevistas y poéticas.

El problema es que abordar la poesía de León Félix Batista desde esta perspectiva desviaría nuestra atención respecto a la que podría ser una de sus características fundamentales: su capacidad de desborde —capacidad que afecta también a la limitación terminológica que este término impone. Cuando se dice capacidad de desborde (pensando en el “Nosotros, a margen desbordado” con el que Milán incita a nuestros coetáneos en su reciente Ensayo sobre poesía) se quiere aludir a la habilidad que tiene para albergar lo uno y su contrario, así como de hacer del poema un ejercicio de —digamos— hibridación hologramática. Su poesía permite que el lector, dependiendo de la posición que adopte, componga todo tipo de figuras con los argumentos que se amalgaman en cada uno de sus textos. Batista potencia de un modo sorprendente la diferencia (derridiana) para que el lenguaje no cese de generar sentidos de los que el lector es un agente fundamental, nunca un mero receptor. Estoy seguro de que quienes hayan leído su Vicio/Crónico habrán sentido en carne propia lo que trato de decir; aunque en realidad este es un rasgo que no deja de aparecer en toda su escritura. Este logro no es pequeño, especialmente si tenemos en cuenta que la incitación a percibir la movilidad de lo inteligible (de lo escrito) contiene un potencial político extraordinario: frente a la versión unánime del lenguaje mediático y del poder globalizador, esta poética es espejo lingüístico de nuestro vértigo cotidiano.

Tal vez este sea el estrago del que habla el poema que se reproduce a continuación. El texto zigzaguea con prosodia resonante entre aliteraciones y paranomasias, traza un “trayecto relleno de episodios” donde cada acontecimiento “entra y sale —redimido— de las sombras”. Va del deseo a lo que, de no poseer esta carnalidad lingüística, podríamos llamar meditaciones; del lenguaje al metalenguaje, de la figura a su disolución “a través de sucesivas raeduras”... Pero no hay que quitar al lector exigente (el lector de poesía) el placer de leer su propio poema. Bastará con una última advertencia que insiste en la capacidad de hibridación y holografía. Este estrago no solo contiene el significado que nuestro diccionario castellano le adjudica (“daño, destrucción”); no solo está conectado con el “viciar y corromper” que define al verbo estragar. También admite lecturas contaminadas por el inglés (lengua que envolvió a su autor durante casi veinte años en Nueva York): straggle, tan próximo fonéticamente a la palabra del español, tiene como verbo la primera acepción de “desviarse del camino o curso directo”. En el título mismo va, por tanto, inserto el desborde. Quizás no hay ruta marcada y este estrago escrito sea una invitación para avanzar a tientas, reconociendo las texturas porosas del lenguaje, a fin de componer la multiplicidad de sentidos a los que el poema invita.

Benito del Pliego nació en Madrid, 1970, y reside desde 1997 en Estados Unidos, donde es profesor de la Appalachian State University. Fisiones, su primer libro de poesía, se publicó en Madrid en 1997 dentro del proyecto Delta Nueve, del que formaron parte Andrés Fisher, Pedro Núñez y Rodolfo Franco. Alcance de la mano, apareció un año después en Nueva Orleáns en edición de treinta ejemplares diseñados, encuadernados e ilustrados por el autor. Índice, recibió el Premio Internacional de Poesía “Gabriel Celaya” y fue publicado en Valencia por la editorial Germanía el año 2005. En junio del 2001 se presentó en el High Museum of Art de la ciudad de Atlanta, un poema sinfónico compuesto por Gustavo David Pineda en base a los poemas del libro. En el 2003 obtuvo el Premio de Poesía Experimental Ciudad de Badajoz por el poema-objeto “Tradición literaria”. Una breve muestra de esta vertiente de su poesía se puede ver en Todos o casi todos. Antología de poesía visual, experimental y mail-art en España (Palencia, 2004). Su poesía también ha sido incluida en la antología La voz y la palabra (Madrid, 2000). Su más reciente libro es Merma (ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2009).


En RevistAtlántica 34, octubre 2010, Cádiz, España

3 comentarios:

  1. Si alguien en República Dominicana ha transitado con excelentes pasos por esa avenida cuajada de revelaciones, metáforas y sobresaltos que se llama poética... ¡ese es León Félix Batista! Su poesía, siempre ávida de encontrar respuestas a las interrogantes que nos aprisionan —esa nada, ese espectro que choca y nos vulnera constantemente con el martilleo del dolor y la soledad—, se torna respiro, algarabía y redención, convirtiéndonos en testigos y cómplices de su discurso.
    —Efraim Castillo.

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  2. Hay como un lenguaje poético propicio a soledades muy gongoristas, que se volvieron subterráneas hasta que las sacó Serrat del Mediterráneo, MAS BIÉN NEOYORKINAS.

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