jueves, 19 de mayo de 2011

PALABRAS EN MI CALLE


Al decir racional, pero contaminado, del filósofo Pascal, “toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: de no saber quedarse tranquilos en una habitación.” Quizás sea cierto, o sea cierto en parte. Yo por lo menos pienso, observando otra vez mis derroteros, cosa a que me obliga este homenaje, que precisamente de ahí vendría mi Gracia, si me corresponde alguna.
Sucede que solemos olvidar, frecuentemente, que se vive en un espacio lo mismo que en el tiempo, que ambos tejen una red de sucesos inasibles y cuya fijación es el afán de la literatura. Y está claro que esa trama en que vivimos no es tejida por nosotros, de manera que nuestra representación es la de presas en la telaraña de la existencia.
Todo se va, sucede: fluye. Se irá este día también, nosotros nos descompondremos, la lluvia irá opacando mi nombre en esta calle. Y yo también me he ido y he vuelto y vuelto a ir, de todos los modos posibles: del y al regazo de mi madre, del y al hogar, del y al país, de unos brazos y a unos brazos, de unos preceptos estéticos y de vuelta. Si hubiera aceptado permanecer tranquilo dentro de mi habitación, en la comodidad de una oficina o compromiso; si no me hubiera movido en la maraña de todas las poéticas excavando mi propia voz, tirando páginas a la basura, borrando letras, buscándome constantemente; no sería hoy quien soy, no habría escrito y publicado esos 6 libros, no sería el compañero de esa mujer que amo.
Todo es viaje, Pascal, todo es un tránsito: es la naturaleza de la unidad más simple de materia. Todo está en movimiento permanente. Recuerdo la más viva expresión de esa inquietud en mí cuando, a los 18, opté por una beca para estudiar en Rusia, cambiando de idea luego en el camino. Recuerdo como hoy cuando, recién graduado de bachiller me fui a San Isidro, un poco en busca de obtener en la vida militar lo que no logró mi padre, para, de nuevo, sustraerme de esa horrible tentación. Recuerdo hoy, aquí, en presencia de mi madre, cuando abandoné academia, trabajo en un periódico y vida un poco estable para irme a vivir a Nueva York con ella. Si la vida se compone de mudanza y residencia ¿por qué debía permanecer tranquilo en un espacio? Hay que buscar el mundo, el cielo abierto, la ciudad, la calle.
La poesía también es una calle, una vía hacia el conocimiento, una de varias, vamos, que el poema no lo es todo, sino que es simplemente mi elección. Y una calle se recorre, pero también las líneas por donde van las letras. ¿Una calle tiene vida, personas, tramas, accidentes? También los tiene un libro. Calle y texto comparten, por ejemplo, la exposición al clima: una padece los meteoros, el otro las modas literarias. Poema y calle tienen calzadas, tarros con flores, niños jugando, sentimientos entre los seres que se aman o se odian, muerte, erotismo, adoración, perros que orinan en los árboles, cables, chichiguas, aromas, colores múltiples, quejidos, risas, canciones, pero también cloacas, sí. El poema consigue, lo mismo que la calle, la deseada unión de los contrarios, como Pascal quería: esos opuestos entre los cuales se halla el hombre “a la vez despedazado y atenazado.”
El hombre se encuentra aislado, dice Pascal, en su desgarramiento y soledad consigo. La poesía también es una isla, una terrible soledad y en una isla como la de donde soy toda calle desemboca en otra calle y esta última calle después muere en el mar. O nace, según lo quieras ver, indefinidamente.
Y es verdad que calle es calle, como bien saben decir nuestros filósofos del barrio: “la calle, la avenida, son la universidad donde se aprende de la vida”. Así piensan, eso exclaman, nuestros chicos: “en la calle aprenderás lo que nunca has estudiado, verás lo que nunca has visto, oirás lo que no has escuchado”. Calle es calle, dicen ellos, y una esquina es una esquina, pero calle es callejón si no sabes caminar. Mejor ve con cuidado.
Y bien puede que esta sea la tautología más fácil del idioma. Pero al igual que calle es calle, poesía es poesía. Y yo estoy en esta calle en persona y en imagen precisamente por la poesía que escribí. Esa poesía, de la que soy apenas un vehículo, un vehículo que va por esa calle de la literatura nacional y ojalá que universal; una calle por la que la poesía puede discurrir en tinta, poesía que las autoridades del Ministerio de Cultura y de la Feria Internacional del Libro han querido homenajear.
Ellos, los responsables de mi emoción de hoy están aquí, conmigo: mi amigo poeta José Rafael Lantigua, compañero de avatares, Ministro de Cultura, ser humano sensible y entrañable, inteligente y capaz, solidario como pocos; y el hermano del alma Alejandro Arvelo, cuyas palabras tan hondo han calado en mí. Pero también están conmigo varias personas de esas que llamo “de primera vez”. Mi madre, por supuesto, primera persona del Verbo, el primigenio espacio vital: ese refugio cálido a donde siempre vuelvo cada vez que haga falta, pues tal vez la habitación de la que habló Pascal es la matriz. Mis compañeros de bachillerato, aquel tiempo-lugar donde empecé a escribir, exhibiendo mi poesía en los murales, murales que todos ellos atestiguaron. Mi amigo y mentor Pedro Cabrera, el primer crítico de tantos borradores, cuando activos y pasivos, facturas y cuentas T se mezclaban con poesía en el lejano 1982. Mis familiares que, cada vez que se aperciben de algún éxito que tenga, recuerdan que estuve al borde de la muerte en plena guerra civil, y repiten: “yo sabía que ese niño había venido al mundo para dejar su huella, y por eso no se fue.” Mis amigos poetas, mis amigos no poetas, mis lectores, los señores viceministros, los miembros de mi generación y los de otras, los compañeros de trabajo, los colegas de la maestría en Industrias Culturales; el poeta Mateo Morrison, padre de tantos de nosotros, Alexis Gómez- Rosa, gran poeta y proveedor de gran poesía, las autoridades de otras instancias, los talleristas, los estudiantes, gente que no está en persona, pero que tanto significan: mis hijos, mis hermanos: demasiado cariño el que he encontrado aquí, y que pude no haber hallado de haberme quedado esta mañana tranquilo en mi habitación.
Pero no termino aquí, más bien empiezo, porque ella está en la esencia y en el centro. Como al principio fue el Verbo, y supongo también que lo será al final, yo quisiera repetir, remedando la canción, que esta calle de mi vida al final tiene su nombre. El nombre de un poema, el nombre de un amor: el nombre tan querido de mi esposa.
Debo, sin embargo, reconocer, ya terminando, que de no haberme quedado al menos de cuando en vez dentro de mi habitación, no hubiera podido escribir tantos poemas. Aquí hay un punto para Pascal, según el cual, ya menos sentencioso, “el hombre es un ser medio y mediano, situado entre dos infinitos. Cuando aspira a lo superior, cae en lo inferior; cuando se sumerge en lo inferior, una luz lo eleva a lo superior. Entre el ángel y la bestia, anda por el mundo al parecer en continuo equilibrio. Más aún: el equilibrio en todo –entre el saber demasiado y el saber demasiado poco, entre el movimiento excesivo y el reposo completo– parece encajar en la condición humana tan exactamente que tendemos a recomendar al hombre atenerse siempre a su fundamental ser equilibrado. Ahora bien, el equilibrio es inestable. La posición media del hombre está, en rigor, compuesta de la lucha entre extremos, pues el hombre es a la vez un ser grandioso y miserable”. La naturaleza humana, escribió este pensador, es «depositaria de lo verdadero y cloaca de incertidumbre y de error, gloria y desperdicio del universo». Nada más y nada menos que lo mismo que una calle. En el fondo de ese equilibrio inestable acecha sin cesar la paradoja.
Y según dice el programa de esta feria del libro, hoy es el Día de León Félix Batista. Mi hora no ha llegado, pero mi día sí. Y tomando posesión de ese mandato, como dueño entre comillas de este espacio, hoy decido reescribir al pensador Pascal, y crear la Paradoja de la Calle: estoy aquí feliz y agradecido del homenaje, aunque confieso que lo que en verdad quisiera es estar encerrado en mi habitación leyendo y escribiendo, que es lo que me gusta hacer, asomándome a la calle también de cuando en cuando. Allí, frente a la página, es donde mi ser se vuelve sólido.
Y sin embargo, y he aquí la paradoja, abrumado de emoción y de belleza, aquí me quedaría a vivir, aquí en mi calle, aunque hace 30 años que resido en un poema.

MUCHAS GRACIAS POR HABERME ACOMPAÑADO.

XIV FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO, SANTO DOMINGO, 19 DE MAYO DE 2011

(en la foto: El Director General de la Feria del Libro, Alejandro Arvelo; el homenajeado, León Félix Batista; el Viceministro de Desarrollo Institucional, Mateo Morrison; la madre y esposa del homenajeado, Cristobalina Lugo e Ivelisse Pérez, respectivamente; el Ministro de Cultura, José Rafael Lantigua; y la Viceministra de Creatividad y Participación Popular, Bernarda Jorge.)

1 comentario:

  1. Hello friend Batista, congratulations on your achievements, now has a street in your country, I am thrilled to know that is succeeding, that always follow such. Her friend Maria del Mar.

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