martes, 15 de junio de 2010

Adolfo Castañón sobre Delirium Semen


Delirium semen, vocabulario erótico,
Aldus, México, 2010, 141 pp.

Conocí a León Félix Batista en la Noviyork o Nueva York a principios de los años 90, metrópoli donde él ha vivido al menos tantos años como una mayoría de edad —18. Fue gracias al poeta, maestro del monacato lírico José Kozer, quien no sé si fue su preceptor en Queens College pero sí en todo caso en el espacio de las imantaciones leídas y escritas. Por aquella época que ahora evoco como a una estación a la que llegan los trenes de esa época, las pasadas y las porvenir, José Kozer Katz, el jardinero de aquellas terrazas del verso y la prosa, preparaba en conjura con Jacobo Sefamí, hebreo-mexicano y de Roberto Echavarren, insomne juglar rioplatense, una lección antológica, una analecta decisiva firmada, fraguada y cocinada por aquel tricéfalo de una sola sombra. La criatura o esperpento palabral sería una antología de la poesía neo-barroca o neo barrosa de la letra hispanoamericana, no exenta desde luego de intenciones exclusivas y excluyentes que instauraban por sí mismas un radio o constelación de genealogías presentes, pretéritas y porvenir. En aquellas páginas del Medusario se iba trazando uno como árbol genealógico o si se quiere un rizoma multipolar que abría con el mascarón de proa llamado José Lezama Lima y continuaba con las figuras de otras cariátides verbales como las de Severo Sarduy hasta alcanzar a los poetas rioplatenses Héctor Viel Temperley, Néstor Perlongher, a los mexicanos Coral Bracho y David Huerta e incluyendo desde luego a los mencionados Echavarren y Kozer.
Era aquel Medusario un conjunto abiertamente cortante y se presentaba como una suerte de antología-manifiesto inclinada a acentuar ciertas posiciones, a recalcar líneas de fuga lírica y formas de poetizar cuyo común denominador era un horizonte de ruptura y erosión de engarces consabidos, sobados vínculos y ataduras naturalizadas por la familiaridad que asocian en el idioma común y corriente, en la lengua servil y ancilar de todos los días sonido y sentido, forma y significado, asunto y técnica. Dicho con otra llaneza: aquel avatar de las Flores de varia poesía del siglo XVII actualizado a fines del siglo XX postulaba la idea de una poesía neo-barroca o neo-barrosa y con él una forma de enunciación y versificación, de prosodia y sintaxis como emancipada de anécdotas y tramas fáciles, ávida de desprenderse del realismo bobo y de la comodina convivencia de lo que podría llamarse naturalismo literario o realismo poético.
Ese libro-muestrario —como un catálogo de nuevos colores posibles— me parece ser un síntoma que aparece en el mundo de la poesía hispanoamericana en un horizonte paralelo, si no es que en el mismo, que el audaz pero bien peinado proyecto literario de este León Félix Batista que ya cuenta numerosos libros, ediciones, inclusiones en antologías, amén y a más de traducciones y versiones a los idiomas de Wallace Stevens, Eugenio Montale, Gunnar Ekeloff y Paul Celan, lenguas a las que su obra ha sido parcialmente traducida.
El libro que hoy nos saluda trae en su singular armadura o arquitectura un conjunto de alrededor de 125 textos —de una extensión estándar medio a un folio, que están repartidos alfabéticamente de la letra A a la Z— incluida la Ñ pero excluidas la CH —de chingar— y la doble LL de lluvia —como la lluvia de oro— en voces que se presentan como parodias o simulaciones de un diccionario de la lengua en que están imantadas estas viñetas o estampas, regidas o imantadas por la obsesión del erotismo en la lengua, del sexo en el verbo, de la carne en la palabra, variaciones o irradiaciones del logos espartilos que los Padres de la Iglesia o del Desierto identificaban con el VIENTO PARACLETO o PARACLITO y el Espíritu Santo.
Vienen estas 141 páginas bellamente impresas en tipos perpetua de 12 en 15. El lector, sin embargo, ha de ser cauteloso, pues si el libro tiene forma de diccionario no es obra de referencia en el sentido técnico y ancilar ni se presenta como un léxico o una enciclopedia de técnicas tántricas, lúbricas o programadas lujurias. Delirium semen es ante todo una construcción etérea y lúdica, transparente y juguetona o si se quiere, un juguete verbal o hasta una caja de golosinas mentales, como parece apuntar Hernán Bravo Varela en su saludo liminar. También se puede visitar como un parque temático o prácticamente como un parque de diversiones neuronales cuya materia y sustancia es el lenguaje y, atrás, o en su entrelínea —o en su entrepierna— o nada más en su entre, está el recorrido sensitivo y sensual de la conciencia, la baraja asociativa del delirio que se da cuenta a sí mismo de sus ataduras, de sus ligas y lealtades.
En él, entre seminal y juiciosamente delirante, aflora como reflejo y salpicadura la comedia de la conciencia que se auto fecunda en el momento —y entiéndase momento en el sentido científico y físico— en que la lengua consciente e inconsciente se va midiendo y restando, equiparando y contrastando con los oficios jaspeados y ejercicios tornasolados del cuerpo como arcadia y utopía inalcanzable, del cuerpo deseado y proyectado en la superficie deseante de la prosa —estrofa.
Visto con una mirada hemeralope en el libro no hay en apariencia fábula, sino una suerte de cartografía sensual y sensitiva, mapas de la experiencia íntima y del experimento secreto; se reúnen una serie de apuntes escritos al borde de la experiencia o del experimento en la inteligencia de que el investigador y lo investigado, el pescador y la pesca, la presa y el cazador oculto son uno y el mismo. De ahí que haya una cierta pendiente, un plano oblicuo que auspicia la aparición de la primera persona, de la materia autobiográfica y de la sustancia confesional y aun confidencial. —No tengo otro designio que este dogma irracional, devenir de mi memoria—. Metamorfosis de la memoria, podría funcionar como un sinónimo para titular este compendio del desarreglo metódico —delirio juicioso— de los espejismos de un cuerpo que aspira a estar presente en el momento mismo en que es muerto y despojado por su implícita y portátil otredad. Choque o fricción de constelaciones conocidas y de ignorados firmamentos, el libro de este León que podría llamarse Fénix para evocar las cenizas resurrectas por el delirio espiritual de este cuerpo ignorante de sus órganos. Los poemas son aquí como semillas fecundantes que estallan en el espacio del lenguaje.
Y pasan abrazándose bajo los arcos del entre-nos, es decir, entre el poeta y su poema, el leyente y lo leído, las sombras sorpresivamente enamoradas de Venus y de Cadmo —santo fundador del alfabeto—, de Onán y de Anubis. Es ciertamente un libro que recuerda ciertas tradiciones de la alquimia medieval, y podría también denominarse “Breve Tratado de las Moradas Filologales” pero curiosa o sintomáticamente las voces sol y luna no encabezan ningún apartado, aunque los sagaces editores de Aldus al imponerle una elegante portada negra supieron ser obedientes al influjo opaco de Astarté: Delirium semen: opus nigrum.
Así, la red tendida por esta serie de jardines bonsai verbales, —cuya lectura, cuya contemplación, allana una suerte de serenidad que sólo puede llamarse estética— remite también en la periferia asociativa a algunas obras que ayudan —me ayudan a mí, lector— a apresar mejor estos estuches o cajas negras como dice en su prólogo Bravo Varela, o cajuelas de sastre —como yo prefiero decir— el diccionario de lo obsceno de Camilo José Cela, el diccionario de lo que en francés se llama lengua verde que cifran el idioma de la germanía medieval practicada por François Villon y estudiada por Marcel Schwob, el libro erudito y caótico de Alfonso Sastre Lumpen Marginación (1980) jerga y jerigonza y este estallido poético y volcánico que es el gran poema vanguardista en prosa surrealista y dadaísta La pequeña sinfonía del Nuevo Mundo del guatemalteco-mexicano Luis Cardoza y Aragón que abre, como recordará el lector, su envolvente poema con una declinación exhaustiva y una conjugación en cascada de las voces delirio y delirar.
Delirium es un yacimiento enunciado la mayoría de las veces en presente de indicativo y en primera y en tercera persona del singular. Su forma de enunciación oscila entre la bitácora personalísima y la ficha experimental del científico que va apuntando en su paleta la evolución o el movimiento de las especies observadas. Esta forma de enunciación expresa la unidad de estilo y aliento del poemario y es ciertamente reveladora de la intención unánime que templa y tensa esta suma de poemas que se presenta y es un todo indisoluble, es decir como obra: opus nigrum.
Algo hay de adánico en este impulso y voluntad de nombrar, de nombre Félix o Fénix que lleva al autor a ser digno de una de las posibles etimologías de su apellido Batista —Bautista— y, en la pendiente hermenéutica, a descifrar el significado del poema por el nombre del hombre-autor, o sea del animal llamado León, que es una fiera elegante y fecunda, un jefe de manada carnicera y depredadora que simboliza en la iconografía cristiana el poder terrenal y en la emblemática medieval el poder de transformación y movimiento del Amor-León-Sol que en apariencia inmóvil, para citar a Dante, mueve, como el amor, “el sol y otras estrellas”. Sol y amor son los dioses escondidos y ausentes, tácitos, que gobiernan este poemario indomable y admirable escrito como para saludar la noche nueva que se levanta luego del largo ocaso de las vanguardias.

(en la foto León Félix Batista, Fernanda Sordo y Adolfo Castañón, Santo Domingo, 2 de mayo de 2010)

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