martes, 9 de abril de 2019
LEÓN FÉLIX BATISTA O LA DESOBEDIENCIA RADICAL DE LA POESÍA
Plinio Chahín
A partir de la publicación del libro Negro eterno (1997), de León Félix Batista (Santo Domingo, 1964), en la historia de la poesía dominicana emergió un giro lingüístico vinculado a un tratamiento del lenguaje barroco, alegórico y gongorino. Después de este logro de reapropiación poética del nuevo barroco hispanoamericano, la poesía de León Félix Batista se manifestó como una “desobediencia” a la temporalidad del arte moderno, definido como un arte que busca crear nuevas formas, “propias de su tiempo”, como ha dicho Eduardo Milán. El concepto de “desobediencia” se refiere aquí al abandono de un parámetro fundamental de la poesía latinoamericana heredera de las vanguardias estético-históricas: la búsqueda imperiosa de nuevas formas poéticas como el deber ser de la conciencia artística moderna en su expresión crítica.
Ya con su más reciente libro, Próximo pasado (Praxis, México, 2018), nos encontramos frente a un texto que se presenta en “fase de desobediencia” de los lineamientos de la modernidad crítica aplicada al poema: autoconciencia lingüística como dispositivo siempre activado, muestra de un “arte que se sabe a sí mismo”. Allí, para profundizar en cada tema, Batista adecúa el lenguaje. Lo aplica con detalle, en versos breves y fragmentados, para lograr un alto grado de definición al describir las imágenes y poder registrar las huellas del presente real y próximo pasado, desgarrado y hondo. No hay entonces adjetivos ni palabras que puedan distraernos; la concreción del presente se refleja en el vertiginoso ritmo de sus versos:
edad de herida
de cimiento mortecino
una vida que uno mida en horas-niebla
esa vida va sumando cataplasmas
que muele el mundo
en su reloj dentado.
Estos poemas parecen observar muy detenidamente cada acontecimiento desde el paso del tiempo. En uno de los fragmentos del libro el propio poeta dice: los sucesos lacerados del recuerdo son fangos psicofísicos, apuntalados por escombros muertos/vacío vertebrándose/en el filo de lo nulo/ cuyas fechas cosecharon carcinomas. A la luz de este sentido del tiempo, la vida cobra los verdaderos relieves que tiene para nuestra conciencia: sus dudas, sus conjeturas, sus incertidumbres, sus miedos. Se trata de detener el tiempo y vivirlo plenamente con el objetivo de abolirlo como anécdota. Las palabras del poeta lo fijan, lo regresan a objetos en los que su huella subsiste: una mesa, un juguete antiguo, una lanza o remo de tiempos remotos. Nosotros y la materia acarreamos hechos olvidados que evadimos, porque es difícil de mirar siempre de frente la vida real.
No aprendemos a morir porque no vivimos el tiempo como el resto de los seres vivos, quienes parecen conducidos por un trayecto aparentemente lineal, pues sus probabilidades están hasta cierto punto dadas de antemano. Nuestras conciencias, en cambio, al hacer conjeturas, juegan con las probabilidades de una forma extralimitada –puesto que pueden predecir que una serie de acontecimientos conduce necesariamente a un final momentáneo, y a la vez vivir el presente sin preverlo ni predecirlo. Quizá en esto consista el sentido de aventura para nosotros: en saber y a la vez no saber lo que va a pasar.
Nuestra gran conquista como humanidad es para Batista, entonces, la posibilidad de detenernos con el lenguaje en los umbrales del presente, en las puertas que “se abren y se cierran sin irse de su sitio”. Bajo estos umbrales se deja transcurrir el tiempo humano como una serie de momentos que, sin dirección definitiva, se bifurcan, se repiten, retroceden.
Este libro tiene, entre otras virtudes, la de ir un paso atrás de lo repetitivo y rutinario; del deambular diario del ser enloquecido a un estado de leyenda, como un regreso continuo al presente que quedó atrapado en la memoria:
materia no mental
de fragmentos deformándose
como ceniza negra
de memoria demolida
activa un correlato
soluble en mi cerebro
( …) el presente pasa
como punzón tenaz.
Nuestra naturaleza efímera nos hace huir de los antiguos presentes, porque quedarse en ellos es la auténtica locura. Sin embargo, también lo es darles la espalda, no regresar a ellos como lo que realmente fueron. En nuestros tiempos es sobre todo la narrativa el género que pretende recuperar los momentos presentes y cotidianos, recreándolos, para volver reales a los personajes y así poder percibir la realidad a partir de la ficción. Empero, la forma en que Batista aborda los momentos presentes va más allá de una simple evocación: es también una nueva forma poética de narrar las reflexiones, sensaciones e imaginaciones momentáneas, que son sustanciales al tiempo que imposibles de recrear sin que se conviertan en algo anecdótico e irrelevante. Aquí las palabras cobran una fuerza inusitada porque se las utiliza para dar vida y organicidad a la materia, para que fluya por ella la capacidad de ensoñación. De allí surgen sorprendentes metáforas que hacen resonar las palabras de todos los días de manera diferente y ambientes distintos. Las palabras van montando los escenarios de esa voz desdoblada de Batista que va viajando por el tiempo. Muchos de sus poemas parecen ser dichos en un espacio imaginario en el que sus palabras adoptan los matices y los silencios de la voz dramática que ha desarrollado y después disuelve y evapora como trampantojo de la enunciación poética.
La memoria, por cuanto no es sólo olvido, pone en juego el presente no como acto involuntario, sino como experiencia del acto que no tiene lugar. El acto incapaz de reponerse en el instante (aun móvil) o de darse en algún punto de incandescencia del que no señala más que la exclusión, destituye cualquier olvido, le quita la autoridad, está velando sólo cuando la noche vela y no vigila. Estos pensamientos y sensaciones, en donde nos proyectamos sobre la materia con la imaginación, son la naturalidad de los vínculos humanos. Ese ser que somos, que razona lógicamente a partir de nuestras circunstancias, no sería nuestro fondo, sino la forma que hemos adoptado para vivir.
Desde ese fondo del tiempo que nos revela el poeta, todo se vuelve más visible, real y relativo. Podemos sentir lo que pensamos y no sólo ser el pensamiento, sino percibir la dimensión liberadora del poema. La palabra de la locura y la palabra del poema coinciden en este extremo.
Estas reflexiones, sensaciones e imaginaciones momentáneas son nuestra relación inmediata y verdadera con el mundo: todo lo demás son conjeturas. Al fijarlas en sus poemas, León Félix Batista logra rescatar la vida de las sombras del tiempo.
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