lunes, 26 de diciembre de 2011

Un poema de Clayton Eshleman


INDETERMINADO, ABIERTO

[Figuraciones humanas parietales
en la cueva de las Combarelles]


Una línea dorsocaudal
planeando
una línea ventral

grabada en el techo del túnel por alguien boca arriba

Incipientes
cielo
y
tierra

*
El humano es indeterminado, inicialmente inconcluso

*
Torso femenino ladeado
tangente a
una línea equina cervicodorsal

la contingencia híbrida

*
Del muro de cuero de elefante
una despedazada no-cabeza con ojo triangular
sostenida por un jirón de palma y brazo en divergencias riverinas

Debajo flota un pecho inmenso, vencido,
el pez luna a través de calizas superficiales

*
Líneas germinantes plantadas en nalgas femeninas ascensionales,
portadoras del empuje,
una erección

*
¿Qué es un nódulo? Puede ser un pezón
del que se extiende un par de líneas
atravesando el barro hasta la piedra caliza,
como si por rayos equis
el canal de la vagina fuera más profundo

*
Sin ojos
cuya nariz
sólo el “vagón de la cabeza”
humaniza

*
¿Cuenca de máscara observando el dorso de la cabeza de alguien
o es aquello el abdomen de una araña?
El perfil revela un vejancón sin pelo, hocico de venado

*
Una pata trasera de caballo perfila un tronco de mujer,
su torso y cabeza enfalada dentro de la pierna,
sus ojos sacudidos mirando sin mirar

*
Grabado en caballo se marchita,
troncoangular, combado, sentado, gracioso

*
En la periferia entre naturaleza y naturaleza humana,
entre conciencia e inconciencia,
yo increciente

*
Sobre el filo de altar de una inmensa,
rayada, abierta vulva
sobrepuesto al costado de un caballo,
un contorno de mujer dorsocaudal establece su
porqué

*
Doblado hacia adelante, un hombre cabeza enfundada,
combado por el vientre
itifálico, gesticulando jódetes–
usando su trasero como espalda
gira hacia nosotros una media cabeza sin brazos y una pierna
como si fuera

*
Cabeza enfundada quizás mostrando el dedo
a un espectro de dinosaurio entumecido
cagando a la vez que se prepara a montar
un bálago de cuarto trasero

*
En un vientre de caballo
un proganto peludo se extiende y mira
al espejo sugerido por la mandíbula

*
En el fulcro de un muslo vertical
el bulto dorsoventrocaudal

*
Jirones de cabeza y cuello de un feto de fantasma
hasta su único ojo en horizontes

*
Un montón de vulvas corneadas

*
Una humana erección en ascenso
con una cabeza de antílope bajando
como en una circular revolución

Como si el siglo XX estuviera empotrado en ese eje

*
Cabeza de muerte blindada con labios de mandíbula vulvares,
escotada,
embarbada,
con escudo en la nariz,
un ojo un guijarro,
el otro una vulva brotada,
sin boca y
tachado



[para Monique y Claude Archambeau]

“El no habrá de cooperar con gusto, juicio, estándares estéticos”, palabras escritas en el New York Times Book Review acerca de la poesía de Eshleman. No es extraño: las concesiones no son precísamente atributos de este poeta, contradictor, asiduo a las negaciones, constructor por desmontaje. Su furor no tiene límites: editor incansable de revistas, desde Folio (en sus años de universidad) pasando por Quena y Caterpillar (bilingüe la primera, concebida y abortada en su primer número en Lima y por razones de orden político; la segunda, de 1967, considerada la más importante de su época) hasta la última Sulfur, recién desaparecida en 2000, luego de 46 números y casi 20 años; traductor al inglés -el de mayor categoría- de Vallejo, Césaire, Artaud y el Neruda de Residencia en la Tierra, envuelto en los alucinógenos tanto como en los movimientos anti-bélicos, viajero por Oriente y los países del sub-mundo. Por último encontramos al poeta aplicado al estudio de las cuevas paleolíticas de Francia y España, contínuamente y a partir de 1974. Sus libros Hades in Manganese (1981), Fracture (1983) y Under World arrest (1994) desarrollan en parte esta temática. Hotel Cro-magnon (1989) y From Scratch (1998) lo hacen de manera muy particular.

Una de sus principales transgresiones, analiza Eliot Weinberger en la introducción a la antología The Name Encanyoned River: poesía que ve la vida de la mente como una serie de imaginativas confrontaciones con el “otro” –otros humanos, otras especies, el otro histórico, el otro geográfico, el otro personal. Ese otro histórico (una constante en la poesía norteamericana del siglo: para Pound la China Antigua, para H.D. la Grecia Clásica, la Mesopotamia para Olson, el Neolítico para Snyder) es para Eshleman, básicamente, el Paleolítico Superior y con su tratamiento ha levantado un mito: que el Paleolítico representa la crisis del hombre separándose del animal, el nacimiento (al tiempo que caída) original del hombre. A este modelo habría que añadir las influencias recogidas de Vallejo y Artaud (este último aplicado en lo que Eshleman llama “lower body”, cuerpo bajo: semen, babas, excremento, flujo menstrual...); la exploración de la mujer en What She Means (1978) y los múltiples datos autobiográficos que deja colar de línea en línea. Como se ve, una poesía plural y desbordante, apenas traducida al español.

Clayton Eshleman nació en Indianápolis, Indiana, en 1935. Ha publicado alrededor de 12 poemarios y traducciones de, además de los ya mencionados, Michel Deguy, Bernard Bador y Vladimir Holan. Hace 24 años trabaja en Juniper Fuse: Paleolithic Imagination & the Construccion of the Underworld, un texto en 400 páginas compuesto de ensayos, poemas en prosa, poemas, conferencias, notas, marginalia y material visual.

(De: An anatomy of the night/Una anatomía de la noche, antología de distintos libros traducida por León Félix Batista, Aldus, 2012)

lunes, 19 de diciembre de 2011

Rocío Cerón sobre Delirium semen


Si hablar es un boscosa geografía, Delirium semen es la floresta casi completa. Placer verbal, fruto encarnado en palabras que sudan y exhalan. Palabras imán, versos cueva, minas de palabras que contienen yacimientos de goces: espacios bífidos, cuerpos circulares (a la manera davincheana). Este es un universo discursivo y estético de corte seminal, es decir, donde se funda un nuevo orden de articulación y de mirada hacia el mundo.
No es un libro fácil, no es un lugar cotidiano, y sí, a la vez. Es una historia que se entreteje, que apenas se deja entrever. Estamos ante un abecedario que deletrea estancias carnales, un cierto gozo por las moléculas del lenguaje: música hecha texto o texto que signa un canto, ritmo donde hay mucosas y valvas, donde las regiones del cuerpo son partituras. Más de cien textos que recogen una herencia que va de Lezama Lima a Perlongher, cubriendo zonas y texturas con ecos de un neobarroco neoposmoderno cercano a un lúcido Kozer o a un puntual Echavarren.
Diccionario que omite dos letras, una clave en el habla mexicana o peruana, la ch, de chupar (“mamacita chúpame ésta”), o de chancar (cuerpo sobre cuerpo, en arrumaco deseoso) y la ll de llenura, llamarada o llano (“cuerpo llano que levitas en mi lengua”, decía un poeta insular). Gramática del que comprende, a cabalidad, que el deseo o el cuerpo del deseo siempre será más apetitoso a la hora de la evocación, a la hora de su ser ficcional.
Este es un libro delirio, de una capacidad singular de apoderamiento del lenguaje. Un circo mental donde las construcciones de cada verso son maquinarias exactas. Sentido y reflexión, puntos cardinales de Delirium semen, como lo es también el espíritu lúdico, pero no por ello menos mental que recorre el poemario.
Estamos ante un mapa, una geografía friccionada donde las capas teutónicas del lenguaje se aposentan en un nuevo estado. Fricción, cuerpo sobre cuerpo de una palabra sobre la otra, discurso de quien alucina, ve espejismos, quiebra pieles, desnuda recuerdos, trae de vuelta a las chicas de la escuela, a sus curvas y miedos.
Delirium semen es arrollador porque no cede; página a página el lector se ve obligado a volcarse entre las protuberancias, entre los pliegues. Aquí, entre estos versos de pelvis, ojos o cerviz, hay que andarse a tientas para no caer ante los cuerpos derribados, ante los corceles sin jinetes en el coxis. Gozadura de goznes, selva y bosque emparentados, en este libro se arriba a buen puerto, no de descanso, no de certidumbres, se llega a espacio de placer verbal, de extrañamientos y dislocaciones del mundo ordinario y de vuelta a él desde los juegos y decantaciones del lenguaje que ha construido León Félix Batista, quien se ha metido de cabeza, de pies, es decir, de cuerpo entero, en un continente epidérmico donde hacer yunta entre literatura y realidad sólo es posible cuando, como él mismo dice en el poema Orgía, las pupilas van “tramontando los encajes”. Delirium semen, un libro personalísimo y seductor.
Ciudad de México, 2010.

martes, 22 de noviembre de 2011

CATORCE TORSOS


(Catorce Torsos, Felicita Cartonera, Paraguay, 2089): "Pido al letor que donde le paresciere corta mi información, tenga respecto al trabajo con que se inquieren estas cosas en partes nuevas, y donde tantas diversidades y géneros de materias concurren, y al poco reposo que los hombres tienen, donde les faltan aquellos regalos y oportunidad con que otros auctores escriben en las tierras pobladas de gentes polidas e prudentes, e no entre salvajes, como por acá andamos, buscando la vida y acertando, cada día, en muchos peligros para la muerte."

domingo, 13 de noviembre de 2011

Lezama Lima: Una posteridad disputada


Lezama Lima: Una posteridad disputada
Rectificaciones, neobarroquismos y neobarrosismos
Por Gustavo Guerrero
La posteridad del gran cubano José Lezama Lima (1910-1976) se deja leer hoy desde una variedad de campos que, como el de la historia literaria, el de la política o el de la teoría cultural, dan fe de lo rico, lo proteico y lo problemático que aún resulta su legado. Pocas materias parecen, en verdad, más controversiales y más atractivas para un especialista de las letras caribeñas y latinoamericanas, ya que pocas han ido adquiriendo con los años una tan alta densidad simbólica.
“Nadie sabe en qué imágenes lo traducirá el porvenir”, escribió Borges en una página de El hacedor. Las de Lezama Lima se han vuelto tan numerosas, tan diversas y contradictorias que a menudo parece difícil establecer vínculos entre ellas y hacer que se correspondan con las de una sola obra y un mismo autor. A treinta años de su muerte, y por solo mencionar algunas, coexisten la de un Lezama Lima panhispánico, religioso y católico junto a la de otro gay y poscolonial, o la de un Lezama Lima nacionalista y revolucionario junto a la de otro disidente, neobarroco y hasta cosmopolita.
Es cierto que los múltiples perfiles del hombre y su versátil escritura se prestan mejor que los de muchos otros y otras a estas interpretaciones heterogéneas que reflejan a la par su influjo y su vitalidad; pero también es cierto que hombre y escritura no están exentos de profundas ambigüedades y que esas ambigüedades son el origen de las variopintas maneras en que se nos presenta en la actualidad la fortuna póstuma del maestro habanero. Paz dijo una vez que un párrafo de Lezama Lima era como un gran caldo criollo donde flotaban todas las criaturas del idioma. El propio Lezama Lima fue asimismo –y en sí mismo– tan plural y criollo como ese caldo. Sin embargo, para que hoy podamos verlo de esta forma, ha sido necesario el concurso de un buen número de lectores que han ido contribuyendo a activar distintas posibilidades de lectura. No creo que el espacio de mis breves cuartillas sea el más apropiado para mencionarlos a todos, sobre todo si se tiene en cuenta que estamos ante un tema que daría para uno o varios libros. Pero sí quisiera dedicar el espacio de que dispongo a dos de esos lectores que, a mi modo de ver, son los que han producido los modelos de lectura más extremos, influyentes y contrastados. Ambos, en circunstancias distintas, y con estrategias igualmente diferentes, fungen como los dos principales gestores de la posteridad de Lezama Lima y ambos, como puede imaginarse, compitieron por el control de ese capital simbólico aunque lo hicieron de un modo sordo, nunca explícito o aparente, aunque tampoco exento de una que otra escaramuza.
Se trata, como ya algunos lectores habrán adivinado, del poeta y ensayista Cintio Vitier (1921-2009) y del novelista, poeta y ensayista Severo Sarduy (1937-1993). Y digo como ya algunos lectores habrán adivinado porque el paralelismo entre estos dos lectores de Lezama Lima es ya un motivo o un tema conocido entre los especialistas de literatura cubana y caribeña. Recordemos que es posible hallarlo en generaciones tan distintas como las que representan Roberto González Echevarría y Rafael Rojas, o aun en las más jóvenes, como la de Duanel Díaz.
Empecemos por rendirnos a la evidencia: la relación de Vitier y Sarduy con Lezama Lima no podría ser más asimétrica. Vitier acompañó al poeta desde su adolescencia, fue miembro fundador del grupo de la revista Orígenes en 1944, dedicó buena parte de su labor como estudioso de las letras cubanas a examinar y a ensalzar la obra de Lezama Lima, y mantuvo con él un vínculo de amistad, de colaboración y de discipulado que duró prácticamente hasta la muerte del maestro en 1976. Sarduy, por el contrario, que inició su carrera literaria junto a José Rodríguez Feo en el grupo rival de la revista Ciclón en 1955, solo vio a Lezama Lima una vez en su vida antes de viajar a Europa en 1960, apenas si escribió un puñado de páginas sobre la obra del maestro y, de los intercambios entre ambos, hoy solo nos queda el testimonio de unas dos o tres cartas.
La legitimidad de que cada de uno de ellos disponía a la hora de reivindicar la herencia lezamiana no era así la misma y esta diferencia explica en parte las estrategias singulares y opuestas que van a seguir. Por un lado, está la de Vitier, quien va a tratar de reconstruir la continuidad histórica que le permita fijar el contexto dentro del cual la obra de Lezama Lima readquiera todo su sentido como realización del destino nacional y revolucionario cubano; por otro lado, encontramos a un Sarduy que se lo apuesta casi todo al texto lezamiano y a las posibilidades de descontextualizarlo y recontextualizarlo en una serie de ámbitos que lo van alejando cada vez más de su lugar de origen, hasta convertirlo en objeto de especulaciones teóricas e interpretativas desvinculadas de los problemas a los que la obra de Lezama Lima inicialmente respondía. Huelga señalar que los dos, Vitier y Sarduy, buscan por igual su reposicionamiento dentro del campo literario cubano (y latinoamericano) a través de su gestión de la posteridad del poeta como un padre o un precursor cuya centralidad les garantiza un capital simbólico cierto y un lugar en el canon. En este sentido, las estrategias de uno y otro son políticas aunque no sigan un mismo camino ni puedan ser evaluadas de la misma forma.
Empecemos primero por la primera.
Nadie ignora que, tras el caso Padilla, Lezama Lima fue uno de los escritores que cayó en desgracia en Cuba y que por ello debió pasar sus últimos años en condiciones precarias, vigilado, aislado y sin poder publicar nada nuevo dentro de su país. Sobran documentos y testimonios que dan cuenta de su penosa situación y la de su esposa a mediados de la década de los setenta. Antonio José Ponte recuerda que, tras su muerte, y prácticamente hasta a principios de los años ochenta, el nombre del poeta les decía poco a las nuevas generaciones cubanas y era infrecuente, salvo en librerías de viejo, toparse con alguno de sus libros.1 Pero este estado de cosas empieza a cambiar en los años ochenta y el punto de inflexión lo marca la publicación en 1981 de una selección de ensayos de Lezama Lima, Imagen y posibilidad, donde se recogen algunos de los textos aparentemente más comprometidos del poeta, como el que le da título al volumen, “26 de julio: imagen y posibilidad”.2
Aunque el responsable de esta recopilación es Ciro Bianchi Ross, la participación de Vitier en su composición no deja lugar a dudas, ya que es reconocida por el propio editor en su prólogo. De hecho, este señala en dicho prólogo que el libro se edita con las garantías que le confiere la autoridad del estudioso y poeta: “Cintio Vitier ha dicho que este libro recoge algunas de las mejores páginas en prosa escritas por Lezama. Estas palabras, por venir de quien vienen, dan respuesta a todas las posibles interrogantes y justifican esta recopilación”.3
Imagen y posibilidad no dejará de suscitar en su momento vivas reacciones, como el artículo que le dedica Enrico Mario Santí en la revista Vuelta en 1985 y que se intitula elocuentemente “La invención de Lezama”.4 Pero el proceso de reinscripción del poeta y el grupo de Orígenes dentro del campo cultural de la Revolución no hace, en realidad, sino empezar. Vitier venía trabajando en ello desde mediados de los años setenta en libros como Ese sol del mundo moral (1975) y en prólogos como su “Introducción a la obra de Lezama Lima” para las Obras completas (1976) de la editorial Aguilar. En las conversaciones que graba con Arcadio Díaz Quiñones entre 1979 y 1980, no puede ser más explícito al respecto: “Mi intención es insertar a Lezama y al movimiento que él encabezó en los años 40 y 50 no solamente en la historia de la poesía y la cultura sino de la política [...] como tú habrás visto, yo presento a Lezama dentro de un contexto que hasta este momento creo que no se había visto, ni habíamos visto nosotros mismos. Un contexto de resistencia de la cultura, como única posible salvación de la nación...”5
Varios ensayos de Vitier como “De las cartas que me escribió Lezama Lima” (1982), “Un párrafo para Lezama” (1986) y “La aventura de Orígenes” (1991) van a ir desarrollando esta estrategia de lectura política que enlaza a Lezama Lima y al grupo de Orígenes con el devenir de la Revolución y con su líder máximo.
Vitier ve en varios textos de Lezama la prefiguración del advenimiento de la Revolución y destaca paralelamente la crítica lezamiana de la República como un período en que se pierde el destino original y profundo de Cuba, el sentido de la teleología insular. Esta actitud crítica, subrayo el condicional, habría sido común a casi todos los miembros de Orígenes y daría prueba del compromiso del pensamiento político de unos y otros, desde el catolicismo, con la necesidad del cambio revolucionario.
Tales son las ideas que Vitier ha de defender en los ochenta y que cobran cuerpo en 1986, cuando se lanza a la preparación de la primera edición crítica de Paradiso, un gigantesco volumen de más de 700 páginas que sale dos años más tarde, en 1988, bajo el sello de la colección Archivos de la unesco. Este volumen marca un hito en el proceso de rehabilitación de Lezama Lima y en el protagonismo del propio Vitier como gestor de la posteridad del poeta. “¿No es todo Paradiso, como quería Lezama, una inmensa metáfora que participa? ¿La historia misma de este texto no pertenece a la historia nacional?”, se pregunta retórica y triunfalmente Vitier en la introducción general al volumen.6
Durante la década de los noventa, y coincidiendo con las celebraciones de los 50 años de la revista Orígenes, Vitier prosigue su labor con recopilaciones como Para llegar a Orígenes (1994), a los que se suma una reedición de su conocido ensayo Lo cubano en la poesía (1998), con prólogo de Abel Prieto, que trae un capítulo memorable sobre Lezama Lima. Ya como para cerrar un siglo y abrir otro, hay que citar su recopilación Martí en Lezama (2000).
Al hacer hoy un balance, se tiene que reconocer que la estrategia de Vitier es exitosa porque, en menos de veinte años, consigue reubicar a Lezama Lima como una figura central del canon cubano dentro de la isla y lo vuelve no solo legible sino necesario en el marco del retorno al nacionalismo que marca la política cultural revolucionaria cubana tras la desintegración de la Unión Soviética. Pero no solo es Lezama Lima quien recupera así su centralidad sino también el grupo de Orígenes y el propio Vitier que se ve promovido a un sitial de honor en la historia oficial de las letras cubanas del siglo XX.
En mi opinión, el mejor juicio sobre esta manera de gestionar la herencia lezamiana se lo debemos a Rafael Rojas en dos páginas impecables de su ensayo Tumbas sin sosiego (2006) que no puedo menos que citar in extenso:
La lectura revolucionaria de Lezama emprendida por Vitier se apoya en los testimonios de rechazo a la política republicana que abundan en la obra lezamiana y en algunos textos incidentales a favor de la revolución que escribiera el poeta en los años 60. Sin embargo, dicha lectura, además de ocultar la incomodidad que Lezama sintió al final de su vida, bajo el orden revolucionario, y que expresó sobre todo en las cartas a su hermana Eloísa, desvirtúa y vulgariza una política intelectual formulada desde la autonomía del campo literario y diferida a un vínculo secreto con la ciudad que se establece dentro de la poesía, es decir, en la práctica de una escritura o incluso en la historia de una expresión, pero jamás dentro de la razón de Estado. Es cierto que Lezama compartió con Vitier la idea de la participación de la Imagen poética en la Historia que, en buena medida, fundamentó su teoría de las “Eras Imaginarias”. Pero su enlace con la Revolución cubana en textos como “El 26 de julio: Imagen y posibilidad” fue siempre sutil, elusivo, tangencial, distante del discurso ideológico, ajeno a las solemnidades éticas y, sobre todo, reacio a las transparencias de la vocación pública. La diferencia substantiva entre la teleología insular de Lezama y la de Vitier no radica en la mayor o menor intensidad del discurso revolucionario sino en una diversa apuesta frente al dilema de la Poesía y la Historia [...] A diferencia de Vitier, quien siempre lamentó la zozobra de una escritura sin gravitación histórica, Lezama apostó por la Poesía en tanto espacio perdurable para la expresión del saber y la sensibilidad.7
La estrategia de Sarduy se sitúa, en muchos aspectos, en los antípodas de la de Vitier, pero arrastra también su lote de malentendidos. A mediados de los años sesenta del pasado siglo, Sarduy sabe que está fuera de Cuba y del ámbito político revolucionario, que no ha sido origenista, que no puede reivindicar ningún título antiguo para darle un fundamento a su relación con Lezama Lima y que tiene que inventar algo nuevo, algo que le permita descentrar al maestro, sacándolo de sus contextos originales, internacionalizándolo y acercándolo a la órbita vanguardista sarduyana. Para llegar a Lezama Lima, Sarduy va seguir, de este modo, un camino más oblicuo. Por un lado, va a incorporar a su discurso crítico, desde temprano, las tesis del Vitier de Lo cubano en la poesía y va defender con ellas la centralidad de Lezama Lima como punto de desembocadura de la tradición poética cubana en el siglo XX, así como Martí lo es del XIX. No otra cosa es lo que dice en su ensayo “Dispersión. Falsas Notas: Homenaje a Lezama Lima” de 1968, donde se cita repetidamente el libro de Vitier.8 Pero, en ese mismo ensayo, el reconocimiento de esta centralidad de Lezama Lima marcha al unísono con una lectura en la cual el acercamiento tangencial, la práctica del collage, la superposición de textos y la parodia acaban esbozándonos la estampa de un Lezama Lima subversivo, irreverente, hedonista y, sobre todo, gongorino y universal. Sarduy se inventa allí un precursor, como ha de recordárselo con sorna Lorenzo García Vega en Los años de Orígenes (1978). Pero, en realidad, hace mucho más: inventa al autor de culto de una nueva vanguardia internacional cuyo sacerdote, por supuesto, será el propio Sarduy y cuyo nombre será el neo-barroco.
De hecho, la primera formulación teórica que hace Sarduy del neo-barroco en su conocido ensayo de 1972, “El Barroco y el Neo-barroco”, constituye en muchos sentidos una reposición de su lectura anterior de Lezama Lima de 1968 y concluye con dos párrafos contundentes que no dejan lugar a duda sobre la nueva imagen del maestro habanero que ya se está fraguando (las cursivas son mías):
intácticamente incorrecta a fuerza de recibir incompatibles elementos alógenos, a fuerza de multiplicar hasta la pérdida del hilo el artificio sin límites de la subordinación, la frase neobarroca, la frase de Lezama, muestra en su incorrección (falsas citas, malogrados injertos de otros idiomas), en su no caer sobre los pies y su pérdida de concordancia, nuestra pérdida de un ailleurs único, armónico concordante con nuestra imagen, teleológico en suma. Barroco que en su acción de bascular, en su caída, en su lenguaje pinturero, a veces estridente, abigarrado y caótico, metaforiza la impugnación de la entidad logocéntrica que hasta entonces lo y nos estructuraba desde su lejanía y autoridad; barroco que recusa toda instauración, que metaforiza al orden discutido, al Dios juzgado, a la ley transgredida. Barroco de la Revolución.9
En un principio, el Lezama Lima de Sarduy no parece, por lo tanto, menos revolucionario que el de Vitier aunque la revolución tenga aquí otro sentido y se sitúe en el plano de la economía simbólica –el campo de batalla de las vanguardias textualistas francesas, de Roland Barthes y de Tel Quel. La poética neobarroca será el desarrollo de estas ideas como parte de la lectura que Sarduy hace de Lezama Lima al componer su propia obra y al crear un modelo escriturario específico que se corresponda con ella. No en vano Sarduy va a decir a mediados de los setenta que sus novelas y su poesía no son sino “unas hojas en el árbol de Lezama”. Al mismo tiempo, Sarduy desarrolla una incansable labor de promoción internacional de Lezama Lima haciendo traducir su obra en Francia y contribuyendo a que se traduzca en otros países, así como también difundiendo la obra del maestro entre escritores jóvenes y menos jóvenes de España, México, Argentina o Brasil.10
Tras la muerte de Lezama Lima en 1976, Sarduy le dedica, en las páginas de la revista Vuelta, el primer capítulo de su novela Maitreya (1978), que lleva el título de “En la muerte del Maestro” y añade además a la trama de esa novela un personaje de Paradiso, el cocinero chino Luis Leng.
ambién escribe, en 1982, a guisa de necrología, una glosa o un comentario sobre una carta que el poeta le enviara en 1969. En ese texto, intitulado “Carta de Lezama” y publicado por la revista Escandalar en Nueva York, Sarduy confirma a la vez el lugar de Lezama Lima como padre del neobarroco y se ubica él mismo a su lado, como su heredero no solo literario sino moral.
A mediados de los ochenta, invitado a colaborar con un ensayo en la edición crítica de Paradiso preparada por Cintio Vitier, Sarduy envía un texto cuyo tema central es justamente la herencia de Lezama o, mejor, cómo heredar a Lezama. Se trata de un texto bastante denso y que no se puede resumir fácilmente, pero en el cual Sarduy no se limita a insistir en el rol de Lezama Lima como fundador de un nuevo barroco, sino que nos habla también del suyo, de su propio rol como heredero. Porque asumir la herencia de Lezama significa, para Sarduy, no la reivindicación de un linaje o de la pertenencia a un grupo literario determinado, aunque sea tan importante como Orígenes, sino la posibilidad de apropiarse de un texto a través de una lectura innovadora del mismo: “heredero es el que descifra, el que lee. La herencia más que una donación, es una obligación hermenéutica”, señala desafiante. No es otra evidentemente su manera de heredar a Lezama Lima, de traerlo al presente, a través de una lectura concebida a “contracorriente”, como él mismo lo señala: “Adivinar, más que descifrar; incluir, injertar sentido, aun si detrás del juego de sus jeroglíficos el sentido es un exceso, una demasía...” Para heredar a Lezama Lima, es necesario así inventarlo, recrearlo, interpretándolo siempre más allá de la letra, pues es la única manera de acercarse fielmente al dúctil espíritu de sus textos. Sarduy concluye:
Pero quizás heredar a Lezama sea, sobre todo, asumir su pasión, en los dos sentidos del término: vocación indestructible, dedicación, y padecimiento, agonía. Saber que el descifrador, precisamente porque impugna y perturba el código establecido, está condenado a la indiferencia, o a algo peor que la franca agresión y el ataque frontal: la sorna. Cualquier detalle puede servir de enseña ensangrentada a los detractores –su sexualidad, por ejemplo–; cualquiera de sus textos, fruto de noches sin noche, de años de retiro y silencio, puede ser asimilado a un “mariposeo”; cualquiera de sus evasiones a una intriga. Heredero es también el que, en el relámpago de la lectura, se apodera de esta soledad.11
Hay que reconocer que la estrategia de Sarduy, como gestor de la posteridad lezamiana, también fue exitosa, pues la poética neobarroca, con Lezama Lima a la cabeza, ha de difundirse rápidamente a partir de los años ochenta del siglo xx y sus ecos llegan hasta nuestro hoy. De hecho, el prólogo que Sarduy escribe para el libro Escrito con un nictógrafo (1972) de Arturo Carrera es considerado como uno de los principales puntos de partida de la corriente, que aparece en la poesía argentina y que va a poner a circular entre los poetas porteños las obras de Lezama Lima y del propio Sarduy. A ese movimiento se van a sumar pronto otros poetas como Héctor Piccoli, Tamara Kamenszain y, sobre todo, Néstor Perlongher, quien propone que se emplee más bien el término “neo-barroso” para hablar de un neobarroco lavado en las aguas del Río de la Plata. El neobarroco o neobarroso alcanza luego rápidamente Uruguay, con poetas como Roberto Echavarren y Eduardo Milán, y simultáneamente llega al Brasil con Paulo Leminski y el último Haroldo de Campos, el del libro Galaxias, que defiende la idea de un trans-barroco latinoamericano.
Sarduy, por desgracia, no vivió lo suficiente como para asistir a la apoteosis internacional del movimiento neobarroco, que tiene lugar en 1996 cuando se publica en México, bajo el sello del fce, la antología Medusario preparada por Roberto Echavarren, José Kozer y Jacobo Sefamí. Esta antología, que reúne a veintidós poetas de doce países distintos, de México hasta Argentina, trae dos prólogos teóricos de Echavarren y Perlongher sobre el neobarroco, y fija su orientación literaria y sexual poniendo como epígrafe general de la selección nada menos que el conocido poema de Lezama Lima “Llamado del deseoso”.12
Hoy, catorce años después de Medusario, la poesía neobarroca sigue siendo practicada en América Latina y existe ya una nueva generación de poetas neobarrocos donde figuran, por ejemplo, el paraguayo Joaquín Morales (1959) o el dominicano León Félix Batista (1964).
Ahora bien, por exitosa que haya sido la operación neobarroca, lo cierto es que Sarduy no lee a Lezama de un modo menos sesgado que Vitier, ya que hace caso omiso de toda la visión sacralizada de la poesía que existe en el poeta habanero, de su creencia romántica en una ontología propia de lo poético que haría de la poesía un modo de conocimiento cuasi religioso y la puerta de acceso al panteón de las verdades trascendentes. En fin, Sarduy omite todo el aspecto conservador, tradicionalista y católico del personaje, tanto en lo que toca a su sexualidad como en su forma de entender la creación literaria y artística. Para ser breves, digamos que Sarduy lee a Lezama en una clave secularizada, subversiva y posmoderna que habría hecho sentir al maestro más que incómodo y que él probablemente, de haber vivido lo suficiente, no habría podido aceptar.
Hoy la posteridad de Lezama Lima se asienta en buena medida en estos dos malentendidos que la prolongan en el tiempo y que la han hecho llegar hasta nosotros. Quizás lo bueno que pueda traernos este centenario sea la necesidad de revisarla y de tratar de encontrar a otro Lezama Lima que no sea ni el profeta nacionalista y revolucionario de Vitier ni el vanguardista neobarroco de Sarduy.
No es improbable, de todas maneras, que el propio Lezama supiera que su destino inmediato era no ser enteramente comprendido. Sabemos que le gustaba citar aquella frase de Gracián que dice que “el mundo se concierta de desconciertos”. También solía repetir otra de Baudelaire, que le copió a Sarduy en una carta y que contiene una de sus mejores lecciones de tolerancia. Quisiera dejarla aquí como conclusión: “El mundo sólo se mueve por el malentendido universal, ya que por el malentendido todo el mundo se pone de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo el mundo se comprendiera, el mundo no podría entenderse jamás.”13
Notas

1 El libro perdido de los origenistas, Sevilla, Renacimiento, 2004, p. 9.
2 José Lezama Lima, Imagen y posibilidad, selección, prólogo y notas de Ciro Bianchi Ross, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1981.
3 Ibid. pp. 5-6
4 Se recogió luego en Enrico Mario Santí, Bienes del siglo. Sobre cultura cubana, México, fce, 2002, pp. 189-204.
5 Arcadio Díaz Quiñones, Cintio Vitier: la memoria integradora, San Juan de Puerto Rico, Editorial Sin Nombre, 1987, p. 125.
6 José Lezama Lima, Paradiso, edición crítica de Cintio Vitier, Madrid/París, Colección Archivos, 1988, p. xxvi.
7 Rafael Rojas, Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano, Barcelona, Anagrama, 2006, p. 240.
8 Severo Sarduy, Obra completa, vol. ii, edición crítica de Gustavo Guerrero y François Wahl,
Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1999, pp. 1160-1182.
9 Ibid., pp. 1403-1404.
10 Cf. a este respecto mi ensayo “Sarduy y Lezama Lima: a la sombra del espejo de obsidiana”, recogido en Gustavo Guerrero, La religión del vacío y otros ensayos, México, fce, 2002, pp. 185-204.
11 Op. cit., p. 597.
12 Medusario. Muestra de poesía latinoamericana, selección e introducción de Roberto Echavarren, José Kozer y Jacobo Sefamí, México, fce, 1996.
13 Op.cit., p. 94.

http://www.letraslibres.com/revista/libros/lezama-lima-una-posteridad-disputada?page=full

miércoles, 9 de noviembre de 2011

CANTOS DEL AIRE, Antología di poesía dominicana contemporánea


Antología bilingüe español-italiano
Edición y traducción: Emanuele Bettini,
SE Ediciones, Milano, Italina, 2011

POETAS INCLUIDOS

José Acosta
Soledad Álvarez
León Félix Batista
Basilio Belliard
Rei Berroa
Fernando Cabrera
Plinio Chahín
Cayo Claudio Espinal
José Enrique García
Alexis Gómez Rosa
Ángela Hernández
Lupor Hernández Rueda
Adrián Javier
José Rafael Lantigua
José Mármol
Jeannette Miller
José Alejandro Peña
Homero Pumarol
Tony Raful
Martha Rivera
Médar Serrata
Víctor Villegas

sábado, 5 de noviembre de 2011

Nueva antología de poesía Latinoamericana


UN PAIS IMAGINARIO: ESCRITURAS Y TRANSTEXTOS, 1960-1979
Maurizio Medo
Editorial Ruido Blanco, octubre de 2011

Un país imaginario traza un mapa poético de Latinoaméerica en la era de la globalización y las comunicaciones digitales. Y lo hace de manera admirable. No solo cumple con lo que se espera de un buen cartógrafo, que es proporcionar una guía útil basada en el conocimiento exhaustivo del terreno, por más que sea -como aquí- verdaderamente inmenso. También acierta en lo que deja de hacer al evitar el vicio al que muchas antologías nos tienen acostumbrados y que consiste en mostrar una superficie de la que se ha arrancado todo lo que no cabe entre las alambradas conceptuales que delimitan sus fronteras. Nada más lejos de la diversidad que encontramos en estas páginas.
Aquí el trasiego que carateriza de hecho a la poesía queda reflejado en trayectorias que se encuentran o se repelen, que circunvalan o atraviesan academias y arrabales de acuerdo a tácticas específicas. Sus pasos no se confunden aunque los veamos transitar los lugares compartidos que los conectan entre sí de manera reticular. Más que el mapa que conduce al visitante a unas cuantas avenidas repletas de comercios, Un país imaginario es un GPS que ayuda a localizar la disparidad de usos a los que el mismo espacio puede dar cabida. Tampoco se evitan los puntos cardinales de generaciones precedentes (conversacionalismo, neobarroco, antipoesía, concretismo...) pero la inquietante faz de nuestra diáspora creativa no se oculta tras el copyrigth de una sola tradición. este país amplía nuestro lugar. El lector de poesía está de enhorabuena. (Benito del Pliego)

POETAS INCLUIDOS:

Mario Arteca
Enrique Bacci
Edwin Madrid
José Antonio Mazzotti
Edgardo Dobry
Rafael Espinosa
Julio Inverso
Paco Benavides
León Félix Batista
Fernanda Castell
Ernesto Lumbreras
Damaris Calderón
Martín Gambarotta
Willy Gómez Migliaro
Montserrat Álvarez
Luis Carlos Mussó
Julián Herbert
Emilio Lafferranderie
Alejandro Tarrab
Delmo Montenegro
César Eduardo Carrión
José Carlos Yrigoyen
Alberto Valdivia
Rodrigo Flores
Jerónimo Pimentel
Felipe Ruiz
Héctor Hernández Montesinos
Juan José Rodríguez Santamaría
Paula Ilabaca

Antología de la poesía dominicana del siglo XX (Visor, 2011)


Otilio Vigil Díaz
Domingo Moreno Jimenes
Tomás Hernández Franco
Franklin Mieses Burgos
Manuel del Cabral
Pedro Mir
Freddy Gatón Arce
Manuel Rueda
Lupo Hernández Rueda
Jeannette Miller
Mateo Morrison
José Enrique García
Soledad Álvarez
Alexis Gómez Rosa
Tony Raful
Ángela Hernández
Cayo Claudio Espinal
Plinio Chahín
Dionisio de Jesús
José Mármol
León Félix Batista
Médar Serrata
Basilio Belliard
Adrián Javier
Homero Pumarol

miércoles, 12 de octubre de 2011

ENCUENTRO DE POETAS DEL MUNDO LATINO EN MEXICO


dedicado a Tomás Segovia
16 al 22 de octubre de 2011

ARGENTINA
Jorge Boccanera
Daniel Freidemberg
BÉLGICA
Stefaan van den Bremt
BOLIVIA
Gabriel Chávez Casazola
CATALUÑA
Jordi Virallonga
CHILE
Hernàn Lavìn Cerda
COLOMBIA
Juan Felipe Robledo
Miguel Méndez
CONGO
Gabriel Okoundji
COSTA RICA
Meritxell Serrano
ECUADOR
Antonio Correa
Xavier Oquendo
EL SALVADOR
Jorge Galán
ESPAÑA
Aurora Luque
María Angeles Pérez López
Daniel Rodríguez Moya
Carmen Camacho
FRANCIA
Sylvestre Clancier
André Velter
ITALIA
Paolo Ruffilli
Emilio Coco
PANAMÁ
Roberto Fernández Iglesias
PERÚ
Roger Santiváñez
PORTUGAL
Ana Luisa Amaral
PUERTO RICO
Vanessa Droz
QUEBEC
Bernard Pozier
Luis Philippe Hébert
Guy Cloutier
REP. DOMINICANA
Leon Félix Batista
RUMANIA
Linda Maria Baros
URUGUAY
Luis Bravo
VENEZUELA
Enrique Moya

jueves, 4 de agosto de 2011

traducción de un poema de Herberto Helder (Portugal, 1930)


La veo crisparse con mi imagen
insertada. Y escribo:
“Cuando yo muera” –irguiendo ese espejo
en tamaño de espuma.
Como si fuera la belleza, la transfusión amarga,
el soplo boca a boca



Tras atravesar altas piedras preciosas,
salía a arder.
Aparecía en llaga de cuerpo entero.
Era ahora una estrella carbonizada, una aterradora estrella
de grandeza principal,
vista desde la tierra.


Vejo-a crispar-se com a minha imagen
inserida. E escrevo:
“Quando eu morrer” –erguendo esse espelho
em tamanho de espuma.
Como se fosse a beleza, a transfusão amarga,
o sopro boca a boca



Depois de atravesar altas pedras preciosas,
saía a arder.
Aparecía em chaga de corpo inteiro.
Era agora uma estrela carbonizada, uma aterradora estrela
de grandeza principal,
quando se olhava da terra.

de Última Ciência, Poesia Toda (trad. León Félix Batista)

viernes, 27 de mayo de 2011

TERCERA TARA


(Palabras del autor en la presentación de Delirium Semen en México, septiembre 24 de 2010, publicado en revista País Cultural número 11, Santo Domingo, diciembre 2010)
Alguna vez un famoso crítico dominicano, en introducción a una breve antología que incluía textos míos, afirmó que el de mi generación poética, llamada de los 80s, era “un discurso gago”, es decir, tartamudo, imaginando quizás, en su ácido río destructor, y dada la cercanía fónica de los términos, que el tartamudo es exactamente un mudo y no alguien cuyo decir potencia una sílaba con el eco de su tara, haciéndola, sin duda, destacar, al machacarla reteniendo en la glotis la palabra total, el sonido por decir. Debo conceder que, desde entonces, la escritura tartamuda me parece una alucinación y posibilidad fascinantes, y creo que tanto Huidobro como Oliverio Girondo estarían orgullosos de que los calificaran de poetas semimudos: Girondo girando orondo y en redondo y Vicente en sus molinos de gago lalilá. De modo que, visto así, lejos de irritarme, asumiría con gusto mi bautizo pontificador como Poeta Gago de la nación dominicana, con todos los privilegios y deberes que ello implique.
Pero qué va: muy distinto es mi caso. Dado que fui un niño enfermizo desde los 6 meses de edad, cuando en plena Revolución de Abril hube de padecer una cirugía casera ejecutada por mi vecina médico con cuchillos de cocina y cuanto instrumento quirúrgico apareciera en casa –niño que luego, en nuestro cuarto estrecho del caserío de una esquina de las calles arzobispo Meriño con arzobispo Portes a pocos pasos del mar Caribe (justo donde se encuentra hoy el Centro Cultural de España) desarrollaría un asma destructiva y demoledora–, en mi caso, repito, podría quizás hablarse de “discurso poético asmático”, aunque eso remitiría de inmediato a Lezama, y tal no es mi intención ni mi nave es de esas dimensiones.
Sin embargo, me parece evidente hoy, a varios años-apagones (éstos mucho más cortos pero más intensos que los años-luz), que estas prolongadas postraciones fueron las generadoras de mi interés prematuro por la palabra escrita. En aquella época lejana no se había sintetizado aún el milagroso albuterol, y mis pulmones colapsados por momentos, mis débiles fuelles vitales, eran bombardeados con oxígeno blanco que, desgraciadamente, sólo conseguía abrir una brecha limitada en mi sistema respiratorio, y vuelta a lo mismo ante la menor alergia, carrera rápida, risa estridente o influenza. De modo que, viendo el carrusel del mundo pasar ante mis ojos, envidiando el beisbol de los demás, tenía que leer. Y, al evitar lo más posible hablar, no fuera a ser que la vida se me escapara por la boca, al tener desesperadamente que conservar, dosificándola, mi pequeña ración de aire, tenía también que escribir, si quería vincularme con el mundo, si quería dar materia a mis sueños, expresar mi desesperación, si quería enviar una carta nostálgica a mi madre en Nueva York, si quería decir que te quería.
Ya la señorita Carmen me había mostrado el milagro del lenguaje en su escuelita de patio de la calle Bartolomé Colón, Villa Consuelo. Me entusiasmó sobremanera aquello de poder descifrar lo que mostraba un libro y además de poderlo repetir en mi cuaderno (“amiguito, préstame tu sacapuntas, para que me quede linda la caligrafía”). Entonces se hizo fácil entender a hurtadillas las revistas Vanidades de mis tías, la colección abundante de Selecciones de Reader’s Digest, las fotonovelas mexicanas en las que el cubano Frank Moro y muchísimos galanes más disfrutaban, imagino, que el fotógrafo pidiera repetir una y otra vez la toma movida donde había que besar a la protuberante protagonista. Y bueno, un día apareció en un rincón de casa, “porque a este carajito sí que le gusta leer”, el Lazarillo de Tormes, de manos de alguno de los enamorados de mis tías de artificio. Y después El Quijote y los poemas dulces de Salomé en la escuela, y Fabio Fiallo y Vargas Vila y toda Corín Tellado escondidos en el neceser de cualquiera de las tías, y en la peluquería, a punto de recibir mi nuevo recorte al rape, Marcial Lafuente Estefanía. Qué chévere, caramba, ¡yo también quiero escribir así!
Después, ya saben (no quiero hablar esta tarde demasiado, no vaya a ser que vuelva de repente el asma), me tomé el asunto en serio, publiqué mi primer libro, El oscuro semejante, en 1989, que de inmediato recibió 2 reseñas en los diarios, radicalmente opuestas entre sí: una en la que un compañero de generación decía que ese oscuro semejante bizqueaba (como ven, fui bizco mucho antes de ser gago) y otra admirablemente profunda y elogiosa de alguien a quien jamás había visto y a quien no envié mi libro para que lo reseñara: José Rafael Lantigua, hoy Ministro de Cultura y amigo sin dudas entrañable. Tal sería el panorama hasta este hoy: existen quienes detractan públicamente mi poesía argumentando que no entienden nada, mientras otros me susurran al oído mis supuestas excelencias y yo, sin ser creyente, citando siempre el libro de los libros: quien tenga ojos para ver que vea: yo soy yo, o eso creo, pero mis textos son ellos mismos o por lo menos no son yo.
Después de El oscuro semejante, donde creo haber pagado mi cuota de “poeta de poemas”, hice un duro silencio de 8 años buscando cómo decir lo mismo de otro modo. Las concepciones poéticas a la mano dejaron de satisfacerme; había que trascender el poema. La poesía, me decía, es otra cosa. Dejé entonces de buscar la poesía en la poesía y empecé a rastrearla en otras partes. Así nació Negro Eterno en 1997, excavando el numen oscuro del bolero. Se formó Vicio en 1999, rastreando el estro en la descripción torcida de todas las posturas sexuales posibles. Vino Burdel Nirvana, en 2001, fundido en la lírica posible de la moda femenina. Seguí mi rumbo insatisfecho, buscando la poesía del mar y del amor, de su, quizás, simbiosis, de su palíndromo en amor o mar, y lo llamé Mosaico Fluido, en 2006, hasta parar en un Pseudolibro, un libro falso, un discurso que no fluye, un libro que no es libro, pero editado como tal en 2008.
Este abordaje extraño del fenómeno poético tiene su justificación. Confieso abominar de la poesía y del poema, al menos de tal y como los ven hoy día media isla y media humanidad. El común aspira a practicar deportes extremos pero a leer poesía light, y yo me niego a ello, escribidor nadando contra la corriente en mi poema extremo. En realidad, lo que me gustaría poder escribir, para borrarme el asma de la mente, son catálogos, facturas comerciales, bachatas de pensamiento puro, guías del estado del tiempo o tratados de psicofarmacología, y vendérselos a ustedes como si fuese poesía y hasta ganarme unos centavos mientras me río muy bajito –no vaya a ser que haya de nuevo que nebulizarme. Cierto es que esta postura heterodoxa ante el lenguaje poético me ha granjeado situaciones singulares y ha logrado engrosar las anécdotas de mi ya enciclopédico ridículum vitae. Dos anécdotas son mis favoritas. La primera la debo a la señora Gordillo, una admiradora nicaragüense que encontró mis textos en la web: se pregunta cómo es posible que yo conozca tan a profundidad el cuerpo femenino y sus intríngulis deseantes siendo hombre, y asegura que en mis poemas se siente interpretada. La otra anécdota incluye también la internet, donde mi libro Burdel Nirvana aparece reseñado más veces entre los libros sobre moda y vestimenta que entre los poemarios. Lo mejor es que en Amazon punto com, Burdel Nirvana tiene un solo comentario, que reza: This Book is excellent and it’s not only because my father wrote it. He's a great author and his work is amazing (traducción: este libro es excelente, y no sólo porque lo escribió mi padre, etc. Firmado por mi hija mayor. ¿No les parecen las palabras más tiernas del mundo?
Por todo ello, por la que sería mi tercera tara (ese oído nulo que poseo ante la musiquilla pobre de las esferas líricas locales) escribí Delirium Semen, que aquí les dejo.

jueves, 19 de mayo de 2011

PALABRAS EN MI CALLE


Al decir racional, pero contaminado, del filósofo Pascal, “toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: de no saber quedarse tranquilos en una habitación.” Quizás sea cierto, o sea cierto en parte. Yo por lo menos pienso, observando otra vez mis derroteros, cosa a que me obliga este homenaje, que precisamente de ahí vendría mi Gracia, si me corresponde alguna.
Sucede que solemos olvidar, frecuentemente, que se vive en un espacio lo mismo que en el tiempo, que ambos tejen una red de sucesos inasibles y cuya fijación es el afán de la literatura. Y está claro que esa trama en que vivimos no es tejida por nosotros, de manera que nuestra representación es la de presas en la telaraña de la existencia.
Todo se va, sucede: fluye. Se irá este día también, nosotros nos descompondremos, la lluvia irá opacando mi nombre en esta calle. Y yo también me he ido y he vuelto y vuelto a ir, de todos los modos posibles: del y al regazo de mi madre, del y al hogar, del y al país, de unos brazos y a unos brazos, de unos preceptos estéticos y de vuelta. Si hubiera aceptado permanecer tranquilo dentro de mi habitación, en la comodidad de una oficina o compromiso; si no me hubiera movido en la maraña de todas las poéticas excavando mi propia voz, tirando páginas a la basura, borrando letras, buscándome constantemente; no sería hoy quien soy, no habría escrito y publicado esos 6 libros, no sería el compañero de esa mujer que amo.
Todo es viaje, Pascal, todo es un tránsito: es la naturaleza de la unidad más simple de materia. Todo está en movimiento permanente. Recuerdo la más viva expresión de esa inquietud en mí cuando, a los 18, opté por una beca para estudiar en Rusia, cambiando de idea luego en el camino. Recuerdo como hoy cuando, recién graduado de bachiller me fui a San Isidro, un poco en busca de obtener en la vida militar lo que no logró mi padre, para, de nuevo, sustraerme de esa horrible tentación. Recuerdo hoy, aquí, en presencia de mi madre, cuando abandoné academia, trabajo en un periódico y vida un poco estable para irme a vivir a Nueva York con ella. Si la vida se compone de mudanza y residencia ¿por qué debía permanecer tranquilo en un espacio? Hay que buscar el mundo, el cielo abierto, la ciudad, la calle.
La poesía también es una calle, una vía hacia el conocimiento, una de varias, vamos, que el poema no lo es todo, sino que es simplemente mi elección. Y una calle se recorre, pero también las líneas por donde van las letras. ¿Una calle tiene vida, personas, tramas, accidentes? También los tiene un libro. Calle y texto comparten, por ejemplo, la exposición al clima: una padece los meteoros, el otro las modas literarias. Poema y calle tienen calzadas, tarros con flores, niños jugando, sentimientos entre los seres que se aman o se odian, muerte, erotismo, adoración, perros que orinan en los árboles, cables, chichiguas, aromas, colores múltiples, quejidos, risas, canciones, pero también cloacas, sí. El poema consigue, lo mismo que la calle, la deseada unión de los contrarios, como Pascal quería: esos opuestos entre los cuales se halla el hombre “a la vez despedazado y atenazado.”
El hombre se encuentra aislado, dice Pascal, en su desgarramiento y soledad consigo. La poesía también es una isla, una terrible soledad y en una isla como la de donde soy toda calle desemboca en otra calle y esta última calle después muere en el mar. O nace, según lo quieras ver, indefinidamente.
Y es verdad que calle es calle, como bien saben decir nuestros filósofos del barrio: “la calle, la avenida, son la universidad donde se aprende de la vida”. Así piensan, eso exclaman, nuestros chicos: “en la calle aprenderás lo que nunca has estudiado, verás lo que nunca has visto, oirás lo que no has escuchado”. Calle es calle, dicen ellos, y una esquina es una esquina, pero calle es callejón si no sabes caminar. Mejor ve con cuidado.
Y bien puede que esta sea la tautología más fácil del idioma. Pero al igual que calle es calle, poesía es poesía. Y yo estoy en esta calle en persona y en imagen precisamente por la poesía que escribí. Esa poesía, de la que soy apenas un vehículo, un vehículo que va por esa calle de la literatura nacional y ojalá que universal; una calle por la que la poesía puede discurrir en tinta, poesía que las autoridades del Ministerio de Cultura y de la Feria Internacional del Libro han querido homenajear.
Ellos, los responsables de mi emoción de hoy están aquí, conmigo: mi amigo poeta José Rafael Lantigua, compañero de avatares, Ministro de Cultura, ser humano sensible y entrañable, inteligente y capaz, solidario como pocos; y el hermano del alma Alejandro Arvelo, cuyas palabras tan hondo han calado en mí. Pero también están conmigo varias personas de esas que llamo “de primera vez”. Mi madre, por supuesto, primera persona del Verbo, el primigenio espacio vital: ese refugio cálido a donde siempre vuelvo cada vez que haga falta, pues tal vez la habitación de la que habló Pascal es la matriz. Mis compañeros de bachillerato, aquel tiempo-lugar donde empecé a escribir, exhibiendo mi poesía en los murales, murales que todos ellos atestiguaron. Mi amigo y mentor Pedro Cabrera, el primer crítico de tantos borradores, cuando activos y pasivos, facturas y cuentas T se mezclaban con poesía en el lejano 1982. Mis familiares que, cada vez que se aperciben de algún éxito que tenga, recuerdan que estuve al borde de la muerte en plena guerra civil, y repiten: “yo sabía que ese niño había venido al mundo para dejar su huella, y por eso no se fue.” Mis amigos poetas, mis amigos no poetas, mis lectores, los señores viceministros, los miembros de mi generación y los de otras, los compañeros de trabajo, los colegas de la maestría en Industrias Culturales; el poeta Mateo Morrison, padre de tantos de nosotros, Alexis Gómez- Rosa, gran poeta y proveedor de gran poesía, las autoridades de otras instancias, los talleristas, los estudiantes, gente que no está en persona, pero que tanto significan: mis hijos, mis hermanos: demasiado cariño el que he encontrado aquí, y que pude no haber hallado de haberme quedado esta mañana tranquilo en mi habitación.
Pero no termino aquí, más bien empiezo, porque ella está en la esencia y en el centro. Como al principio fue el Verbo, y supongo también que lo será al final, yo quisiera repetir, remedando la canción, que esta calle de mi vida al final tiene su nombre. El nombre de un poema, el nombre de un amor: el nombre tan querido de mi esposa.
Debo, sin embargo, reconocer, ya terminando, que de no haberme quedado al menos de cuando en vez dentro de mi habitación, no hubiera podido escribir tantos poemas. Aquí hay un punto para Pascal, según el cual, ya menos sentencioso, “el hombre es un ser medio y mediano, situado entre dos infinitos. Cuando aspira a lo superior, cae en lo inferior; cuando se sumerge en lo inferior, una luz lo eleva a lo superior. Entre el ángel y la bestia, anda por el mundo al parecer en continuo equilibrio. Más aún: el equilibrio en todo –entre el saber demasiado y el saber demasiado poco, entre el movimiento excesivo y el reposo completo– parece encajar en la condición humana tan exactamente que tendemos a recomendar al hombre atenerse siempre a su fundamental ser equilibrado. Ahora bien, el equilibrio es inestable. La posición media del hombre está, en rigor, compuesta de la lucha entre extremos, pues el hombre es a la vez un ser grandioso y miserable”. La naturaleza humana, escribió este pensador, es «depositaria de lo verdadero y cloaca de incertidumbre y de error, gloria y desperdicio del universo». Nada más y nada menos que lo mismo que una calle. En el fondo de ese equilibrio inestable acecha sin cesar la paradoja.
Y según dice el programa de esta feria del libro, hoy es el Día de León Félix Batista. Mi hora no ha llegado, pero mi día sí. Y tomando posesión de ese mandato, como dueño entre comillas de este espacio, hoy decido reescribir al pensador Pascal, y crear la Paradoja de la Calle: estoy aquí feliz y agradecido del homenaje, aunque confieso que lo que en verdad quisiera es estar encerrado en mi habitación leyendo y escribiendo, que es lo que me gusta hacer, asomándome a la calle también de cuando en cuando. Allí, frente a la página, es donde mi ser se vuelve sólido.
Y sin embargo, y he aquí la paradoja, abrumado de emoción y de belleza, aquí me quedaría a vivir, aquí en mi calle, aunque hace 30 años que resido en un poema.

MUCHAS GRACIAS POR HABERME ACOMPAÑADO.

XIV FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO, SANTO DOMINGO, 19 DE MAYO DE 2011

(en la foto: El Director General de la Feria del Libro, Alejandro Arvelo; el homenajeado, León Félix Batista; el Viceministro de Desarrollo Institucional, Mateo Morrison; la madre y esposa del homenajeado, Cristobalina Lugo e Ivelisse Pérez, respectivamente; el Ministro de Cultura, José Rafael Lantigua; y la Viceministra de Creatividad y Participación Popular, Bernarda Jorge.)

sábado, 14 de mayo de 2011

Calle León Félix Batista


Jueves 19 de mayo
Día de León Félix Batista
XIV FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO SANTO DOMINGO 2011

9:00 a.m.
Apertura de la Feria

10:00 a.m.
Acto de Inauguración de la Calle “León Félix Batista”.
(con la presencia de autoridades de la Feria, familiares y amigos del autor)
Calle localizada en el lado izquierdo del Museo de Arte Moderno, desembocando en el parqueo de la Cinemateca, justo detrás del restaurante Maniquí.

11:00 a.m. Pabellón de Escritores Dominicanos
Conversatorio del taller literario Salomé Ureña (Gaspar
Hernández) y Triple Llama (Moca) con León Félix Batista,
autor homenajeado del día. Organiza: DGTL.

12:00 a.m. Pabellón Libro-Cocina “Esperanza de Lithgow”
Almorzando con las Letras
León Félix Batista, escritor homenajeado del día

lunes, 2 de mayo de 2011

Gustavo Guerrero: Sobre la joven poesía hispanoamericana


Gustavo Guerrero
Sobre la joven poesía hispanoamericana
Carlos Javier Morales

Recientemente hemos tenido ocasión de conversar con Gustavo Guerrero (Caracas, 1957), catedrático de cultura hispanoamericana contemporánea en la Universidad de Cergy-Pontoise, al oeste de París, así como consejero literario para la lengua española de la casa Gallimard. Como investigador, crítico y ensayista de cuestiones literarias, es autor de libros tan imprescindibles sobre la evolución de la poesía y la literatura en general como La estrategia neobarroca (1987), Teorías de la lírica (1998) o La religión del vacío (2002). Como poeta, Guerrero es autor de los libros La sombra de otros sueños (1982) y Círculo del adiós (2006).

Este año, con motivo de la celebración del bicentenario del proceso de independencia de la América hispana, ha publicado una extensa antología de joven poesía hispanoamericana, titulada Cuerpo plural (Valencia, Pre-textos, 2010). En esta última materia hemos centrado nuestra conversación.

Desde tu luminoso prólogo apuntas hacia un proceso de desmitificación de la poesía que han consumado en Hispanoamérica las últimas promociones poéticas, las de los nacidos entre 1959 y 1979. Siendo esto cierto, ¿no crees que, después de la escritura de poetas tan decisivos como Nicanor Parra, Enrique Lihn o el mismo Borges, por ir un poco más hacia atrás en el tiempo, esa desmitificación de la poesía como luz suprema del hombre no es tampoco una novedad?

La postmodernidad es un fenómeno complejo que a menudo prolonga o acentúa procesos o tendencias que ya estaban presentes en el tiempo moderno, pero que sólo ahora, es decir, retrospectivamente y desde la postmodernidad misma, logramos percibir o entender cabalmente. Yo digo en el prólogo que la crítica al paradigma metafísico romántico empieza con nuestras vanguardias, antes de adquirir una forma más contundente y definida con la poesía de Nicanor Parra a mediados del siglo XX. Sin embargo, creo que hay una diferencia significativa entre el tipo de crítica del quehacer poético que podemos hallar en las vanguardias o en el Borges ultraísta, para tomar tu ejemplo, y la crítica que encontramos en poetas actuales, como el argentino Sergio Raimondi. Nuestros vanguardistas, por muy irreverentes que fueran, no dejaron de creer nunca en el poeta como héroe cultural ni en el arte y en la poesía como poderes supremos a la hora de reconciliar existencia y creación, e imaginar el proyecto de una sociedad futura. En este sentido, fueron utopistas, herederos del pensamiento romántico y, por ende, plenamente modernos. Pienso que el debate se plantea hoy de una manera diferente y en otro contexto, como crítica de esas ilusiones y del sistema poético que alimentaron durante dos siglos, al margen de toda agenda de futuros alternativos y desde una idea más modesta sobre el lugar de la poesía en nuestras sociedades. Y es que, entre modernidad y postmodernidad, se produce no sólo un cambio de época sino también de modelo de legitimación teórico. Si me permites la comparación, la distancia podría ser semejante a la que separó históricamente la crítica del aristotelismo entre los neoclásicos y la misma crítica hecha por los románticos. Una y otra tienen por centro el concepto de mímesis, como se sabe, pero la neoclásica se produce dentro del sistema aristotélico (y es un desesperado intento por salvarlo), mientras que la romántica va a abolirlo definitivamente e impone un nuevo paradigma poético. Lo curioso es que, al igual que hoy, muchos contemporáneos no se dan cuenta de lo que realmente está ocurriendo a fines del siglo XVIII y, como buenos conservadores, creen que, en el fondo, nada está cambiando.

¿Y no se debe esa reacción posmoderna, desmitificadora, lúdica e irrespetuosa hacia la grandeza de la poesía (que no se da en Europa de un modo tan generalizado), a una excesiva duración de la Modernidad en la poesía de la América hispana? Por ejemplo, ¿cómo es posible que, mientras Philip Larkin, W.H. Auden, Bertold Brecht o nuestro Blas de Otero, por poner algunos ejemplos extremos, practiquen una poesía sumergida en la vida cotidiana del hombre corriente y con una expresión aparentemente clara, en Hispanoamérica Lezama Lima u Octavio Paz, entre otros muchos, estén construyendo unos templos sagrados de la palabra, a cuyos herméticos recintos casi nunca tiene acceso la explícita experiencia cotidiana del hombre? ¿No percibes una asincronía entre los poetas de nuestra América y los del resto de Occidente? ¿A qué se debe esa larga extensión cronológica y ese prestigio que en Hispanoamérica ha tenido la moderna "tradición de la ruptura" y la concepción cuasirreligiosa de la poesía que ésta lleva implícita?

Uno de los problemas que existen para hablar de la posmodernidad dentro del ámbito cultural hispano (e incluyo a España aquí) es el formalismo y la inconsistencia con que se ha manejado entre nosotros este concepto (algo que no puede menos que remitir a nuestras dificultades con la idea de modernidad misma). Fernández Mallo acierta en su diagnóstico cuando afirma que no existe un verdadero correlato postmoderno dentro de la poesía española actual que pueda alinearse con lo que ocurre dentro del mundo del arte. Si el paradigma romántico parece perdurar tanto en la Península y en América Latina (la verdad, no veo muchas diferencias en esto entre las dos orillas) se debe, en buena medida, al trasfondo conservador de nuestra ciudad letrada, ya que la sacralización romántica de lo poético ofrecía la posibilidad de salvaguardar los fundamentos trascendentes de la existencia y el lugar de la religión en nuestras sociedades, oponiéndose o retardando el movimiento secularizador de la modernidad ilustrada. No olvidemos que un lector del simbolismo, como Lezama Lima, por ejemplo, comparte con Juan Ramón y con María Zambrano una interpretación metafísica del quehacer poético de muy clara raigambre católica, y que el grupo de la revista Orígenes la reivindica como parte esencial de su herencia española. La cuestión religiosa, como modo de resistencia a la secularización moderna, está, para mí, en el centro mismo de esta problemática que aún incide en nuestros modos de interpretar y valorar la poesía. No creo que el Octavio Paz de la madurez participara del todo de estas ideas ni tampoco que llevara su verso a los niveles de oscuridad que encontramos en el cubano. Muy al contrario, me parece un poeta, por lo general, bastante accesible, como Brecht o Auden. Tuvo además la lucidez de ser uno de los primeros intelectuales de nuestra lengua que se dio cuenta de que estábamos ante el fin del tiempo moderno y que entrábamos en una nueva era, como lo digo en el prólogo.

Y, volviendo a los jóvenes poetas de tu libro, ¿crees que esa desmitificación de la poesía, fruto también de una incertidumbre ante la vida y de una desconfianza hacia las posibilidades del conocimiento, da lugar a una escritura poética de menor calado y de menor pervivencia que la de sus predecesores?

Creo que da lugar, sobre todo, a una escritura diferente y que debemos aprender a leer de otra manera. Dos libros relativamente recientes de William Rowe, Hacia una poética radical (1996) y Poets of Contemporary Latin America (2000), ya han estudiado este problema. En ambos se plantea la necesidad de revisar los horizontes de recepción que hemos heredado de la modernidad y que, según Rowe, estarían condicionados por las vanguardias y la estética del compromiso político. Hoy tendríamos que leer a los poetas latinoamericanos buscando otra cosa: nuevas formas de representar la dinámica entre lo político y lo estético, entre individuo y sociedad, entre identidad y alteridad. Es seguro que tanto la utopía como la ambición metafísica le dieron a la poesía moderna una elevación que muchas veces no se encuentra entre los poetas más recientes. Pero ¿cuántos Juan Ramones, cuántos Nerudas de hojalata no hemos tenido que tragarnos también?

¿Significa esto que los jóvenes poetas hispanoamericanos no aprecian debidamente a sus predecesores modernos y a los poetas siguientes, a las grandes figuras de la segunda mitad del siglo XX?

Creo que más bien aprecian hoy a otros poetas que habían sido marginados o relegados a puestos secundarios dentro del canon moderno. Es el caso de Joaquín Giannuzzi en Argentina, o de Gerardo Deniz en México, o incluso de Rafael Cadenas en Venezuela. Sin embargo, quizás uno de los aspectos más interesantes de la relación con el pasado reside hoy en los nuevos sentidos que ha ido adquiriendo la práctica de la reescritura de autores canónicos. Poetas como el neobarroco paraguayo Joaquín Morales o el chileno Héctor Hernández Montecinos, por ejemplo, reescriben a Góngora o a Vallejo en clave postcolonial o gay, señalando la posibilidad de releer el pasado y de usufructuarlo en función de temas políticos o sexuales contemporáneos. Una vez más, se trata de una práctica —la reescritura— que es tan antigua como las versiones romanas de los poetas griegos clásicos o el Horacio reescrito por Garcilaso; pero la significación de la práctica en su nuevo contexto varía y es esa variación contextual la que le da un nuevo sentido. Porque para esta nueva generación el pasado no es ya ni un modelo inalcanzable, como en el Renacimiento, ni aquello que se debe superar para reinstalar incesantemente en el presente el ideal de progreso, como en las vanguardias. El pasado es hoy un repertorio estilístico al servicio de la expresión contemporánea (la moda nos lo muestra con cada nueva temporada) y también un lugar de experimentación en torno a las ideas de origen, linaje e historiografía que permite construir una poesía que problematiza conscientemente su relación con la historia y elabora un discurso crítico sobre sus señas de identidad.

Dices en tu texto prologal que has "querido reunir algunas de las voces y de los textos más desmitificadores y sugerentes de las últimas décadas, sobre todo los que tematizan la crítica de la sacralización moderna de la poesía". ¿Significa esto que hay otros muchos jóvenes poetas hispanoamericanos con voz propia que no están aquí por defender una visión distinta de la poesía, más respetuosa con la tradición de la Modernidad? ¿Cuáles serían algunas de esas voces que no encajan con tu criterio de antólogo y que ya tienen personalidad propia?

Siempre es delicado hablar de los que no están. Al armar la antología, me propuse hacer una apuesta clara por lo contemporáneo que diera de nuestro tiempo la visión más diversa posible, así que traté de evitar repetir el mismo tipo de propuesta y retener sólo las más singulares y acabadas. Hay miles de poetas "conversacionalistas" en Latinoamérica hoy, por ejemplo, pero no todos tienen el nivel del argentino Fabián Casas. Hay asimismo muchísimos poetas neobarrocos, pero no todos tienen el rigor o el riesgo del paraguayo Joaquín Morales o el dominicano León Felix Batista. Junto a la diversidad de las propuestas, me interesó igualmente su alcance crítico: ¿qué tienen que decirme estos poetas sobre la subjetividad contemporánea, sobre las culturas urbanas, sobre las migraciones, sobre la globalización, sobre la revolución tecnológica, sobre las identidades sexuales, sobre el lugar de la poesía en este ahora en que vivimos? Digamos que lo que me interesó en estos poetas fueron las preguntas que son capaces de suscitar en estos y muchos otros campos de la realidad actual. Porque, en el fondo, lo que yo le pido a la poesía hoy, como a cualquier práctica artística, no es que me repita lo que ya sé aunque resulte estéticamente aceptable, sino que me dé claves para entender el tiempo y el mundo en que vivo.

Para quien no haya leído aún este valioso libro, o lo haya leído ya y quiera hacer luego una recapitulación teórica, ¿cuáles serían los rasgos generales que definen a estos poetas hispanoamericanos nacidos entre 1959 y 1979?

Es una pregunta difícil cuando se parte de presupuestos como los míos, que ponen el énfasis más bien en la diversidad. Vattimo decía en alguno de sus libros que internet había creado un modelo de comprensión visual para la explosión de perspectivas, a la que asistimos desde hace dos décadas, y que hace que el arte no pueda responder ya a un solo criterio o un conjunto de criterios correlativos y unificadores. Aun así, creo que, en última instancia, lo que reúne a estos poetas es la doble conciencia del creciente aislamiento de la poesía en el marco de las prácticas culturales contemporáneas y la necesidad de encontrar un lugar nuevo para lo poético dentro de ese marco, pero ya al margen de las reivindicaciones modernas de una supuesta superioridad cognitiva o moral de la poesía.

Y, con respecto a sus coetáneos de España, ¿ves alguna diferencia esencial entre la poesía joven de las dos orillas, más allá de las individualidades de cada autor?

No conozco tan bien como quisiera la poesía joven española pero tengo la impresión de que ha sido un terreno de intensos debates entre poéticas muy opuestas en los últimos años. Quizás el aspecto que más me ha interesado en lo que se hace hoy en España es el viraje tecnológico que se está produciendo y las nuevas relaciones que se están planteando entre poética y ciberespacio. Como me lo ha dicho ya varias veces Vicente Luis Mora, es probable que las poesías jóvenes de las dos orillas de la lengua acaben encontrándose allí, en esa nueva instancia que ofrece la posibilidad de intercambios sin precedentes. Ojalá que así sea.

Que el lector español tenga en las librerías una antología de lo "último" que se ha escrito en la poesía hispanoamericana parece un fenómeno nuevo. Hasta hace quince años en España sólo se leía a los poetas de América que hubiesen llegado a una madurez creadora y a un notable reconocimiento internacional. ¿Es que la poesía hispanoamericana ha mejorado en su conjunto o es que los españoles nos hemos abierto más a todas las zonas geográficas de nuestra lengua?

Lo segundo me parece más cerca de la verdad. La antología Cuerpo plural fue patrocinada por el Instituto Cervantes y por la editorial Pre-Textos con ocasión de los bicentenarios de las independencias de nuestras repúblicas, y se quería que no sólo estuviesen representadas todas ellas, sino también todos los territorios del español americano, incluyendo el territorio chicano. Ojalá que la muestra sirva para ampliar el conocimiento que se tiene en España de la variopinta geografía americana de la lengua. Pero sería deseable asimismo que se armara paralelamente una antología de joven poesía española y que se distribuyera en Latinoamérica. Porque tampoco se conoce bien allí lo que se está haciendo hoy en la Península.

¿Cuáles son los problemas principales que has tenido que afrontar en una antología sobre tan amplio territorio geográfico y sobre unos poetas que aún no cuentan con una bibliografía muy extensa? ¿Cómo has superado esos problemas?

Creo que, en la práctica, sin internet y sin un equipo de lectores en los diferentes países, no habría podido realizar este trabajo. Fueron tres años de consultas, cartas e intercambios con poetas, escritores, universitarios y amigos, como Antonio José Ponte, Darío Jaramillo, Catalina Quesada, Pedro Araya, Julián Herbert, Edgardo Dobry y tantos otros a los que menciono en los agradecimientos y sin cuya ayuda no habría completado nunca la selección o habría tardado mucho más en completarla. Gracias a ellos, pude conseguir las direcciones de los poetas, los libros y las antologías necesarias; también les debo una descripción (y a veces hasta una discusión) de los valores que se manejan a nivel local para apreciar a estos poetas y una idea un poco más clara del lugar que cada uno de ellos ocupa en sus contextos nacionales. Pues dentro del juego de arbitrajes y equilibrios que sustenta la selección, se trataba de armonizar lo local y lo global, y no incluir sólo a los poetas ya reconocidos internacionalmente.

En este libro hay poetas de todos los países de nuestra América. ¿Has notado alguna relación entre la situación económica y social de cada país y la calidad de sus jóvenes poetas, o son dos ámbitos que corren desparejados?

Por suerte, los dos ámbitos siguen corriendo desparejados, como en tiempos de Rubén Darío, el poeta de Metapa, Nicaragua. Noto, sin embargo, que las cuatro grandes tradiciones de la poesía hispanoamericana –la mexicana, la peruana, la chilena y la argentina- aportan el mayor y más variado contingente a la antología, y que hay zonas, como Centroamérica, donde la renovación generacional tarda en llegar. Pero, en líneas generales, no veo ningún vínculo claro entre los niveles de desarrollo económico y social, y la calidad de lo que se está escribiendo en Latinoamérica. Lo que sí puede leerse en muchos de los poetas seleccionados, como el guatemalteco Javier Payeras, la cubana Damaris Calderón o el venezolano Luis Moreno Villamediana, es la tematización de la crisis por la que atraviesan sus sociedades. Pero me refiero a una tematización que elabora un discurso crítico nuevo, al margen de la teoría del reflejo tan cara a los viejos poetas comprometidos de los sesenta. También en esto el horizonte postmoderno impone un reto distinto: hallar nuevos modos de intervención pública y buscar la posibilidad de trabar nuevos lazos simbólicos entre estética y política.

http://www.poesiadigital.es/index.php?cmd=entrevista&id=65

viernes, 25 de febrero de 2011

Reseña en Los Inrockuptibles


Prosa del que está en la esfera
León Félix Batista
Editorial Tsé-Tsé, Buenos Aires, 2006, 273 páginas

Asomarse a la poesía de León Félix Batista es un acto que requiere coraje para abandonar los dictados del sentido y abandono para sumergirse en sus simulacros, sus miles de capas que ondulan y discurren por la obra de este poeta dominicano.
Durante los últimos diez años, Batista (República Dominicana, 1964) viene construyendo una poética que mantiene su estructura de versos en prosa y títulos como parte fundamental de la superficie de cada texto –y así la cuidada trilogía que presenta la editorial Tsé-Tsé puede leerse en vaivén como un paseo sinuoso, de Negro Eterno a Vicio a Torsos Tórridos– pero a la vez inflama cada poema con un lenguaje que se cierra sobre sí en cada uno de ellos, cada uno un mundo en miniatura que late, se expande, se ondula y se escurre, donde prevalece el mestizaje erótico de cuerpos, formas y sentidos. Y en ese mismo movimiento –en esa misma mirada entrópica- abre infinitas posibilidades vedadas al sentido común. Una “ética erótica”, anuncia en el prólogo, donde lo enunciable, como escribe en Negro…, no es objeto de su historia.
Lo que es objeto de su historia es el derroche, puro potlach de la mirada que “vela para develar”, close up a lo impenetrable de la materia: por el microscopio erótico de Batista se escurren los cuerpos –se escurre el sentido– en volúmenes y ondulaciones, nervaduras, esporas, sedimentos, magma, poros que se expanden y se contraen, y sin embargo siempre hay un lugar donde asirse: así como en Negro Eterno los títulos remiten a boleros y canciones populares; y en Vicio son los cuerpos que asisten a la mirada del yo poético y del lector; Torsos Tórridos –tal vez el mas exquisito de la trilogía: Batista juega con lamés, chifones, ligueros y satines como un John Galliano de la poesía– se apoya en una bibliografía que el poeta especifica: textos sobre la moda desde Baudrillard y Barthes a los catálogos de Victoria´s Secret.
“No pretendo dirigir, sí quisiera retener: estragar la realidad con su contrasentido. Para hacerlos incubar, para expandir sus diámetros, me hospedaré en los pliegues, el pensamiento en frío (…)”, escribe en Vicio como una suerte de ars poética. Los pliegues de su poesía dan paso al reino de lo indeterminado, pura sugestión y carnalidad: una fuga de la tiranía del sentido, un buen lugar para perderse.


Ana Wajszczuk
Los Inrockuptibles
(en la foto, Ana y León en el Festival de Poesía de Granada, Nicaragua, 2006)

jueves, 17 de febrero de 2011

Entrevista en Ecuador, por Fabián Darío Mosquera (feb 17, 2011)

La escritura lírica del Caribe, desde el neobarroco lezamiano -y posterior- hasta la intensa imaginería surrealista de Aimé Césaire, parece tener punto de contacto en, precisamente, ese gran volumen imaginístico y esa vocación de metáforas audaces e imbricadas. García Márquez alguna vez aseguró que toda la comba del Caribe, desde Nueva Órleans hasta Barranquilla, posee una impronta cultural común que sostiene un universo autónomo y, de alguna manera -a pesar de las naturales disonancias culturales y sociales- homogéneo. ¿Cómo es que tu ubicación geográfica/cultural ha determinado tu trabajo; claro, en estos términos, los de una posible interiorización de una suerte de tradición lírica caribeña?

No cabe duda que muchísimo, y no precisamente por el muy vendido colorismo tropical real-maravilloso bajo el que viví hasta mis 21, sino también por mis alucinantes lustros en Nueva York. De modo que las geografías (reales, culturales y de lengua) por las que me he movido han de haber incidido sobre mi obra.
Primero lo primero: El Caribe es una especie de isla madre atiborrada de sub-islas y de islas solitarias: las sub-islas de las Antillas hispanohablantes, las francófonas, anglófonas y etc. Y luego cada pedazo de tierra, aislado, con su idiosincrasia, su particular transformación de cada lengua madre, su tradición literaria. En esos subconjuntos germina una poesía que toca todas mis teclas: Perse, Walcot, Brathwite, Pepin, Glissant… y en mi código Lezama, Palés Matos, Lorenzo García Vega, Sarduy, Joserramón Melendez, Kozer, los integrantes de Diáspora(s), López Adorno, Noel Luna… y en mi propio territorio el Vedrinismo, Zacarías Espinal, los sorprendidos, el contextualismo, Gómez Rosa y, por supuesto, ciertos poetas de mi propia generación 80. Y, ojo, que de seguro hay más nombres: aquí me he referido apenas al Caribe.
Aparte, estuve muchos años en Nueva York, si mudarme jamás de la fronterea entre Park Slope y Sunset Park, en Brooklyn. Los años de universidad, el involucramiento con poetas gringos y con sus obras, las amistades latinoamericanas y mis sumersiones en el abismo del nuevo idioma me marcaron. Y, por supuesto, los climas locales, la hiper urbanidad, la nieve, la visión del Otro sobre mi yo inmigrante, me enriquecieron, transformaron: trastornaron. De pronto me descubrí distinto en cuatro estaciones, unas de más lectura, otras de escritura indetenible.


Para nuestros lectores ecuatorianos, que no están, por ahora, tan familiarizados con tu carrera literaria, ¿en qué circunstancias llegas a Nueva York? En ese mismo sentido, ¿cuál es tu relación con la literatura -y la poesía en particular- norteamericana, o, más ampliamente, escrita en inglés?

Ese es el otro salto, el catalizador del extrañamiento, el desarraigo: mi llegada a Nueva York, en pleno verano de 1986. Mi madre vivía allí desde hacía dos décadas y había empezado a reunir la familia desmembrada (sin mi padre, claro está, desandando otros caminos). Sin cumplir los 22, sin haber terminado la universidad, aún sin libro publicado, me marché. Completé todos los ciclos y me hundí en la hiper-ciudad. Aquel Nueva York de entonces era una especie de ONU literaria: escritores de todas partes, importantes o en agraz, medraban por allí. Y los que no, pasaban, dictaban conferencias, tomaban vino contigo, daban un taller.
Sucedió que, en una clase de Writing English and Literary Studies en Mercy College, tuve que desarrollar un “paper” sobre un escritor X, y escogí a Sylvia Plath, de cual tuve que traducir algunos textos. Se me hizo una luz entonces: al sumergirme en otra lengua que ni romance como la mía era, al procurar descifrarla, verterla en mis moldes, empecé a descifrar maravillado el fenómeno del código, de su desciframiento. Vi que era posible decir lo mismo de otro modo. Vi que existen espacios mínimos, vacíos, en los significados. Vi, sufriendo, que ciertas experiencias de escritura son intraducibles (pero transferibles sí).
Me dediqué a partir de ahí a traducir poesía del inglés, ya no para obtener una buena calificación, sino para consumo propio, para arrojarme luz. Luego el paso natural: empecé a publicar mis traducciones y a conocer en consecuencia a algunos de los poetas que traducía: John Ashbery, Mark Strand, Clayton Eshleman… Traduje a Pound, Ted Hughes, William Blake, Auden, Richard Kenney, Charles Wrigth, Carver, Tomlinson, Philip Lamantia, Lyn Hejinian. Traduje también a Derek Walcott antes de que recibiera el Nóbel, lo que me valió para acompañarlo a sol y a sombra cuando visitó Santo Domingo en 2008. Recuerdo que cruzaba con frecuencia el río hacia la ciudad de Paterson, persiguiendo inútilmente el fantasma de William Carlos Williams.
Me parece que este proceso de versiones ha de haberme vinculado fuertemente con la poesía escrita en inglés, sin dudas, aunque fuera de modo subterráneo. Algún crítico ha dicho no encontrar esos influjos en mi obra, pero lo expresa pensando, quizás, en cierta poesía anglo, épica, imaginista, objetivista, qué sé yo. Sin embargo, bastaría ojear mejor los nombres de mis traducidos: Antin es un loco que “habla” sus poemas y luego los transcribe; Ashbery es inexplicable sin el surrealismo; Eshleman desmonta cualquier prejuicio de lo poético con su discurso “paleolítico” y Lyn Hejinian es una poeta clave del movimiento L=A=N=G=U=A=G=E.


Hay, en tu obra, un tratamiento intenso y lúdicamente alegórico del erotismo, ¿podrías intentar una indagación, una reflexión hasta dar con los aspectos que consideras los detonantes poéticos más poderosos de esta temática? Quiero decir, por citar un ejemplo: en tu proceso creativo, ¿cómo se va dando la homologación -que creo que, en efecto, se da- de la experiencia erótica sexual con una experiencia erótica que tiene que ver con la elaboración misma de un lenguaje, de un "saber decir" poético?

Tu pregunta trae implícita una zona de la respuesta: en primer sentido se trata del erotismo propio, intrínseco, de un lenguaje. El propósito es erotizar el Verbo, poner la poesía en cuatro, succionar, ser succionado por ella, gemir y penetrar hasta el agotamiento (“¡chillen, putas!”, urgía Octavio Paz a las palabras). Y luego vuelta a empezar. Es, si tú quieres, una transcripción del cuerpo al habla, a la escritura. Una cristalización, una corporeidad, de lo que estuvo abstracto.
Me he servido del erotismo, además, como tema medular pero que se mantiene paradójicamente periférico en la vida humana: siendo un impulso definitorio de nuestras vidas –y vórtice atractor del que es imposible escabullirse–, los humanos insistimos en ocultarlo, enmascararlo, sepultarlo. Y resucita siempre, casi al instante, en la semi neblina de nuestras recámaras, en la publicidad y, por supuesto, en el discurso. Por eso escribí una trilogía erótica (Negro Eterno, Vicio y Torsos Tórridos), basada en el discurso del bolero, en las posibilidades plásticas de procurarse placer y en la moda íntima femenina.
Pero esta fue una fase (prolongada, sí: le dediqué diez años) de mi ejercicio “lírico”-lúdico. Antes y después abordé la poesía por distintos lugares de abordaje, evitando hacerlo siempre por el lado concebido.


Desde tu percepción crítica, ¿qué crees -a grandes rasgos- que está ocurriendo en la poesía latinoamericana de los últimos años?

Yo diría que es la vuelta de Darío, esparcida por nuestra lengua-cultura, en el sentido de la reconquista. Hemos hecho que nos vean como renovadores de una lengua que dejó de ser exclusivamente castellana, para estallar en múltiples lenguas españolas, como esa fruta de granada colorida. Cada vez que recuerdo que el influjo del Siglo de Oro ha encontrado su sobredimensión en el neobarroco caribeño, el neobarroso de La Plata y hasta en el neoverraco antioqueño, me corre mejor la sangre. La antipoesía es nuestra, el concretismo también lo es. Lo que escriben los novísimos mexicanos es profundamente ancilar: Bravo Varela, Rocío Cerón, Herbert, Fabre, Lumbreras, Plascencia Ñol… Y ni hablar de lo que pasa en Argentina y Uruguay: objetivismo en pulso con los alógenos y el impulso revisionista-neobarroco de Mario Arteca, Romina Freschi… Y cuando se trata de vehicular lo indígena con nuestra lengua madre, ocurre un estallido: Cristino Bogado, Jaime Luis Huenún… El tratamiento de lo cotidiano en el ecuatoriano Edwin Madrid, el chileno Germán Carrasco, la nicaragüense Tania Montenegro, el argentino Washington Cucurto, la peruana Monserrat Álvarez y el costarricense Luis Chaves sería deseable como auténtica poesía de la experiencia. Y ¿cómo nos explicamos en Paraguay un arrebato léxico como el de Joaquín Morales, ah? Eso para quedarnos con los más jóvenes, y para no abrumar recordando fichas claves, incluso todavía poderosamente vivos, como Gonzalo Rojas, Belli, Gelman, Deniz, Hinostroza, Jotamario, Verástegui, Cardenal, y me voy quedando corto.

Aparte, es un hecho que el impulso neobarroco postuló nombres de impronta permanente: Kozer, Perlongher, Marosa, Reynaldo Jiménez, Coral Bracho, Osvaldo Lamborghini, Eduardo Milán, Juan Luis Martínez, Arturo Carrera, Eduardo Espina, David Huerta…

En fin: el nuevo paradigma, ya implantado y en plena germinación.

http://www.telegrafo.com.ec/cultura/noticia/archive/cultura/2011/02/17/_1C20_Nuestra-poes_ED00_a_3A00_-la-reconquista_1D20_.aspx