domingo, 24 de octubre de 2010

Delirium semen, por Andreu Navarra


El lector abre este volumen lujosamente editado por la editorial mejicana Aldus y se da cuenta de que transita por un poemario relevante, uno de aquellos libros que, en lugar de arrojar un desdichado conjunto de composiciones más sobre el orbe, consolidan la carrera de un escritor gracias al concepto general o diseño que vertebran la obra, la escultura y la arquitectura que subyacen bajo el discurso. En este caso, el hallazgo de haber construido un diccionario sexual radicalmente subjetivo es evidente.

Ya se ha escrito sobre Delirium Semen. El original prólogo de Hernán Bravo Varela y, sobre todo, la reseña de Adolfo Castañón publicada en el periódico mexicano Milenio, nos permiten colocar la poesía de León Félix Batista bajo la égida de dos conceptos clave: Vanguardia y Lezama Lima. La apreciación es correcta. Abundan en la poesía de Batista los símbolos que son personajes habituales en la imaginería de Lezama: el caracol y su hermano el molusco, la sedimentación, el cosmos humidificado, las materias licuantes… Esa tremenda dificultad a la hora de orientarse según los esquemas cognitivos convencionales. Y es verdad que únicamente un espíritu típicamente vanguardista podría trazar la siguiente construcción: “Tenebrosidad en llamas subyugándome ambas sienes: los tubérculos dan pubis por una curva eléctrica”.

Ahora bien, no creo que deba exagerarse la deuda del autor respecto a las formas poéticas de los años veinte y treinta del siglo pasado. Para Batista resulta evidente que los lenguajes tradicionales deben quedar fuera de un texto literario. Sin embargo, ¿hasta qué punto no son ya los ismos ejemplos de lenguaje solidificado y fatalmente tradicional? Según sus comentaristas, Delirium Semen es una feliz restauración del modo creativo de vanguardia. Yo no creo que al autor le haya interesado más reivindicar una estética que, más bien, adaptarla como herramienta adscrita al ADN del escritor actual a un idiolecto personal que es lo que más destacaría de Delirium Semen.

¿Cómo resuelven el dilema de la Vanguardia imposible los poetas caribeños?

Leyendo a Batista han acudido a mi mente las obras de dos poetas jóvenes de la isla de al lado, Puerto Rico, ambos pertenecientes al grupo de El Sótano. Se trata de Federico Irizarry Natal y Juanmanuel González Ríos. El primero publicó en el año 2006un poemario titulado Kitsch donde las composiciones habían sido dispuestas en orden alfabético, confeccionando una especie de manual postmoderno. En la J, por ejemplo, encontramos el poema Jeans: “Juventud divino trasero”, leemos allí. En la T de Batista también encontramos un canto a los pantalones tejanos, verdaderos ocultadores/reveladores de las nalgas que son un fin en sí mismo. El trasero como ser de Heidegger en que converge, debe subsistir toda la atención del filósofo o pensante.

Por lo tanto, alguien ya se había dado cuenta de que sometiendo a una disciplina (el formato de una entrada) el lenguaje desbocado, se inauguraban ámbitos nuevos y necesarios. Los hallazgos del libro de Batista provienen precisamente de estrechar y no de ampliar el campo de recepción del objetivo de la cámara. El resultado no debe entenderse como una descripción fascinada y extensiva del mundo, a modo de redescubrimiento, como es cada texto de Lezama, sino ese mismo procedimiento derramado únicamente sobre las realidades que excitan el deseo del autor implícito. Hablar sólo del sexo y no del universo. Otras obras del autor se han preguntado por la morfología de un cosmos gelatinoso. En este sentido, la obra de Batista revisita a Lezama pero se lanza por caminos menos extensivos. Su agricultura busca aquí manejar arados menos profundos. Se trata de un adelgazamiento o disección conceptual que nos traslada a una poesía de elementos más sencillos, descompuestos y clasificados. Unir la exactitud con el delirio parece haber sido el feliz camino escogido por el poeta.

En el caso de Juanmanuel González, a quien pertenecen estos versos: “ella se recoge el pelo / mientras el arroz se cuece / sobre la estufa playskool” (XX poemas para ser leídos en el tren urbano, Sótano Editores, 2009) encontramos una reivindicación de la sexualidad normal o perversa, según miremos, sin ningún tipo de tapujo. He aquí otra de las características más definidoras de la poesía de Batista: la ausencia total y programática de interferencias éticas o moralistas al uso, unida a la defensa de un cultivo instintivo e infantil de la pulsión sexual. Nadie tiene derecho a coartar la fantasía erótica que electriza la vida y el texto, saltando por encima de limitaciones y autocensuras, tabúes y fronteras, sin que importe el presunto buen gusto director de las obras literarias. Unas braguitas, unos sostenes, una zurra, son realidades cotidianas dignificadas por el canto, no por humildes menos justificables, por el hecho de haber sido capaces de generar deseo, sin pararnos a determinar la naturaleza o la trascendencia de éste.

Nuestra siguiente pregunta puerto debería ser, pues, la siguiente: ¿Es Batista un poeta esencialmente sexual? Si uno transita por sus libros anteriores, uno pronto se da cuenta de que el sexo es un hecho esencial y habitual en la poesía del autor. En el libro Mosaico fluido (2005) nos topamos con excelentes poemitas como el que empieza “deseos densos / primarios / del enigma” o “vocábulo venéreo /contra el acantilado”. En Pseudolibro (2006), especie de canto teogónico invertido o blasfemo, el sexo aparece como un elemento imprescindible en las licuaciones que otorgan origen y destrucción al universo circundante.

Pero es en Delirium Semen donde el sexo aparece ya como un tema total único, lleno de tótemes vivificadores, a través de los cuales puede y debe exhibirse libremente el espectador que escribe poesía.

Periódico de Poesía, UNAM, México

http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=1514&Itemid=1